Bajo la mirada de la Predilecta, se pregonó la Semana Santa de san Cristóbal de La Laguna, a cargo de María del Mar Cabrera Carballo.

El acto de la lectura del Pregón de la Semana Santa de La Laguna comenzó a las 20,30 hrs. en la Parroquia Matriz de Ntra. Sra. de la Concepción. En el acto estaban presente el Sr. Obispo, el Sr. Alcalde de esta ciudad, El Sr. Presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías así como el comité ejecutivo de la J.H.C. y las diferentes hermandades que la forman. Varios concejales del Excmo. Ayuntamiento y por la parte eclesial el Sr. Arcipreste y varios sacerdotes diocesanos.

La Banda de Música de San Sebastián de Tejina abrió el acto con la marcha procesional Semana Santa de Aguere de D. Agustín Ramos. A continuación Dª Maria del Cristo Negrín, comienza con la salutación y la bienvenida a todos los asitentes dando paso a Dª María del Mar, pregonera de la Semana Santa a dar lectura de su Pregón y dice así:

“Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén aquel a quien llegaron a matar colgándolo de un madero; Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que había escogido de antemano; a nosotros que comimos y bebimos con Él después de que resucitó de entre los muertos. Y nos mandó que predicásemos al Pueblo, y que diésemos testimonio de que Él está constituido por Dios juez de vivos y muertos. De Éste, todos los profetas dan testimonio de que todo el que cree en Él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados».

Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Obispo, D. Bernardo Álvarez Afonso, Ilustrísimo Delegado Episcopal y Sr. Cura párroco de esta iglesia Nuestra Señora de la Concepción D. Jorge Fernández del Castillo, Sr. Presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías de San Cristóbal de La Laguna, D. Pedro López Cabrera y Comité Ejecutivo, Hermanos Mayores, Excelentísimo Sr. Alcalde D. José Alberto Díaz Domínguez, distinguidas autoridades, distinguidos Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno de Hermandades y Cofradías que nos honran con su presencia; hermanas y hermanos, amigos todos: quisiera, públicamente, transmitirles mi agradecimiento por permitirme estar hoy aquí para exaltar la Semana Santa de nuestra ciudad de La Laguna. Si soy capaz de llegar con mis palabras a las de quienes me han precedido en este cometido, que el Señor me lo premie; y si no, sé que me lo perdonará, porque en cada palabra que diga no sólo va mi corazón, sino también mi amor por Él y por su Divina Madre.

He querido abrir este Pregón con las palabras del primer Papa de nuestra Iglesia, San Pedro, la Primera Piedra, recogidas en los Hechos de los Apóstoles, porque creo que ejemplifica mejor que cualquier otra imagen cómo un hombre humilde, un pescador que vivía de su trabajo, una persona cualquiera, uno como nosotros, se convirtió gracias a la fuerza de la fe en la primera piedra. Sinceramente, pienso que una de la muchas la lecciones que Cristo nos ofrece en su vida y en su obra consiste en la elección de sus discípulos, de sus amigos, de su gente más cercana. Y lo digo (y lo pienso) porque en nuestra vida diaria, en nuestro comportamiento habitual, nos defendemos de ofensas, o agredimos por si acaso: en el coche, en el supermercado, en alguna cola para lo que sea…, incumpliendo casi todas las reglas de Nuestro Señor: paciencia, respeto, comprensión, cariño, humanidad. Por eso, sólo somos medio-cristianos. Y nos confortamos con que Dios siempre nos perdona por pecadores y, claro, imperfectos…, y así vamos remendando nuestra manera de vivir. Sería mucho más honrado mirar a este Hombre con mayúsculas, y reflejarnos en él, para comprobar que un día tras otro negamos tres veces. Y canta el gallo como el despertador de nuestra conciencia. Y sigue sin pasar nada por nuestro barrio espiritual. Y así andamos.

Dicen quienes entienden de eso que el Pregón es una forma literaria en la que la elocuencia del pregonero nos emocionará y estremecerá, nos hará sentir experiencias y sensaciones, en nuestra preparación exterior e interior; en nuestro caso, para la celebración de la Semana Santa. Y que es el pregonero el que con su fervorosa alabanza, transformará la efímera prosa de nuestra existencia, en eterno verso de elocuencia; transfigurará los claroscuros de nuestra realidad en fulgor de inmensa claridad; transportará la pesada carga de la cotidiana cruz a las manos de Cristo.

En la teoría, se define así este afán, y así intentaré darle forma a la labor de hoy de la que me siento honrada y abrumada a partes iguales. Cuando recibí la invitación y fui designada por el Sr. Obispo a propuesta del Presidente y el Comité Ejecutivo de la Junta de Hermandades como pregonera de esta Semana Santa de 2018, después de compartir la noticia con mi familia y mis allegados y tras haber aceptado el encargo, me hervían en la cabeza ideas, reflexiones, pero sobre todo, la carga de una responsabilidad tan grande. Al saber que el templo donde se proclamaría este pregón es esta Santa Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, esa agitación mía dio paso a una sucesión de recuerdos y vivencias, propias o escuchadas en casa: toda mi familia paterna vivió en San Diego gran parte de su vida, vinculados por tanto a esta parroquia. Años más tarde, nacieron mis hijos y también fue aquí, en esta iglesia donde serían bautizados y harían su primera comunión. Pasa el tiempo y se cierra la Catedral por las obras y, como sabemos, es igualmente en esta iglesia de La Concepción donde pasamos once Semanas Santas.

Justamente este año, la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, la Predilecta de Luján Pérez, ilustra el cartel de nuestra Semana de Pasión. De manera que se han dado una serie de circunstancias gracias a las que siento que me encuentro en mi casa. En una casa a la que me gusta volver y donde siempre he sido bien recibida. Aquí he compartido muchísimas horas de trabajo y de reuniones, de buenos momentos y algún otro no tan bueno. Así pues, es esta la parroquia viva sobre la que gira nuestra vida personal de cristianos y cofrades, gracias a nuestros padres que nos alentaron en la Fe desde el mismo momento de nuestro nacimiento, y a mi esposo y a mis hijos, sin los cuales seria otra persona diferente a la que ahora soy.

Desde muy pequeñas, mis padres nos llevaban a mi hermana y a mí a las procesiones, todos los días de Semana Santa; el Jueves Santo a los Monumentos, a la procesión de Madrugada y a la Magna, también el Sábado Santo. Y por supuesto, a todos los Cultos. Gracias a las Cofradías aprendí paso a paso como sucedió la Pasión y Muerte del Señor y quiénes fueron y cuál el papel de cada uno de los protagonistas de aquel drama santo. De no ser por ellos, por nuestros mayores, muchos ignoraríamos en el tiempo actual esta historia de amor inmenso de Jesucristo a los hombres.

Siempre me atrajo la Semana Santa; siempre hubiera deseado salir, pero lamentablemente en aquellos tiempos de nuestra juventud, las chicas no tenían sitio en las cofradías, de modo que lo intentábamos, pero no era posible. Y así, la vida seguía…, hasta que en 1.994, por acompañar a mi hermana a cumplir una promesa, acabamos ingresando en la Cofradía de la Flagelación como Damas de Mantilla. Aquella fue para mí una experiencia imborrable; me parecía increíble verme acompañando a la Virgen de las Angustias, en el primer Martes Santo que procesioné. Algunos años más tarde, mis hijos y sobrinos salían también con nosotras. Y con el tiempo fui formando parte de diferentes juntas de gobierno de esa mi cofradía. Fueron años de mucho trabajo y de compartir esfuerzos, alegrías y de algunos enfados también, porque eso siempre sucede en cualquier grupo humano de los que formemos parte; y es que, aunque todos queremos ser eficaces, no siempre estamos totalmente de acuerdo en la mejor forma de hacer las cosas.

Pasado el tiempo, entré a formar parte del Comité de la Junta de Hermandades. Es una época que también recuerdo con mucho cariño, a pesar de la enorme cantidad de trabajo, de las muchísimas reuniones, de tanto que había que organizar, que mantener. Pero fueron también muchas nuestras ganas y nuestro empeño por innovar, y nuestras ansias de mejorar. En aquellos momentos, no todo agradaba: estábamos muy expuestos a la crítica no siempre constructiva, y al escrutinio de muchas personas que sólo a veces apoyaban nuestro trabajo. He vivido tanto en mi cofradía como en el Comité de la Junta de Hermandades momentos difíciles, pero también es verdad que no se puede comparar una responsabilidad con otra.

Los cofrades hemos hablado siempre de la escasa implicación de nuestros conciliares, de lo poco arropados y apoyados que nos hemos sentido en muchas ocasiones. De lo poco que se nos ha defendido cuando lo hemos necesitado. Y aunque es justo que diga que esa situación ha ido cambiando de unos años para acá, también lo es que todos seguimos deseando que llegue el día en el que la sintonía entre los laicos comprometidos y el clero sea auténticamente eficaz y verdadera. Hemos aprendido así que hay que luchar y tener constancia; que desde fuera es fácil juzgar el trabajo y el esfuerzo de otros y, en definitiva, que nos debemos quedar con los buenos momentos vividos porque más allá de nuestros desvelos y de nuestros sinsabores, lo más importante ha sido el trabajo realizado y sobre todo la razón para ello y el destinatario del mismo. La convivencia Hermandad-Parroquia no ha sido siempre fácil, pero sabemos que con el esfuerzo y el estímulo suficiente se consigue que esta sea la casa de los jóvenes, que en ella se sigan formando los adultos y que sea de manera efectiva un hogar de fraternidad y caridad, la casa de la familia cristiana. Y es que como decía una de las más grandes figuras del siglo XX, Martin Luther King, que cuya desaparición se cumplen cincuenta años el próximo mes de abril: “No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena”. Con esta célebre frase del líder se resume la actitud pasiva de tantos de nosotros hacia la injusticia y la calumnia.

Recuerdo el día de mi toma de posesión como Presidenta del Comité de la Junta de Hermandades y Cofradías en la capilla de aquel obispado de antes del incendio; lo viví como un día importantísimo, como el comienzo de una nueva etapa. Del Comité anterior recibimos unos Estatutos y un Reglamento de Régimen Interno recién aprobados, tras haber estado durmiendo el sueño de Morfeo, depositados en una gaveta durante más de tres años. También me viene a la memoria de aquel tiempo la preparación y la presentación de los carteles, de los programas y de los libros. Y de los inevitables recortes presupuestarios que empezaron en ese justo momento: ya no se disponía de tanto dinero, había que ajustarse a lo disponible. Y lo disponible era escaso.

Fue un tiempo difícil, de negociaciones con el Ayuntamiento, de la solicitud permanente al Delegado episcopal y al Deán de una sede donde poder reunirnos y donde celebrar los Plenos, lugar hasta ese momento itinerante por las parroquias. Nuestros esfuerzos dieron finalmente su fruto, pues desde el comité anterior ya se venía trabajando en ese sentido; el Obispado nos había cedido una sala en la Catedral; pero dado el estado del templo, en obras, nos fue ofrecida una habitación en la Casa de la Juventud…, que empezamos por pintar. Con el paso de los años, logramos que fuera ampliado el espacio, así que volvimos a pintar las dependencias y a acondicionar el salón contiguo. Es sólo un ejemplo de que lo conseguido ha sido a base de continuos esfuerzos trabajo, y tenacidad.

La preparación y publicitación de los carteles y programas, así como la presentación de libros, que desde hace años se viene haciendo ya en la sede de la Junta de Hermandades empezó, como recordamos algunos de los aquí presentes, a través de una campaña en las tiendas y comercios, de fomento de nuestros belenes, en muchas ocasiones prestados para su exposición. Hace ya algunos años que se construye, en colaboración con el Ayuntamiento, un gran belén, se preparan exposiciones para ser presentadas desde el comienzo de la Cuaresma…, y así, una gran cantidad de actos cuya simple enumeración sería innecesariamente larga. Únicamente quisiera señalar en este sentido que la cantidad total se ha multiplicado durante el periodo de mandato del actual presidente D. Pedro López.

Pero si así fueron nuestros comienzos, duros y difíciles como casi todo lo que se pone en pie, también quisiera rememorar esta tarde algunos de los buenos momentos vividos, algunos muy difíciles de expresar y explicar con palabras.

Entregar la medalla de la Junta de Hermandades en Tierra Santa al superior de los Padres franciscanos fue uno de esos momentos memorables, complicados de describir, inefables como la Poesía de San Juan de la Cruz, por la cantidad de sentimientos, sensaciones y recuerdos, gratísimos todos ellos. Como sabemos, los franciscanos son una fraternidad de la Orden de los hermanos Menores establecidos en Tierra Santa, que se dedican a la custodia, el estudio y el acogimiento en los lugares donde está el origen de la fe cristiana.

También de cara al exterior, entrar en contacto con el Consejo General de Hermandades de Sevilla, en la persona de su presidente, y acordar una visita a su sede, en la que su secretario y su tesorero nos recibieron y agasajaron con mucha generosidad fue tremendamente emocionante. Tras firmar en su Libro de Visitas, tuvieron la deferencia de invitarnos a asistir al Pregón de la Semana Santa de 2012, invitación que acepté de muchísimo agrado, habiendo de regresar a la ciudad andaluza cuatro meses después para ello.

En un Teatro de la Maestranza repleto, con muchísima gente queriendo asistir y sin poder hacerlo, por no haber aforo disponible, y una expectación enorme, el señor pregonero comenzó a exponer un texto cuya lectura duró tres horas y cuarto. Tras finalizar y ya felicitándolo, me decía que cuando terminó de escribirlo y leerlo de un tirón, la duración era de cuatro horas y cuarto, y que le costó mucho reducirlo, pues comentaba, con razón, “que lo no se dijera en ese momento no se diría nunca”. Esperemos que algún día no muy lejano vivamos en esta ciudad nuestra algo parecido, y que los cofrades asistamos a los actos que nosotros mismos organizamos.

Tuvimos un sueño y se materializó gracias al empeño de sus dos artífices: Sergio y Pedro. Después de mucho luchar, finalmente vio la luz “Pasos en el Aire”, el documental sobre la Semana Santa. Personalmente, me sentí muy orgullosa el día de su presentación, uno de esos días grandes, para recordar, pues aunque ya no era presidenta, aquel trabajo iniciado siguió adelante; y ese día sí, los cofrades asistimos al que creo que ha sido el acto más multitudinario que se haya celebrado en nuestro ámbito.

Otro gran día, otro más, éste vivido la semana Santa pasada, fue la entrega por el Exmo. Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna de la medalla de Oro de la Ciudad a la Junta de Hermandades; pues si es cierto que el trabajo continuo y constante que se desempeña a lo largo del año, y en el día a día de nuestras hermandades, bien merece este reconocimiento, es también cierto que supone un orgullo. Fue para mí un gran honor haber sido invitada y asistir a un acto tan importante tanto para la institución, como para todos los cofrades.

Ha sido mientras iba escribiendo este pregón cuando he ido haciendo memoria de tantas experiencias vividas: inauguraciones de exposiciones de cruces, de fotos, de pinturas, de libros, el lanzamiento de la revista “Arca”, que contó con un artículo ofrecido generosamente por la fallecida periodista y cronista Paloma Gómez Borrero; conciertos organizados, recogidas de alimentos, colaboraciones llevadas a cabo gracias a las subvenciones obtenidas por la banca cívica; personas que he conocido y a las que he pedido la ayuda para una cosa u otra; autoridades con las que me hemos celebrado reuniones, e instituciones y cómo no, con el clero. Muchas han sido las horas dedicadas a estos trabajos, muchos los desvelos y los deseos que en ocasiones, no se han cumplido. Quiero agradecer especialmente hoy, desde aquí, el trato que he recibido de nuestro Obispo para con mi persona, por su atención y su trato; a los Delegados episcopales con los que trabajé codo con codo; a mis compañeros de comité, con quienes nos seguimos relacionando, y a cuantos cofrades les pedí cooperación y me la ofrecieron.

Todos los cofrades tenemos un sentimiento personal y una gran devoción hacia nuestros titulares; en mi caso, como es sabido, el Cristo de la Columna, la Virgen de las Angustias y el Santísimo Cristo de los Remedios ocupan un lugar especial. A lo largo de veinticuatro años de pertenecer a la Cofradía de la Flagelación y al procesionar con mis titulares por las calles de nuestra querida ciudad cada Martes Santo, lo hacemos junto a la Cofradía del Rescate, otra muestra más de la relación que me une a esta iglesia de la Concepción. De modo que son muchos los recuerdos de los preparativos, muchas las personas que veníamos de noche para hacer el montaje de los tronos; algunos vuelven ahora a la memoria; personas que ya no están con nosotros, que han partido a la Casa del Padre, y que, desde allí, nos siguen animando a seguir con nuestra labor que también fuera la suya.

Quiero compartir con ustedes esta noche una ―otra― vivencia más: tras años sa-liendo como de dama de mantilla, pasé a ser cofrade. Después de pertenecer a varias juntas de gobierno, uno de esos Martes Santos de aquellos años yo salía en la fila con mis compañeros; uno de ellos, que era en esos momentos Maestro de Ceremonia, a una pregunta mía de cómo se veía la procesión desde dentro, me respondió visiblemente emocionado: “grande…preciosa”. Con el tiempo yo también fui Maestra de Ceremonia. Fue una experiencia compleja, verdaderamente, pero compensó con creces los inevitables momentos de apuro y preocupación vividos. Ver desde dentro la procesión, los tres pasos, la cofradía marchando a un mismo ritmo, las representaciones que nos acompañan, a los aspirantes, a las damas de mantilla. En definitiva, verlo, sentirlo y vivirlo al mismo tiempo, es una de tantas experiencias inenarrables.

Y es que los cofrades nos revestimos con un mismo hábito y una misma manera de reverenciar y arropar a nuestro paso. Aparecemos juntos en la misma fotografía: la que plasma el entusiasmo y el sacrificio de todos y cada uno para que la conmemoración de la Pasión y Resurrección de Cristo, que concelebramos cada año, luzca en su máximo esplendor, brillantez y solemnidad. No salimos a la calle con la intención de que nos vean; si nos ven es, precisamente, porque salimos a la calle. Pero debemos igualmente ser conscientes de que una de las más importantes labores de nuestra Hermandades es evangelizar mediante la catequesis de nuestras Cofradías fuera de nuestros templos; que debemos hacernos presentes.

Salimos acompañando a nuestras imágenes con paz, con serenidad, con la alegría de proclamar públicamente que somos cristianos, que creemos firmemente en la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, la idea más grande que hemos heredado de nuestros mayores, en la que creemos firmemente, pero que también debemos evidenciar. Por ello, vamos a volver a las calles para mostrarle a La Laguna cómo caminan Nuestro Señor Jesucristo y la Virgen María sobre una alfombra de dolor y cómo se engarzan las oraciones y las miradas de los fieles en el rosario y en las manos de una madre destrozada por el sufrimiento. Para doblar otra vez las esquinas de la noche, debajo de las estrellas o de las nubes con nuestro caminar lento, para prestarle nuestros pies a cada imagen, para que recorran las calles y las plazas pregonando los símbolos de nuestra Fe.

Pero las cofradías no son instituciones que giren en torno a dos procesiones: una, la del día que corresponde a nuestro Titular, y la otra el Viernes Santo. Para quienes no conozcan su funcionamiento debo decir que en esos grupos de personas, distintas en su condición social, profesional, intelectual, pero muy parecidas en su idea del verdadero compromiso y de la preservación de nuestra tradición cristiana, se forjan amistades duraderas, se crean relaciones personales que son tremendamente importantes y que nos fortalecen y enriquecen, que nos hacen crecer mientras compartimos multitud de vivencias y avatares; a veces, durante toda la vida.

Trasladamos nuestra fe a nuestro entorno, familia, trabajo, amistades, a la sociedad entera. Sabemos de las cruces que nuestros conocidos, familiares y amigos están arrastrando; del maltrato, de la desestructuración de muchas familias; de hijos, padres y madres atrapados en la droga; de personas sin medios para poder cubrir las necesidades imprescindibles del día a día; de gente que viven en el desamparo, sin compañía, sin hogar; de enfermos, ancianos pobres; de muchos que han perdido su libertad. Somos seres humanos que contemplamos este desolado paisaje en nuestro entorno más próximo. Pero paralelamente, la realidad en la que vivimos nos hace valorar a menudo nuestra suerte, pues viendo a diario matanzas, guerras, emigración, persecución… toda clase de tragedias que se nos hacen llevaderas gracias a la Fe y que nos permite mirar con los ojos del alma, también nos obligan a tener esperanza en la búsqueda de soluciones para estos dramas terriblemente humanos, y nos comprometen en esa tarea.

Conocemos el significado de las palabras entrega, dar, compartir, ayudar, colaborar, perdonar, unir…, verbos que orientan y ordenan nuestra vida como cristianos. Porque es Cristo quien nos regala sus dones para que den en nosotros buenos frutos de fe, amor, paciencia, amabilidad, bondad, alegría; y porque sabemos que en los momentos débiles y dolorosos, Él es nuestra roca, nuestro refugio, nuestra fuerza, nuestro consuelo, nuestro mayor apoyo.

Sin poder olvidarnos de todo lo anterior, los cofrades sentimos y vivimos la Semana Santa en todos sus planos, desde los días previos, en los que nos reunimos y vamos analizando las necesidades y los nuevos proyectos, hasta las labores que hay que realizar y tener preparadas durante las jornadas ya más cercanas a la salida procesional. Debemos tener todos los enseres limpios, ordenados y clasificados; lavar y planchar los hábitos de los niños, y los de los adultos que haya que prestar; cuelgas, dalmáticas, casullas, enaguas, trajes de las imágenes, incensarios y navetas, velas, pilas, parafina, carbón, mucho incienso, arreglos florales..., todo un sinfín de detalles. Gran parte de estos preparativos no son vividos por todos, ni se sienten de la misma manera. Pero lo que indiscutiblemente compartimos con igual intensidad es la devoción por nuestra imagen. Cada uno quiere dar lo mejor de sí mismo para poder trasmitirlo a los demás. Así pues, nos queda preparar la ceremonia religiosa con nuestro conciliar, y empezamos a vivir lo que se aproxima ya antes de nuestra salida.

Todas estas tareas no son nada fáciles, pues hay que estar pendiente de cada uno de los detalles. De colocar los faroles y la cruz guía en la calle, de que la cofradía salga alineada, por parejas, con la distancia precisa y marcada entre sus miembros; de sacar el primer paso; de continuar caminado para sacar el segundo paso, y hasta un tercero, dependiendo de que la cofradía los tenga o no; de que los niños vayan en orden y en silencio; de que los acompañantes que dirigen el trono vayan bien; de que haya luz bajo éste y sean conducidos sin problemas; de marcar los giros en las esquinas… Y de un sinfín de cosas que surgen de repente, sobre la marcha y que deben ser resueltas inmediatamente. Aún no ha finalizado la procesión; llegamos a nuestra sede y entran los faroles y la cruz guía, la cofradía y los pasos. Una vez colocados en su sitio y tras rezar las oraciones correspondientes, se da por terminada nuestra estación de penitencia. Ahora son los instantes en que tomamos conciencia de todo lo que ha ido sucediendo apenas unos momentos antes ha sido, casi, un nuevo milagro.

De puertas adentro, los miembros de las Juntas de Gobierno nos ocupamos de coordinar estas labores y, ya en la procesión, el Maestro de Ceremonia será el responsable de que la estación de penitencia transcurra con el orden y el decoro requeridos.

Y sí, entonces llega el Viernes Santo, otro gran momento para vivir y sentir. Bajo la supervisión del Comité Ejecutivo de la Junta de Hermandades y con la colaboración de algunos cofrades, se lleva a término la Procesión Magna. Todos juntos y organizados, esclavos, niños, acompañantes y damas de mantilla, procesionamos acompañando a los veinticuatro pasos, la Pasión entera representada en la calle. Saliendo de la sede episcopal, de la Catedral, con nuestro Obispo, el Deán, el Cabildo catedralicio, las distintas autoridades civiles y militares y el cuerpo consular.

Con la cofradía, en definitiva, he podido compartir directamente las vivencias de otras Semanas Santas de algunos municipios de nuestra isla, todas tan iguales, todas tan diferentes. A nivel humano han sido experiencias enormemente enriquecedoras. Como cofrade, me ha dado la posibilidad de comprobar que, más allá de las lindes de los municipios, más allá de las diferencias en nuestras tradiciones locales, late el mismo sentimiento y el mismo fervor, el mismo cuidado y el mismo cariño y respeto en lo que concierne a nuestra espiritualidad.

Mucho se ha mejorado desde la fundación; mucho se va a seguir mejorando, porque la savia nueva, los jóvenes que se acercan a nuestras sedes con la intención de ayudar, de participar ̶que quiere decir “formar parte” ̶, de nuestras hermandades se encargará de ello. Pero en esta nuestra ciudad de La Laguna, todos los cofrades tenemos un sueño, que esperamos poder alcanzar en un futuro no lejano: encontrar un espacio en el que podamos formar y formarnos, en el que podamos convivir en el mundo cofrade, con suficiente capacidad para todos; para guardar nuestros enseres, nuestros tronos… Un espacio en el que nos sintamos acompañados y arropados, en el que no todo sea concurrencia y nuestros consiliarios nos impongan el trabajo y la visión, sino que nos protejan y nos comprendan. Porque todos los cofrades somos Iglesia todos los días del año y así nos sentimos en cualquier momento.

Y así llegamos a esta tarde, antesala de la semana que viene, en la que La Laguna volverá a revivir la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios. Durante algunos días volveremos a ver los velos morados, el color de la bandera de nuestra ciudad, que cuelgan como cortinas fúnebres del corazón de los cofrades; las calles volverán a encogerse de dolor y el aire se llenará nuevamente de incienso y de olor a cera. En este principio de la primavera, fría como hacía años, como cuando éramos chicos, las farolas serán cirios encendidos y la primera procesión en la calle nos anunciará que ha empezado la semana más bonita, más característica de este pueblo humilde y universal, y comienza con su estruendo de tambores, al lado de los capirotes y de las mantillas. Dentro de unos días, el Señor morirá en La Laguna y La Laguna morirá y resucitará otra vez en el Señor. La historia más grande jamás contada será representada y revivida una vez más para nosotros por las Hermandades de esta Guerea, como la rebautizó uno de los más grandes poetas canarios, un vecino de esta Villa de Arriba, Arturo Maccanti, ese entrañable “canarión” lagunero que nos emocionará para siempre con su recuerdo, con su ausencia y con su palabra llena de belleza.

Otra palabra clave de nuestra Semana Santa de La Laguna, a veces olvidada y otras no usada por temor a parecer frívolos: la palabra belleza. En la clausura del Concilio Vaticano II, allá por 1965, nuestro recordado papa Pablo VI se dirigía así en su Mensaje a los artistas:

A todos vosotros, artistas, que estáis prendados de la belleza y que trabajáis por ella; poetas y gentes de letras, pintores, escultores, arquitectos, músicos, hombres de teatro y cineastas... La Iglesia está aliada desde hace tiempo con vosotros. Vosotros habéis construido y decorado sus templos, celebrado sus dogmas, enriquecido su liturgia. Vosotros habéis ayudado a traducir su divino mensaje en la lengua de las formas y las figuras, convirtiendo en visible el mundo invisible. Hoy como ayer, la Iglesia os necesita y se vuelve hacia vosotros. No rehuséis poner vuestro talento al servicio de la verdad divina. No cerréis vuestro espíritu al soplo del Espíritu Santo. Recordad que sois los guardianes de la belleza en el mundo.

¿Por qué hemos de obviarla, como si se tratase de un lujo prohibido? ¿Por qué avergonzarnos de disfrutar de ella, como si no mereciésemos su presencia entre nosotros? Benedicto XVI también ha escrito:

“Que el Señor nos ayude a redescubrir el camino de la belleza, quizá el más atrayente y fascinante, para llegar a encontrar y amar a Dios”.

Y en referencia a la imaginería religiosa firma:

“Son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión”.

De ninguna manera podríamos vivir sin belleza, ya sea natural: paisajes, animales, colores, sonidos, aromas o la propia belleza del ser humano, a imagen y semejanza de Dios. También Él nos dotó de la posibilidad de crear vida, de crear belleza, de disfrutar de nuestra propia creación artística y que con esta creación seamos capaces de emocionarnos. José Luján Pérez y Fernando Estévez, maestro y discípulo, grancanario y orotavense, le dan nombre a las dos escuelas de arte más importante de nuestras Islas. Con el permiso de algún otro nombre, son considerados los artistas canarios más importantes de nuestra Historia del Arte. Y es bastante significativo que los dos sean escultores, creadores de figuras religiosas, los más grandes imagineros de nuestras islas. Sus obras están aquí, las tenemos delante cuando queramos, a todas horas. Quizás por eso, acostumbrados a convivir con ellas, no las valoramos en su verdadero significado, en su verdadera dimensión. Entre estos dos artistas, y sólo con las imágenes presentes en las iglesias de La Laguna podríamos poner en pie la Procesión Magna. Fernando Estévez es además, como sabemos, el creador de la de Nuestra Señora la Virgen de Candelaria.

Admiramos las imágenes de Salzillo, de Montañés, de Alonso Cano, de Juan de Mesa. Pensamos, con cierta “pelusilla” en algunas ocasiones, en las Semanas Santas de la Península: en la de Valladolid, la de Zamora, la de Sevilla, la de Murcia, sin detenernos en las nuestras, humildes o grandiosas, de interés artístico nacional, referentes universales o sencillas manifestaciones de religiosidad popular, que para eso han sido creadas, como reflejo de los sentimientos cristianos de los miembros de nuestras comunidades. Y lo hacemos, además, con ese complejo tan nuestro de que “pintamos poco”. Pues muy bien: la escuela de imaginería canaria ocupa, junto con la castellana, la andaluza y la murciana, uno de los puestos más importantes no sólo de la escultura española, sino universal. Y eso deberían saberlo Además de la casi totalidad de la obra de Luján y Estévez, nuestras iglesias albergan imágenes de Rodríguez de la Oliva, Martín de Andújar, Alonso de la Raya, Fernández Méndez y de tantos otros que, sin tanto rango, son creadores tan dignos como cualquier otro de los de “reconocido prestigio”.

Pero también deberíamos reflexionar sobre el sentido de esa belleza al servicio de nuestra fe, en la función de la imagen en la calle, en el significado real de la figura de Cristo crucificado. Nuestro Santísimo Cristo de La Laguna es, como sabemos, una figura casi sin firma, obra , según el profesor Francisco Galante, de un escultor flamenco todavía gótico sin otra obra conocida, Louis van der Vulle. Sin embargo, desde los primeros años del siglo XVI esta escultura forma parte de nuestra vida diaria. Esa, indiscutiblemente sí, claro que sí: nuestro Cristo de La Laguna. Así son las paradojas de la contemplación del arte: se trata de una estampa de Jesús de Nazaret que nada tiene que ver con la idea de lo apacible, lo sereno, lo sosegado. Es un hombre; nada más y nada menos que un ser humano, que ha sufrido una tortura salvaje durante tres días seguidos, que ha sido humillado, azotado, vejado, vencido. Un hombre crucificado, con el color de la muerte en su piel, una corona de espinas lacerándole la frente, y una lanzada en el costado a modo de certificado. Clavado en el madero, sobre su cabeza, el burlesco cartel romano: Jesús Nazareno, rey de los judíos. Quien ideó la afrenta habrá tenido que sentirse orgulloso de su hazaña, porque esa inscripción contiene el verdadero mensaje de las autoridades y del pueblo, que no es otro que éste: ahí tienen a su dios, a su profeta, a su mesías; a ese ―de quien dicen los fanáticos que le siguieron hasta ahora― que ha estado haciendo milagros, y curando enfermos; que decía que era hijo de Dios, como si no supiéramos que en realidad es el hijo de José, el carpintero. ¿Lo están viendo? Está muerto. ¿No les queda clara ya su impostura? ¿Cómo es que no se ha salvado a sí mismo, si decía que era Dios? ¿Quién se deja matar siendo Dios?

Si no fuera porque conocemos el final, y el verdadero sentido del sacrificio, la vista de su aspecto físico desnudo, delgadísimo, con el rictus del dolor extremo en la cara, los ojos cerrados y la sangre negra, ya seca sobre la piel, casi nos haría tratar de evitar su visión. Sería como si uno de nosotros, de nuestros seres más queridos, más próximos, estuviera ahí, así. Y es efectivamente eso lo que nos pasa cuando vamos a verlo a su Santuario; pero sobre todo, cuando frente al callejón de la Claras esperamos su paso y finalmente lo vemos llegar. En ese momento, todo se junta y se confunde: las notas de la malagueña desde la ventana, el silencio, la emoción, y un frío parecido al que ese Hombre debió soportar en la cruz para redimirnos. Así quiso declararnos nuestro poeta Manuel Verdugo que su sentimiento es parecido al que todos sentimos:

Cuando el Mártir, moribundo

en el sagrado madero,

pasa cual sacro fantasma

entrambos brazos abiertos,

hasta calla, en homenaje,

el tenue rumor del viento.

Son esas las razones por las que nuestro Santísimo Cristo nos emociona: porque se hizo como nosotros, tiene un aspecto parecido al nuestro; es esa la clave que movió a un escultor desconocido a crear su hermosísima obra: que reflejara a un hombre muerto y vencido. No un cuerpo sonrosado, sereno, con su preciosa sangre roja surcándole la piel; una estampa adorable al estilo acostumbrado del museo. No, van der Vulle quiso plasmar otra cosa, seguramente él la consideraría más auténtica, más próxima a la verdad física de nuestro conocimiento, un cuerpo muerto más… parecido a nosotros. El Cristo nos va a llevar de su mano, invisible para quienes no sepan, no puedan o no quieran verla, desde la iglesia de Santo Domingo, ya casi al final del recorrido, a una ―otra― nueva dimensión artística; se trata de las dolorosas y maravillosas notas de una partitura musical familiar, conocida: volvemos a oír las notas del “Adiós a la vida” de la “Tosca” de Puccini, que convirtió en única y lagunera el maestro Castillo, y que sonarán una vez más en la calle de La Carrera, mientras se nos eriza la piel con el Cristo enfilando la “oscura torre tronchada” de la Iglesia de la Concepción. Escucharemos de nuevo la plegaria sonora de los músicos de Dios, el pentagrama de espinas trenzadas. Nuestro sacrificio habrá sido mínimo, insignificante, infinitamente pequeño, comparado con el de ese Dios hecho Hombre por amor a nosotros al que hemos ido acompañando por las calles, a quien hemos estado velando una noche de Viernes Santo más. Y rememoraremos los momentos de la juventud cada vez más lejana en que tejíamos lazos de complicidad, como una manifestación de amor desinteresado y generoso de las que sólo son capaces de sentir los jóvenes.

Y cuando el Cristo atraviese la puerta de esta iglesia clavado en su cruz entonces entenderemos una vez más por qué eligió el Señor esta ciudad y por qué sus hijos lo colman de atenciones y cariño cada madrugada de Viernes Santo.

Nos dice San Mateo que Jesús habló así a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz, y me siga”. Es esa la cruz que recorre, a hombros de nuestros jóvenes, ciudades y países de todo el mundo. Las Jornadas de la Juventud, que se celebrarán en enero de 2.019 en Panamá, tienen como lema “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Son ellos la nueva savia de la que hablaba antes, los llamados como discípulos y misioneros en estos tiempos, a ejemplo de la Virgen María. Son ellos los que van a seguir con el testigo heredado a través de los años. A ellos les hacemos entrega de nuestro legado, de nuestras tradiciones; es cometido suyo que no se pierdan, y al mismo tiempo, son también los encargados de recoger la tradición y buscar la innovación necesaria para estar siempre en sintonía con los cofrades, la Iglesia y la sociedad.

Los que tuvimos la iniciativa y la suerte de ser padres valoramos con amplitud de miras la importancia que tiene dar paso, en cualquier ámbito social, a nuestros chicos y chicas. Si me apuran, no es darles paso, sino dejarlos perpetuar lo que un día nosotros quisimos ser, quisimos sentir, quisimos descubrir y moldear. En las hermandades y cofradías esa continuidad se convierte en un asunto vital para lograr el impulso evangélico que toda corporación religiosa desea y necesita. Además, esos eslabones devocionales adquieren tal fuerza que son capaces de sostener durante siglos el compromiso que supone pertenecer a una comunidad. En este tiempo en el que tanto se cuestiona a la juventud, aquí están ellos formando parte de nuestras Hermandades y Cofradías. En algunos casos por pura coincidencia, o porque un día se vieron acompañando a una hermana que cumplía una promesa; creo que con este ejemplo queda bastante claro lo que intento decirles.

Pero del mismo modo que nuestra Semana Santa tiene una dimensión patrimonial ―precisamente por la riqueza artística de la que disponemos― quisiera señalar aunque sea brevemente su aspecto sociológico como objeto de comentario. Durante estos días acogemos, como siempre, a una enorme cantidad de personas; muchos, canarios de todas las islas; otros más, también españoles, y extranjeros, atraídos por la resonancia de nuestra tradición más arraigada, más identitaria, más lagunera, aunque tendamos a pensar que acuden a los actos en nuestras iglesias y en nuestras calles como parte de sus vacaciones. Siendo cierto, también parece que la vida se mueve más deprisa entre esa marea incontenible de gente de todos los credos, de todas las razas. Ese trasiego diario que desde unos años convierte estas calles, cada día, en uno de esos rincones del mundo donde parece que no hay lugar ni tiempo para la calma, ha sido siempre tierra de gente humilde y trabajadora; es y ha sido también el solar de poetas y músicos, pero sobre todo, pueblo de acogida y de fraternidad con cuantos nos han convertido en ciudad de todos, canarios o forasteros; cualquiera sabe si también, o mejor dicho, si incluso por eso formamos parte del Patrimonio de la Humanidad.

Así pues, son nuestras ganas de vivir y de compartir con los demás lo esencialmente nuestro las que nos hacen tener una actitud favorable ante tal despliegue humano, considerándonos elegidos para participar en lo colectivo, en lo universal desde nuestra humildad. Estas mismas calles de una ciudad en blanco y negro que pisábamos cuando niños fue tomando el color de la actualidad, de unos nuevos tiempos que nos cautivan y nos llenan de nostalgia casi a partes iguales, dejándonos estampas congeladas que nos retrotraen, y que las han consagrado como el escenario perfecto de nuestras ganas de prosperar y de ser mejores. Es la ciudad, nuestra ciudad cantada, la ciudad referencial, acariciada por el arte, la ciudad acogedora que le presta su piel a todo el que la vive, la ciudad más querida, la que nos une.

Es verdad. Pero lo es también que, aunque todos conozcamos la diversidad de sentidos que presenta y la variedad de significados con que las personas encaran estos siete días, desde el descanso, el viaje o la diversión, nuestro punto de vista debe ser otro: creemos que hablar de la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo sólo puede hacerse desde nuestra fe en ese Dios y Hombre que se encarnó, sufrió y murió por nosotros; la fe en que resucitó al tercer día. Pero la conmoción y angustia con la que creyentes y no creyentes asistimos al paso de las imágenes nos recuerdan una parte imprescindible de nuestra forma de ser, y de pensar para vivir.

En una sociedad en la que la identidad llega a convertirse en un concepto tan sutil, mientras paralelamente nuestras raíces están cada vez más desdibujadas con la dichosa globalización, las Hermandades son un referente que imprime a los que las configuran un sentimiento de identificación tan marcado que se queda a medio paso del orgullo. No es mi intención contarles la fundación de las Hermandades, de cada una de ellas, puesto que la mayoría de los que aquí se encuentran las conocen a la perfección; es más, muchos de ustedes han sido testigos directos de los primeros días de algunas y, en muchos casos, culpables de su fundación. Pero me veo obligada a rendir un mínimo homenaje a los que un día no quisieron que nos fuéramos desprendiendo de nuestras raíces y tuvieron la valentía de aunar sus inquietudes como católicos y focalizarlas en la devoción, en la fe, y en su más importante manifestación en la calle: la Semana Santa. Son estampas que nos acompaña en la memoria y a cuya presencia virtual no se resignaron ni ellos ni nosotros, legándolas a toda la comunidad cristiana de esta ciudad. La religiosidad popular ofrece unas dosis de sentimentalismo que a veces traspasa la frontera de lo estrictamente teológico para ocupar planos de carácter antropológico, cultural e incluso, en ejemplos nada edificantes, hasta folclóricos. Aunque también es cierto que todos estos puntos de vista, bien canalizados, pueden ayudar a componer una partitura de fe que nos acompañe como banda sonora de nuestra espiritualidad, y son los que en definitiva nos unen en un proyecto cuya realidad podemos disfrutar hoy, y que debemos transmitir.

Decía al principio que la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, la Predilecta de Luján Pérez, ilustra el cartel de la Semana Santa de este 2018, con sus manos abiertas; también del rosario. Pues bien, el magisterio de la Iglesia nos explica que el rosario es un compendio de todo el Evangelio. En sus misterios se hallan la luz, el gozo, el dolor y la gloria. Nuestra Santísima Virgen nos ofrece el calor de sus manos como refugio en los momentos más duros de nuestra existencia. Así se lo transmite a Santa Brígida en una de las numerosas revelaciones, la número XIV del tomo segundo de su obra:

Miro ahora a todos los que viven en el mundo por ver si hay quien se compadezca de mí y medite en mi dolor; mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y padecimientos. Y así tú, hija, no me olvides. Aunque soy olvidada y menospreciada por muchos, mira mi dolor e imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y lágrimas, y duélete de que sean pocos los amigos de Dios

Asimismo le fue transmitida con sus palabras la promesa de conceder siete Gracias a las almas que la honren y acompañen diariamente, rezando siete Avemarías, meditando sobre sus lágrimas y dolores:

- Llevaré la paz a sus familias

- Serán iluminados en los Divinos Misterios

- Los consolare en sus penas y los acompañaré en sus trabajos

- Les daré cuanto me pidan si aceptan la voluntad adorable de mi divino Hijo y a la santificación de las almas

- Los defenderé en su lucha contra el enemigo infernal, protegiéndolos en cada momento de su vida

- Los asistiré en el final de su existencia, y así podrán contemplar mi rostro de Madre.

- Las almas que proclamen esta devoción a mis lágrimas y dolores serán llevadas, por voluntad de mi Hijo Jesucristo, de esta vida terrenal a la vida eterna, pues les serán borrados todos sus pecados y ambos seremos así su consolación y alegría.

La Santa Madre Iglesia nos enseña igualmente que María, unida a la pasión de Cristo, es corredentora del linaje humano y es por esta razón por la que cada una de las gracias que recibimos del tesoro de la redención se nos da por las manos de la misma Virgen Dolorosa.

Imagínense, por un momento, quienes son madres como yo, que ven a sus hijos soportando un tormento semejante al que Jesús sufrió; imagínense la angustia en las entrañas, cómo reflejarían esa tensión, esa tristeza imborrable, esa desesperanza. La expresión de la imagen que Luján creó genialmente nos muestra esa mezcla de dolor, desesperanza…, y esperanza. Nos ha enseñado a superar no la angustia insalvable, sino precisamente la desesperanza. Ella entiende a su Hijo a pesar de todo; Ella comprende que está supeditado a su destino, que es ahora el duro momento donde demuestra su testimonio verdadero, cuando no se puede echar atrás, cuando demostrará, sin aspavientos ni accesorios, la realidad de su tragedia; donde, sin palabras, su magisterio es más elevado, más sublime. Es un ejemplo de Vida Eterna, de fracaso superado, de dar todo para recibir también todo. En definitiva, de dar auténtico sentido a una Vida, marcada desde su inicio por este final y que pronto se convertirá en verdadero triunfo, pero mientras tanto acompañamos al Señor en su Agonía y a su Madre en su angustia y en su desconsuelo. Escuchemos las palabras de D. Agustín Salgado, dedicada a Nuestra Señora, escritas hace unos años para la Semana Santa de Madrid:

Tu expresión, Señora, tiembla con tu caminar y es ahora cuando ni el palio puede tapar tu inmenso dolor, no hay disimulo posible. Tu angustia se manifiesta en toda su intensidad, es ahora cuando quisieras alcanzar a tu Hijo para retenerle, para disuadirle de su locura, para decirle… no sabes qué….Lo que sí sabes es que es imposible apartarle de su compromiso, de la razón de su venida al mundo. De tus profundos y serenos ojos se escapan imposibles e inevitables las humanas lágrimas, que no son perlas, no, no: son lágrimas. Son esas lágrimas, María, con las que los hombres hemos aprendido a llorar la pérdida de tu Hijo. Tu llanto se rinde ante la pena, no hay lucha contra la pena, dejas que corra por tus mejillas. Tu cara se contrae sin poder compartir tu triste e intensa amargura, pues solo una madre en tu situación la entendería.

Tu ejemplar resignación enseña una gran lección de fortaleza, no por ello exenta de la debilidad que nos impone el dolor y, sin permitir que se nuble tu mente, teniendo bien claro la exquisita misión de traer el Hijo de Dios al mundo. No le falta a tu rostro una pequeña dosis de rebeldía, preguntándote cómo es posible que Dios Padre te pueda distinguir para ser la madre de su Hijo y ahora te lo quite con tanto tormento. No puedes por menos de pensar que si tu Hijo no fuera quien es, te habría evitado infinidad de sufrimientos. Son los momentos de flaqueza de una Madre aterrada, que sufre por su Hijo, que es comprendida por todas las madres de todas las épocas, que es el espejo en que se han mirado las cristianas a lo largo de los siglos.

Tu faz nos dibuja que eres capaz de vencer debilidades y flaquezas para, con humildad, transformarlas en esperanza, pero nos tienes que dejar asomarnos a tu desconsuelo para hacerte más creíble y real, nos tienes que dejar vislumbrar tu amargura para acompañarte en este ingrato trance, nos tienes que permitir compartir contigo tu dolor para hacerle entre todos más pequeño, nos tienes que ayudar con tu dulzura a mantener la unidad y la entereza, nos tienes que demostrar con tu soledad que en la reflexión nos hacemos grandes y nos tienes que enseñar a caminar, a compartir tu angustia siguiendo a tu Hijo con la Cruz a cuestas.

Sólo quisiera añadir, humildemente, volviendo a la cita inicial: Tú también eres” Piedra”, Sagrada Virgen; por eso, aunque fueras la Elegida por Dios, la “predilecta” del artista, también pareces pedir explicaciones a través de tus manos.

Hasta el Domingo de Resurrección sólo podremos conmemorar una injusticia, una venganza, un miedo a perder el poder por parte de los poderosos a lo largo de toda la Historia; de antes y de ahora. Y nosotros también somos cómplices y conscientes de semejante desaguisado, aunque solamente sea por desidia, intransigencia, apatía, comodidad.., por abandono. La Señora es Señora en toda su compostura y esto, el señorío, es algo que no se aprende, que no se hereda; se tiene o no se tiene; no es condición del rico ni del pobre; se percibe y no se sabe cuándo ni cómo, pero ahí está. Nuestra Madre, la preciosa Virgen de los Dolores, la Predilecta, la “niña de sus ojos”, como decía el propio Luján, lo tiene; y ese natural señorío le rebosa, la desborda… El señorío mariano es humildad, sencillez, elegancia, una forma de entender la vida, aceptación del destino, entrega sin espera; es ser, libremente, esclava del Señor; pureza Inmaculada, es maternidad, dulzura, esperanza, dolor lacerante y amargo, paz siempre deseada, desamparo contenido, soledad acompañada, angustia…, advocaciones de las que La Laguna, a través de su imagen, admira en sus calles al verla pasar.

Y es ahora, ya próximo el mes de octubre, cuando nos vemos inmersos de nuevo en los preparativos para organizar una nueva peregrinación de nuestra Virgen de Candelaria, que se realizará con ocasión del bicentenario de la creación de la Diócesis tinerfeña. Ella nos viene a visitar a Santa Cruz y La Laguna como lo hiciera en otras ocasiones, siempre rodeada de fervor, esta vez, con el lema: "María, nuestra misionera ayer y hoy". Todos contribuiremos al carácter pastoral de la visita de una imagen que en esta tierra sigue siendo imán de fe y espiritualidad para muchas personas; también, por supuesto, para nosotros los cofrades que intentamos hacemos presentes en todos los acontecimientos religiosos de nuestra querida ciudad. En la última ocasión que la Santísima Virgen de Candelaria llegó a La Laguna, vivimos momentos de gran emoción, como el de la llegada a la Plaza del Adelantado, la bienvenida de nuestro Señor Obispo, la procesión hasta esta Iglesia de La Concepción, o la despedida en la Plaza del Cristo, con el encuentro de las dos imágenes ante los miembros de las Cofradías y Hermandades, y la presencia de un gran número de personas. Es nuestra "Iglesia en salida misionera", la que el Papa Francisco pretende concretar en una "nueva etapa evangelizadora" marcada por el signo de la alegría.

Y ahora me gustaría, finalmente, que me permitieran tomar algo de distancia un instante para dirigirme a mis hermanos y amigos, miembros de hermandades y cofradías:

En tu sacrificio veo el orgullo por lo que haces y lo que representas para la Semana Santa de nuestra ciudad. Te veo y miro el rastro de cariño que vas dejando, lágrimas de cera tibia sobre el asfalto; el alboroto del atardecer cuando las campanillas de cera tintinean con el traqueteo de los tronos. Y pienso que si el ser humano se mirase por un instante en tus ojos, se daría cuenta de que no es tan difícil creer en un mundo mejor. Que no son tan grandes las distancias que nos separan, ni las que nos hacen diferentes. Tú, Cofrade con letras mayúsculas, tiendes puentes para sortear las dificultades de la vida; representas como nadie la esperanza y la justicia; es tu esfuerzo altruista la llave que abre todas las puertas, la luz que deshace todas las sombras y el camino más corto entre los hombres y Dios. Porque en la procesión no hay nada más importante que lo que llevas encima y a quien llevas al lado tuyo. Con ambos te fundes y a ambos les confías todo lo que se le puede confiar a un padre, a una madre y a un hermano. Gracias de todo corazón, hermana, esposo, madre, hijo, amiga.

Debo terminar ya, y quisiera añadir otra reflexión: todos los sentimientos humanos positivos viven con nosotros cuando somos capaces de seguir el auténtico pensamiento cristiano, cuando intentamos imitar a Cristo y su comportamiento. Se puede perdonar, compartir, integrar, sembrar concordia, donar alegría, exportar entusiasmo, regalar belleza, repartir consuelo, entrega, ser testigos de una fe que nos da ya una parte de la felicidad eterna. Si creemos que Cristo resucitó, no tenemos más remedio nosotros que resucitar con Él y con los que nos antecedieron, yendo a su encuentro, disfrutando en tan buena compañía de la prometida vida eterna. Esto es lo que nos hace esperar con alegría el reencuentro que nos compense de la pérdida, para que la felicidad sea lo habitual y no lo raro.

Quiero decirles, por fin, que si con mis palabras he conseguido trasmitir sentimientos, emociones, sensaciones positivas, creencias no pasadas de moda, entusiasmo, y alguno de ustedes se ha visto reflejado en los mismos, mi objetivo está logrado. Y si alguien desconocía este mundo cofrade tan nuestro y tan de todos y ha podido abrir los ojos a una nueva vivencia, también me doy por satisfecha.

«Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», dice el Misal Romano. Y Nuestro Santo Padre el Papa Francisco, ante el comienzo de una nueva Semana Santa, nos invita especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. “Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga”, nos recuerda. “Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.” Que así sea.

A continuación y como es tradicional el Sr. Presidente de la JHC le impuso a la pregonera la medalla de la J.H.C. y firmó en el libro de honor.

Seguidamente la Camerata Lacunensis bajo la dirección de D. José Herrero ofreció su concierto dentro de la XX Semana de Música Sacra de La Laguna.

Cerraron el acto el Sr. Presidente de la J.H.C. y el Sr. Obispo.