Excmo. Sr. Juan José Laborda Martín
No me prodigo haciendo pregones de fiestas. Cuando declino invitaciones de alcaldes amigos, no lo hago por pereza, soberbia o un sentido exagerado y falso de la dignidad de la institución que represento. Por el contrario, creo que la corporación local, raíz de la democracia, cuna del concepto de ciudadano, de ser humano titular de derechos, ennoblece y dignifica al que se acerca a ella. Admiro la entrega de los concejales y alcaldes. Son un elogio cotidiano de lo más noble que puede hacer en política.
Si soy a veces renuente oficiar de pregonero es porque siempre temo mezclar la política y las fiestas. A veces sucede que no se hace ni politica y se amargan las fiestas.
Estoy hoy aquí entre ustedes, por varios motivos especialísimos. El primero, sin duda, porque me han invitado. No puede uno negarse a un halago semejante, ser pregonero invitado por la ciudad de San Cristóbal de La Laguna.
Me resisto a hacer alabanzas de esta ciudad, de su ciudad. Yo no tengo la pluma de mi paisano de origen, Miquel de Unamuno, para oir bellas palabras esquivando el ripio, pero permítanme que les explique, en una frase, por qué siento y no un halago pronunciar hoy el pregón de las fiestas mayores del Santo Cristo de La Laguna. Porque su ciudad es para mí un microcomes de Canarias. Antigua ciudad, primera ciudad, que ha crecido desde el siglo XV, que nace pues renacentista, abierta al mundo, que refleja en su geografía urbana, en sus palacios y casas solariegas, en sus jardines, en la universidad, en sus Iglesias y conventos que enmarcan esta sede episcopal, en sus tradiciones, gracias a sus escritores, artistas y misioneros, el paso creador de la historia, la historia de Canarias por ello, también de la historia de España.
Desde aquí, la cultura y la civilización hispánica se abrió a través del océano hacia América. Venir, pues, en 1992 a pregonar a La Laguna es, sin modestia, pasar a formar parte de los símbolos. Gracias por eso, alcalde, gracias, distinguida corporación, por esa invitación.
Les decía que había otros motivos. Quienes me han antecedido en esta grata misión de pregonar las fiestas mayores crearon el precedente de aprovechar la ocasión para hacer alguna reflexión de actualiadad o referida a sus preocupaciones u ocupaciones intelectuales.
El alcalde, don José Segura, es profesor y yo también lo soy, o lo era, y por eso ha puesto especial interés en que este pregón, en el que voy a hablarles de acuerdo con los precedentes de algo importante, de Europa, no se convierta en una clase.
Los profesores en septiembre somos odiosos, Tengan paciencia y resignación. Las fiestas sirven para olvidar los malos momentos, y el último motivo por el que estoy aquí es que tienen ustedes un alcalde que es Senador, cosa conocida, que me honro con su amistad y del que he aprendido -soy un presidente en todas las acepciones de la palabra, atento algunas de las cosas de las que voy a hablar hoy, referidas a Europa en este tiempo que vivimos y les voy a relatar, me temo que también a opinar, a continuación, algunas reflexiones.
Uno de los padres de Europa, Robert Schumann, dijo en el momento fundacional de aquella comunidad incipiente, que era "un salto hacia lo desconocido". Y desde entonces acá, Europa, efectivamente ha ido avanzando hacia lo desconocido, hacia la sorpresa. Y haciendo honor a su propia historia, Europa, en este tiempo que creemos conocer a través de los periódicos pero que ya empieza a estar en los libros ha tenido, como en todo tiempo atrás, altibajos.
Hoy, hemos de pasar de esa historia de periódicos a comprender el momento que vivimos los europeos, el momento en el que estamos de una experiencia sociopolítica que lo aspira a conseguir entre los países de la Comunidad Europea, el mayor grado de integración económica, jurídica y política a que se ha llegado en nuestro planeta entre países diversos y soberanos.
Y esto que está sucediendo en nuestros días sucede en un momento en el que se produce la recesión económica y también en un momento en el que hay crisis de los sistemas de representación democráticos.
Maastricht, el Tratado de la Unión, siguiendo la honda dinámica innovadora del Acta Unica Europea consolida dos aspectos inseparables que ya estaban en ésta. Ambos, conexos, ambos complementarios, ambos igualmente irrenunciables: el mercado interior único y las llamadas políticas comunitarias estructurales.
Maastricht, a continuación de la etapa del acta única ha supuesto un gran salto que supone que el perído que abre la historia europea ya no va a ser más de lo omiso sino una experiencia radicalmente distinta.
Lo decía el ministro de asuntos exteriores español en julio al comunicar al Congreso de los Diputados algunas reflexiones sobre los problemas de la construcción europea Decía, "lo esencial de Maastricht es que siendo una reforma de los tratados no sería comprensible si no se entiende como parte de un proceso indisociable de su precedente inmediato, el acta única, y sin desarrollo previo de todas las posibilidades previstas en el tratado de Roma es, sin embargo, una modificación cualitativa que consagra un cambio de naturaleza de este proceso. ¿Es qué se traduce o cuál es el nuevo potencial colectivo que el tratado de Maastricht recoge en su contenido? A mi juicio, tal y como ha sido subrayado desde diferentes ángulos, lo más decisivo del Tratado de la Unión es que, por primera vez, desde la firma de los tratados de París y Roma, se acepta explícitamente que el proyecto de construcción europea conlleva el objetivo político de lograr su unión, unión a través de la cual, según se especifican en los acuerdos de Maastricht hay el compromiso de construir un espacio económico totalmente integrado cuya culminación es la unión económica y monetaria. Asimismo, esta unión comprende una identidad exterior y de seguridad común que tendrá su traducción en una defensa también comunitaria. Finalmente, la Unión comporta la asunción de la ciudadanía europea que sin perjuicio de ulteriores concreciones el propio texto del tratado ya recoge como un reconocimiento expreso a la intervención ciudadana en este nuevo ámbito de participación política, otorgando a todos los ciudadanos de la Comunidad por el mero hecho de serlo, el derecho a sufragio activo y pasivo a elegir y se elegido, tanto en las elecciones municipales como en el Parlamento Europeo.
No debe ser éste, por lo tanto, un debate electoral. Debe ser un debate que recoja ese espíritu de consenso que también hemos podido contemplar en el Parlamento recientemente, cuando para adaptar precisamente nuestra estructura constitucional a las consecuencias del tratado, hemos reformado nuestra constitución.
Permítanme una curiosidad, quizás un tanto impertinente. En un panfleto anónimo del siglo V antes de Cristo, escrito contra la democracia ateniense, se aseguraba que mientras que los otros griegos se valen de su propia lengua, y tienen su propio modo de vestir y sus propias maneras, el lenguaje y los trajes y las maneras de las atenienses están entreveradas de elementos dispares de todos los griegos y aún de todos los bárbaros.
Hoy, el combate -en nuestro caso afortunadamente dialéctico- pero en Los Balcanes y en el Cáucaso de forma sangrienta, sigue planteado. Y más en estos momentos en los que en Europa se dan cita simultáneamente ese fuerte empuje universalizador que representa el tratado de la Unión Europea y el proceso de reconstrucción nacional en el que están empeñados hoy los llamados países del Este.
Y aquí en Canarias, tras la nueva fórmula de integración en la comunidad, lo que comúnmente se conoce como protocolo II ha dado un paso importante, un paso tal vez de gigante en esta dirección, para no ser "con perdón" una isla, valga la expresión en este espacio económico integrado que el Tratado de la Unión ha definido para el conjunto de los países comunitarios, con la única salvedad de que el Reino Unido en la tercera fase de la Unión Monetaria pueda optar por incorporarse o quedarse definitivamente al margen de la misma, con las consecuencias negativas correspondientes a esta excepcionalidad.
Se han salvado creo que dignamente las peculiaridades de la insularidad a través de los reglamentos fiscales correspondientes, cuyos efectos económicos se dejarán sentir este mismo año, a través de aportaciones comunitarias para prevenir el efecto inflacionario de las islas Canarias.
Si hubiéramos hecho caso de aquellas voces pesimistas que a veces se escondían bajo fórmulas de lenguaje proteccionista, seguramente no habríamos nunca dado el salto hacia Europa, ni en Canarias, ni en el resto de España.
El tratado de Maastricht es un reto trascendental para las economías de los estados miembros, una aspiración de conseguir una federación europea y un ejemplo de bienestar social que permita resolver en el futuro, si lo hubiera, posibles conflictos, con el uso del derecho y la paz.
Muchas gracias.