Sr. D. Santiago González Suárez 

Alcalde, autoridades, amigos de La Laguna, buenas noches a todos.

Antes de sentarme a escribir estas líneas y sin ser consciente de la invitación de mi amigo, el alcalde Fernando Clavijo, escuché con atención las palabras de Julián Santana. El abuelo de mi hija, el hermano de Conchita o el hijo de Julián el taxista, el que tenía la venta en la calle Capitán Brotons, frente a la tabaquería de Penedo, como prefieran. Él, me lo advirtió nada más conocer la noticia: se van a meter contigo porque no eres de La Laguna. No se te ocurra decir que los laguneros somos santurrones porque hay de todo, igual que en La Orotava. No nos compares con Santa Cruz porque tienes las de perder ( y este resquemor, les recuerdo que viene desde 1706 cuando la erupción volcánica acabó con el Puerto de Garachico, un hecho que asestó un duro golpe a la economía del norte de la isla y al crecimiento de la La Laguna tal y como nos recuerda Alejandro Cioranescu). Y continuó Julián: “No somos canariones aunque tengamos unos vínculos especiales con la isla de enfrente fruto de los trasiegos estudiantiles y culturales”. Y concluyó: “En esta Ciudad de los Adelantados podemos discrepar en todo pero, hablar de El Cristo de La Laguna son palabras mayores y eso está por encima. Déjalo bien claro”. Alguna cuestión más me confesó para que no la comentase en voz alta, no fuera a ofender a los presentes, aunque fuese verdad…. pero, ya saben ustedes cómo somos los periodistas para guardar un secreto. Alguna les contaré.

Me sentí reincidente porque en La Orotava, donde pregoné hace unos años a San Isidro, tuve que sortear después de la lectura del documento el orgullo desmedido de los que había nombrado, el reojo de los que entendieron que había dado algún dato inexacto según su criterio, la mirada atravesada de algún erudito local decepcionado y por qué no decirlo, aceptar con campechanía, la exaltación de la amistad de los familiares y allegados.

En un pregón, sea de La Laguna o de La Orotava, sea popular o para expertos, lo asumas con cariño o por imposición, tienes siempre muchos riesgos. Sobretodo cuando uno no se dedica a este arte. Esta vez, como le dije a Fernando, me ilusiona y agradezco profundamente que pueda escribir estas líneas que me vinculan a esta ciudad porque, soy del Cristo de La Laguna.

Dicho lo cual, me arriesgo a la crítica. A la que recordaba Leocadio Machado en sus artículos: “…siempre hubo muchos que, detrás de los postigos de sus ventanas, se dedicaron a controlar el discurrir de las guaguas y de quiénes viajaban en ellas. Porque en la Ciudad de los Adelantados, aparte de curas y de estudiantes, también abundaron los curiosos tras los visillos; seres ocultos, al acecho de lo que ocurría, ávidos de rumores”.

Hagámoslo pues con deportividad. De la misma manera que en su día se actuó ante la protesta generalizada de los laguneros, cuando se trató de impedir la marcha de los gastadores velando por el Cristo durante la procesión, a pesar de que esta ciudad fue diseñada para la paz y como ejemplo de villa hispánica no fortificada pero, una cosa es el café y otra la taza. O, pongamos otro ejemplo más deportivo aún, cuando el Tenerife perdía ante el Hespérides aunque yo, por edad, disfruté más del Estrella en tercera división. Por lo tanto, si hay que rectificar, se rectifica pero, con clase. Eso también es muy lagunero.

Como en el cuento “El Cuadro”, del artista Pedro González, aprender a mirar o a descubrir cada imagen es la clave para captar la esencia y realizar la obra. Me acerqué al santuario del Cristo, atravesando la gran Plaza -límite durante muchos años entre la zona urbana y la agrícola constituida por la vega lagunera- y una de las de mayor espacio diáfano de Canarias donde desde los frisos en las rejas de los patios, hasta los círculos formados por los adoquines o los arcos con hiedra. Todo ello es un simple preámbulo de lo que alberga su interior. En el convento de San Francisco se construyó el complejo religioso dedicado a San Miguel de las Victorias que surgió después de la conquista del Adelantado Fernández de Lugo antes de 1506, en el siglo XVI. Unos siglos más tarde, ya en 1810, el incendio que destruyó prácticamente todo el convento, no pudo con la imagen del Cristo de La Laguna.

Fue entonces cuando se construyó la actual iglesia desde el 14 de septiembre de 1811. Habían pasado nada menos que cuatro siglos desde la llegada de los primeros pobladores -castellanos, lusitanos, flamencos- con quiénes fueron apareciendo esculturas de diversos lugares de Europa para cubrir las necesidades religiosas y adornar, a su vez, los primeros templos y conventos. La obra por excelencia del bajo-gótico de todo el Archipiélago, como destaca La Gran Enciclopedia de la Cultura, es la del famoso Cristo. Muchos historiadores del arte como Yarza Luaces o Hernández Perera, que han intentado con rigor conocer sus orígenes, dicen que procede del norte. La doctora Negrín Delgado, especialista en arte flamenco aclara su origen brabanzón. El doctor Galante Gómez, atribuye su autoría a Luís der Vule pero, son muchos los enigmas que rodean a los orígenes de la obra. El maestro Adrián Alemán fija su llegada en 1520, como obsequio del Duque de Medina Sidonia que lo envió desde Sanlúcar de Barrameda al Adelantado Fernández de Lugo.

Hoy en día, en torno al Cristo, ya no está la Artillería de Montaña, ni los sargentos de la Batería echándose “la mañana” después del relevo de la guardia. Muchos de los aquí presen - tes, aún recuerdan los días de estas fiestas en la venta de Antonino. Antes se conocían todos, desde los señores de la calle de San Agustín que podían disfrutar de sus grandes ventanales, hasta las familias humildes que llevaban su apodo con orgullo …-los patitas, los pancheras, los campaneros o los rosquetes….

En estas fiestas, los fieles venían desde Bajamar, La Punta, Valle Guerra, Pedro Alvarez, desde todos los rincones de la isla….En torno al Cristo, se reunían por una u otra causa, todos. Los que se echaban los repunches o los que desplegaban los manteles de hule en el suelo para el tentempié en medio de la plaza. Los que después de la guerra civil española se asomaban a las ventanas de la planta baja del Ateneo, frente a la Plaza de la Catedral para discutir de cultura como relataba Leoncio Rodríguez, o años más tarde, personajes como Juan Cachila, el general Fagó, Elvirita -que era como la Lolita Pluma de La Laguna-, el Huevudo y así , familias y nombres o apellidos ilustres del mundo del arte y la cultura hasta nuestros días. Todos, personajes, cada uno a su manera, e independientemente del título porque, como reconocía Ortega y Gasset, a pesar de su opinión sobre las fiestas, “el gusto popular sirve para cimentar la cohesión social”.

Estas fiestas siempre han tenido un entorno especial y multitud de vidas paralelas a las penas que durante años le hemos ido a contar a nuestro querido Cristo, ahora más pálido, por cierto, que cuando me llevaba mi madre para que me curase de mis ataques de asma. Entonces, ya en los años 70, el pálido era yo y también era a mi a quién más daño hacía el humo de las velas que con el tiempo habían ido afectando al santuario y al tono de la talla. La escultura de roble de Flandes, de una composición muy dura, trabajada sobre una de las mejores maderas europeas que ha llegado hasta hoy en un aceptable estado de conservación, ha sido testigo de muchos secretos, de millones de reflexiones, de innumerables historias. Los paseos del Cristo por esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, siempre nos lo ha puesto fácil para disfrutar de sus procesiones. Podíamos elegir el día 9, cuando salía hasta la Catedral. El día 14 a mediodía siempre ha sido la ceremonia por excelencia, cuando se dirigía a su santuario o si no, aprovechar la mágica travesía nocturna por la Carrera y San Agustín con el aliciente final de los fuegos. Y si no era posible, siempre nos quedaba la octava del día del Cristo, cuando salía alrededor de la plaza y antes de entrar a su santuario, en la calle Viana, dónde siempre nos ha parecido que hacía una especie de guiño para despedirse de los laguneros hasta el próximo año.

Como se cuenta en el libro “ Los Milagros del Cristo” editado por este Ayuntamiento, el Padre Quirós, que llegó a La Laguna cuando ya existía el convento franciscano de San Miguel, consideraba lógica la admiración y el entusiasmo ante la fe de los vecinos de La Laguna. “Desde antes del Concilio de Trento, año 1545, tenía el Santo Cristo, una piadosa cofradía que organizaba la procesión del 14 de septiembre y los festejos anexos, como eran toros, autos sacramentales y feria. Aquella cofradía ha sido continuada desde 1659 por la actual Esclavitud del Cristo. Por cierto que este año he leído unas acertadas palabras de su esclavo mayor animándonos a estar, más que nunca, junto a los más necesitados, algo que compartimos. A la esclavitud del Cristo también le debemos en gran parte que estos días, las fiestas sigan gozando de tanta afluencia y admiración.

De pequeños, mi hermana y yo siempre veníamos a La Laguna. Yo siempre con dificultades para respirar por culpa de la bronquitis asmática. Cada 14 de septiembre tocaba ver la procesión del Cristo y a rezarle al Cristo para que acabase con aquel calvario -cada uno con el suyo-. Ese día, mi madre me ponía los zapatos de vestir apretados que había estrenado meses antes, en junio, para las fiestas de San Isidro y, me arrastraba de la mano. Digo que me arrastraba porque los dos nos llevábamos bien y mal en la misma proporción. Aún mantenemos el mismo nivel de tozudez para decidir. En aquellos años, el meollo de la cuestión materno-infantil era elegir por qué calle entrábamos, a qué hora salía la procesión, a qué hora volverían los soldados y dónde comeríamos en ese día de calor y de fiesta. Reconozco que entonces me motivaba el ejército. Las procesión en sí también, pero digamos que estaba más acostumbrado. Mientras la imponente figura del Cristo recorría la ciudad en medio de tambores, cornetas y olor a incienso, mi mirada de niño se dejaba llevar por la imaginación y se colaba entre el regimiento y los gastadores, mi otro yo incluso hacía vida de cuartel y admiraba profundamente todo lo militar, tenía hasta el uniforme. Digo que fue la niñez porque acabé siendo objetor de conciencia cuando se me acabaron las prórrogas por estudio pero, bien que me sirvieron aquellas veladas para saber del esfuerzo, la disciplina y el fervor…. A los soldados se les suponía el valor pero lo mío también tuvo mérito por el respeto guardado y por los tirones del brazo que me daba mi madre para que fuera a su ritmo.

Otros años nos cambiaban el horario. Era una auténtica novelería acudir a los Fuegos del Cristo, los mejores de la isla junto a los de las fiestas realejeras, sin duda. Unos fuegos que explotan desde el siglo XVIII y que algún año, el alcalde del momento, llegó a ponerles valor: “con esto construiríamos media barriada” llegó a confesar don Narciso de Vera. Eran otros tiempos….tiempos de crecimiento y además, era la traca de las fiestas del Cristo.

Las otras visitas de entonces eran a casa de mis padrinos, Domingo y Luisa, primero al barrio de La Candelaria, en La Cuesta, donde por entonces se hacía mucha vida en la calle y más tarde, al Barrio de Gracia, por encima de la famosa curva que muchos laguneros, fruto del histórico pique con la capital aprovechan para compararla y hacerla ganadora -en glamour e historia- frente a la santacrucera curva de La Vuelta de los Pájaros. Con mis primos y, especialmente en verano, antes de estas fiestas, las aventuras en vespa por las calles del barrio aún sin asfaltar y los encontronazos entre niños de barrio y gente de pueblo, nos hicieron aprender también de La Laguna y sobretodo del dicho “a dónde fueres, haz lo que vieres”. Esos niños hablaban distinto. Tenían cadencia lagunera en el habla, al final de las frases. Y algunas golferías también eran distintas a las que hacíamos en La Orotava, como si se preparasen para ir adquiriendo ese humor socarrón y perspicaz que tendrían de mayores. Muchos de estos compañeros de pilladas, eran ya en mi niñez, los hijos o nietos de aquellos que se cogían las melopeas y paseaban sus guitarras por las noches de parranda hasta coincidir con sus descendientes, ya en la Universidad.

Y la tercera visita era a la calle de San Agustín, íbamos a la consulta de don Enrique González. Pancho y María Luisa, enseñaron el camino a mi madre hacia el doctor sigiloso y sabio que dio con la cura. Los doctores y las madres ya coincidían en vaticinar que en cuanto el niño diera el estirón, con el desarrollo, se le irían quitando aquellas crisis. Pero fueron las visitas al Cristo y al doctor González las que más hicieron por un niño enjillado y enfermizo que no entendía como la humedad de La Orotava y la de La Laguna era el problema y la solución de aquellos ataques de asma. Mi madre se lo agradece al Cristo. Lo cierto es que no había manera de salir de ambos sitios. Nos mandaban a lugares secos como Vilaflor, a los sures de las islas o a Madrid pero, siempre acabábamos por aquí. Las visitas al médico eran muy parecidas a las que hacíamos al Cristo.

La Laguna siempre tuvo muy buenos médicos y mucho buen humor. Me contaba Juan Jesús Labory la anécdota que siempre recuerda el arquitecto Sebastián Matías, sobre los doctores y amigos que tenían por costumbre tomarse los vasos de vino en La Laguna y, a medida que aumentaban los grados etílicos de forma proporcional se incrementaba el humor. Algún conocido jurista mandó callar a un famoso otorrino diciéndole: “o-te-callas-o-te-orinolaringólogo-

Eran tertulias como otras que, teniendo o sin tener cargas de profundidad, ya fuesen literarias o políticas, marcaban el carácter de la ciudad fuese en el Ateneo, la Universidad, en las proximidades del obispado o en tiempos de fiestas.

De vuelta a mis visitas laguneras en los 14 de septiembre, recuerdo que madrugábamos mucho. Nos vestían como si fuésemos al Teide porque en La Laguna hacia mucho frío o mucho calor y nunca acertábamos. Eso ocurría mientras mi padre se preparaba para salir a trabajar después de tomarse su escudilla de leche con gofio a la misma hora que muchos se echaban la mañana en los alrededores de la recova. Y después de la comida, como con la sensación del deber cumplido, la vuelta al norte. Aunque yo mantengo que desde la escultura del Padre Anchieta hasta la Punta de Teno, es todo norte…., pero ese regreso resultaba más cansado. Subirse a las guaguas rojas que arrancaban en Santa Cruz cuando se dirigían a La Laguna como si les faltase el resuello por la carretera de La Cuesta, era como hacer otra promesa. Y peor aún cuando había que continuar hasta el norte, si encima te tocaba la que llevaba el letrero -”Por los pueblos” o “Por el interior”- no había manera de llegar con buen sentido del equilibrio. Unas guaguas rojas que, muchos lo recordarán, empezaron arrancan - do sus motores junto a la Concepción, bajaban y subían por Herradores y hacían su trabajo extra a mitad de septiembre porque los fieles llegaban de todos lados.

¡Qué fuerza tiene esta imagen del Cristo lagunero para sobrevivir desde el siglo XVI donde dos grandes poetas como Antonio de Viana o José de Anchieta dejaban su impronta, superar el Barroco con el devastador incendio incluido en el siglo XVII cuando Viera y Clavijo estaba en torno a la Tertulia de Nava. Mientras los prerrománticos y románticos del siglo XIX como Fernanda Siliuto hacían crecer la ciudad literaria, el Cristo permanecía allí, como el cuento de Monterroso. Más tarde, ya en el siglo XX, los visitadores del Ateneo como Juan Pérez Delgado -Nijota- o Luis Alvarez daban vida a La Laguna y fueron testigos de tantos catorces de septiembre. Todo suma para las grandes ciudades porque, la magnitud de La Laguna también está en la mezcla de gentes, de culturas, de religiosos y poetas, de literatos y campesinos, de estudiantes y comerciantes…. Al centro de La Laguna han llegado por estas fechas, toda la vida, desde antes de los años treinta, cuando los días amanecían llenos de sombreros de fieltro, mantas esperanceras envolviendo a los hombres del campo de entonces y varas, hasta nuestros días donde los padres con nombres de actores norteamericanos como Jonhatan o Cristhopher ya vuelven a bautizar a sus hijos con nombres similares a los de sus abuelos y abuelas, ya vuelve a haber Juanes y Lolas….

Las fiestas del Cristo siempre eran nuestro acontecimiento, el que marcaba la vuelta al cole - gio y el fin del verano. Como diría el poeta lagunero Guillermo Perera Álvarez, “que a mis oídos lleguen siempre los gratos ecos de mi tierra”, como estas fiestas del Cristo. La vida está llena de sentimientos y gracias a ellos, vivimos.

Quería decirles que me siento muy honrado de haber compartido estos momentos de recuerdos recientes. Muchas gracias a la ciudad por acordarse de un villero para leerles un pregón que abre un año más, las fiestas de nuestro querido Cristo de La Laguna. Desde aquí, el recuerdo a muchos pregoneros e ilustres como María Rosa Alonso, José Carlos Alberto, Cruz Gil, Juan Pérez Delgado -Nijota- o Enrique Romeu Palazuelos entre otros. A todos ustedes, muchas gracias. ¡Que disfruten de estos días!