Ilmo. Sr. D.Julián de Armas Rodríguez

“Con licencia del Sr. Alcalde y del Consejo Municipal”, de nuevo acudo a esta fórmula porque así comenzaban los anuncios oficiales que se hacían, por orden de la Autoridad Competente, en los viejos reinos de Castilla. Y, acudiendo a la antigua usanza, me tomo la libertad de anteponer, al saludo protocolario, los sentimientos personales que este habitante de La Laguna, desde hace cincuenta años, tiene esta noche en su corazón.

Expreso mi reconocimiento al Sr. Alcalde y a la Corporación por brindarme el, no merecido, alto honor, de proclamar el pregón de unas fiestas que dan timbre de gloria a una ciudad Muy Noble, Leal, Fiel y de Ilustre Historia, patrimonio que es de la humanidad. Así como a unas ciudadanas y ciudadanos, que siempre han sabido y saben estar a la altura del impresionante escenario vital que marca el acontecer de la antigua y nueva Agüere.

Hace unos meses, me sorprendió nuestro Alcalde con una llamada para hacerme la invitación a ser pregonero. Entonces cometí un error, no respondí al instante. Así tenía que haber sido. Más bien, me quedé perplejo, porque no me veía como pregonero, ni aún me veo. No caí en la cuenta de que la propuesta hacía referencia a un honor que se dispensaba, y no a una carga que se ponía. Pido perdón por esta con - fusión. Me atreví a pedir unos días para pensarlo y fue cuando descubrí que no se podía decir: No. Para un tacorontero enraizado, la mayor parte de su vida, en La Laguna, SER PREGONERO ES TODA UNA DISTINCIÓN.

Muchísimas gracias Don Fernando, y manifiesto una honda satisfacción por ocupar, con mucha voluntad, pero no con menos miedo, esta tribuna por la que han pasado prestigiosas personalidades políticas, académicas y profesionales de las más variadas áreas del saber, cuya sola mención oscurece la presencia de quien hoy les habla.

Y ahora sí que vienen los saludos de rigor, pero con mucho cariño y agradecida emoción:

Excmo. Sr. Alcalde y Corporación Municipal, Excmo. Y Rvdmo. Sr. Obispo, Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades Civiles, Militares y Consulares, Ilmo. Esclavo Mayor, Junta de Gobierno y Miembros de la Pontificia, Real y Venerable Esclavitud del SMO. CRISTO, Excmo. Cabildo Catedral y Rvdos. Sacerdotes, Ilmo. Sr, Presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías, Representantes de las Instituciones Culturales y Sociales, Amigas y Amigos Laguneros.

Ocurrió en la década de los años treinta del siglo pasado. En los años difíciles que, entonces, nos tocó vivir, se cuenta, que de Madrid llegó una orden prohibiendo todas las manifestaciones religiosas en espacios públicos.

Consecuentemente, el alcalde, que presidía entonces el consistorio lagunero, convocó al consejo municipal para preparar el consiguiente bando y dar cumplimiento a la mencionada orden.

Después de un debate, el alcalde decide: “Todas las procesiones en La Laguna quedan prohibidas”. Es cuando, un concejal pregunta: “¿Y El Cristo?”. “¿Y El Cristo?”, “¿Y El Cristo?, fueron preguntando los concejales unos tras otros. Se hace silencio, y el alcalde respondió: “El Cristo, sí que sale”.

Aquel alcalde, sin saberlo y pretenderlo, estaba dando cumplimiento a lo que recoge el evangelista: “Aquí hay uno que es mayor que el templo” (Lucas Lc.4, 18). Este es el título del breve pregón que ahora comienza.

Y nació una ciudad, que no tendría otra finalidad, que hacer temblar espiritualmente a otros pueblos, ofreciéndoles el MENSAJE DE PÚRPURA de su CRISTO y el fulgor centelleante de la FE DE SUS DEVOTOS.

Esta ciudad fue LA LAGUNA, referente de paz y armonía, donde jamás murallas la rodearon, plena de reservas de inmortalidad, cuya función en la historia era SERVIR DE PEDESTAL A UN CRISTO SUYO, propio, porque no sería EL CRISTO DEL CALVARIO. NI DE LA BUENA MUERTE. NI DE LA MISERICORDIA, ETC, sino el “SEÑOR DE LA LAGUNA”, como muy bien se le invoca en viejos documentos. Y esto, no solamente por su configuración geográfica, donde abundarían las aguas, si no porque se llamaría SAN CRISTÓBAL DE LA LAGUNA.

Y, entonces, la Ciudad de ayer, de hoy y de siempre, llevando, como el Patrono Cristóbal, a CRISTO sobre los hombros de su historia, hizo del Crucificado el centro de su haber social y cultural y el alma de su ser.

Desde el siglo XVI, niños, jóvenes y ancianos de estas tierras han mirado al CRISTO con brazos clavados para abrazar, con pies clavados para esperar, con su frente inclinada para mirar, con sus labios jadeantes para besar y han improvisado coplas como: “AL CRISTO DE LA LAGUNA MIS PENAS LE CONTÉ YO, SUS LABIOS NO SE MOVIERON Y SIN EMBARGO ME HABLÓ”, y tantas otras que conmueven al alma canaria.

Y aquí estoy, pregonando no unas fiestas, sino al PROTAGONISTA DE LAS FIESTAS. Y lo hago no como historiador, poeta o escritor, porque no lo soy, sino como SACERDOTE, es decir, como hombre de Iglesia, como creyente.

Un día, en mi pueblo natal, con la excelente ayuda de un buen párroco, me encontré con JESÚS DE NAZARET, y cuando tenía doce años, ingresé en el antiguo Convento de los Dominicos, en aquellas décadas SEMINARIO DIOCESANO, para conocer mejor a Jesucristo y aprender a ser su pregonero.

Es la razón, señoras y señores, por la que pregono a CRISTO Y HAGO EL PREGÓN DEL CRISTO. Y quiero proclamar, esta noche, y en este espacio laico y civil, que El MAYOR Y MÁS SIGNIFICATIVO ACONTECIMIENTO DE TODA LA HISTORIA UNIVERSAL, HA SIDO EL NACIMIENTO, LA VIDA, LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN DE JESÚS DE NAZARET.

No fueron los reyes y emperadores, los dictadores de turno o los ejércitos con sus generales; no fueron los científicos y los sabios, los pensadores y los artistas que encontramos en las clases de historia, los que cambiaron el mundo.

Alejandro Magno o Napoleón, Hegel o Einstein, Mozart o Picasso, etc., no constituyeron modelos definitivos de humanidad. La estrella que eclipsa todas las demás es El Rabi de Galilea. Nacido en un rincón del mundo, que los grandes de su tiempo consideraban insignificante. (“¿Acaso puede salir algo buenos de Nazaret? Jn.1,46”).

Era un aldeano que hablaba a un grupo de pescadores. Vestía pobremente. Tanto ÉL como sus seguidores, eran gente sin cultura, sin lo que el mundo llama cultura. No había escrito libros, no poseía títulos, no tenía dinero ni posibilidad de adquirirlo. No contaba con armas, ni ejército, ni poder alguno de este mundo.

Desde el inicio, fue odiado por los más fuertes y poderosos. ¡Era un incomprendido! Los violentos lo encontraban débil y manso. Los encargados del orden público le juzgaban violento y peligroso. ¡Aquel hombre era un peligro!

Un peligro para la religión oficial de Israel, y un peligro para las políticas de aquella provincia del Imperio. Los cultos le despreciaban y le temían. Los ricos le llamaban loco y los sacerdotes del Templo le consideraban blasfemo y enemigo de Dios.

Sin embargo, muchos, sobre todo, jóvenes, pobres, incultos, le seguían por los caminos cuando predicaba. Sus palabras nuevas y buenas atraían a los más hambrientos, enfermos y esclavizados de la época.

Sus palabras despertaban emoción, entusiasmo y vida, hasta el punto que una mujer, de entre la multitud, gritó: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!” (Lc. 11’27). Otro gritó: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Jn, 7’46).

¡Cierto es! Hasta entonces, nadie había hablado tanto y tan claro del amor, de la justicia, de la libertad, de la paz, de la verdad, de la dignidad humana, del valor de cada persona. ¡NADIE HABÍA HABLADO DE UN DIOS PADRE COMO EL HIJO DEL CARPINTERO DE NAZARET!

Sólo, en tres años escasos, fue capaz de dividir la historia e dos partes, un antes y un después. Y veinte siglos más tarde, la historia gira en torno a este hombre, QUE SE PROCLAMÓ HIJO DE DIOS (“Yo soy el Mesías, el que habla contigo” Jn, 4’25, dijo a una mujer de Samaria).

Una gran parte de la humanidad, cuando se le pregunta por sus creencias, usa su nombre para denominarse. Dos mil años después de su vida, se escriben cada año más de mil volúmenes sobre su persona y su doctrina. Su historia ha servido como inspiración, al menos, para la mitad de todo el patrimonio artístico que ha producido el mundo desde que ÉL vino a la tierra. Y cada año, decenas de miles de mujeres y hombres dejan todo: familia, cultura, patria…para seguirle, como aquellos doce galileos.

¿QUIÉN, QUIÉN ES ESTE HOMBRE, por quien tantos han muerto, a quien tantos han amado hasta la locura, y en su nombre tantos, como José de Anchieta, Pedro de Betancourt, Sor Mª Jesús de León y tantos y tantas, han partido a lejanas tierras para llevar su mensaje y han conmovido al mundo con sus obras de amor?

¡Desde hace dos milenios, su nombre ha estado en la boca de millones de agonizantes como una esperanza, y de millones de mártires como un orgullo! ¡Cuántos han sido encarcelados y atormentados, cuántos ha muerto y siguen muriendo en nuestros días, como en Irak, Nigeria y tantos lugares más, sólo por proclamarse discípulos suyos!

Y también, ¡cuántos han sido obligados a creer en ÉL, con riesgo de sus vidas! ¡cuántos tiranos han levantado su nombre, como una bandera discutida, para justificar sus intereses o sus dogmas personales!

Su doctrina, paradójicamente, inflamó el corazón de los Santos y las hogueras de todas las inquisiciones.

¿Quién es, pues, este JESÚS DE NAZARET, que se proclama a sí mismo: “Camino, Verdad y Vida”, “Luz del mundo y Sal de la tierra” (Jn.14, 1-6). ¿Quién es este Galileo que afirma que, creyendo en ÉL, el hombre salva su vida, e ignorándole, la pierde (Jn.11, 26)?.

“TÚ ERES EL CRISTO, EL HIJO DE DIOS VIVO”, dijo Pedro el pescador (MT.16, 16). “¿A quién iremos, sólo Tú tienes palabras de vida eterna?” (Jn.6, 68), exclamó el mismo Pedro en otra ocasión.

Reconocer a Cristo como DIOS es lo que determina el destino de la humanidad. La Iglesia cree “que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro” (G.S. 10). Por ÉL, con ÉL y en ÉL, todo ser humano llega hasta DIOS, hasta el origen y el fin de todo ser. “Jesús de Nazaret tiene un significado único para cada mujer y hombre. Su vida y su muerte no fueron un punto fugaz en la línea infinita del tiempo. Jesús es el punto de intersección donde la eternidad de Todopoderoso se ha introducido en el tiempo” (Cardenal Muller).

Y es esta la fe que ha marcado la identidad de nuestra ciudad durante más de cinco siglos. Raíces de identidad bellamente cantadas por nuestro poeta Manuel Verdugo, en impresionantes versos:

Cuando la luna lo baña todo con su luz fría,

he contemplado LA CRUZ VETUSTA que hay a tu

entrada; símbolo enhiesto que es algo humano

y algo divino;

¡TU PROPIO EMBLEMA! ¡TU FE DE SIGLOS PETRIFICADA!

Ahí está nuestra identidad, ahí están las huellas de un pasado que ha engendrado un tesoro de cultura y tradiciones, pero cuyo tesoro más valioso es aquel al que apuntan la mayor parte de nuestros monumentos patrimoniales, que no es otro sino la fe de un pueblo donde se construyeron tantas obras de arte. Y esta fe nos remonta, un año más, a Cristo Crucificado, por Quien y para Quien celebraremos las fiestas de septiembre.

Para la ciudad de Agüere, el Crucificado es nuestro emblema. Esta venerada y bendita imagen, ante Quien miles de generaciones de laguneros e isleños, a través del tiempo, se han postrado para rezar, para abrir su corazón dolorido, es la síntesis de todos los valores que encierra el humanismo cristiano y que han configurado el ser y el hacer de nuestra gente.

Yo, en la recta final del pregón, quiero decir a La Laguna, campesina y señorial, con montañas que la guardan y con mares que la bañan, fiel a sus tradiciones y abierta a nuevos tiempos y dimensiones, quiero decirte:

Que Jesús de Nazaret puede ser una verdadera sorpresa para el siglo XXI. Puede ser la última palabra que necesites oír para vivir de manera más digna y esperanzada. Me atrevo a decirte que EL EVANGELIO puede ser una verdadera alternativa, porque, como ha escrito el Papa Francisco, “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con JESÚS. Con JESUCRISTO siempre nace y renace la alegría” (E.A. Evangelii Gaudium).

Me corresponde, por suerte, Señor de La Laguna, anunciar y dar comienzo a tus anuales fiestas y, a tus plantas, quiero suplicarte, que continúes, como desde hace medio milenio, siendo punto de encuentro, eje vertebrador y nexo de cohesión de toda la buena gente que vive en este bello rincón de España y que, desde el Convento de San Miguel de Las Victorias, donde Tu esclavitud te custodia y te da culto, seas Luz y Símbolo de paz y grata convivencia para la ciudad, la isla y Canarias.

Y a todos ustedes, les agradezco la atención prestada, les pido perdón, porque posiblemente este no ha sido el pregón que ustedes esperaban. Sólo he pretendido compartir una reflexión desde la fe, sin ahondar en otras consideraciones, más propias de un profesional laico que de un hombre de Iglesia. Gracias por entenderlo y disculparme.

A todas y a todos, con alegría, emoción y hondo sentimiento ciudadano, les anuncio las tradicionales y hermosas fiestas de NUESTRO CRISTO LAGUNERO.

¡Felices días, felices fiestas! ¡QUE DIOS BENDIGA A LA LAGUNA! Muchas gracias.