LOS OTROS CRISTOS DE LA LAGUNA[1]
El tema que he escogido para la conferencia —Los otros «Cristos» de La Laguna— requiere, de entrada alguna precisión. Estrictamente, la palabra Cristo —en escultura, en arte— no se refiere solo a imágenes de Jesús Crucificado, que es la iconografía en la que me centraré, pues se aplicaba también a otros episodios de la Pasión. Yo esta noche voy a hablarles de otros Cristos de La Laguna, es decir, de otras esculturas del Señor clavado en la cruz que existen y han existido en esta ciudad, no de otras imágenes que copian o reproducen el Crucificado franciscano. Este tema bien da para una y más de una conferencia, pero me pareció que podría resultar algo aburrido, por insistente, ir deteniéndonos en los numerosos retratos pictóricos del Cristo, que dan la medida de su extraordinaria devoción.
En La Laguna el Cristo, a secas, es indudablemente el que sigue recibiendo culto en este antiguo Convento de San Miguel de las Victorias. Pero, permítaseme seguir con el juego de palabras, el Cristo de La Laguna no fue siempre el Cristo de La Laguna, quizá no el primero y, desde luego, no el único. Tuvieron que pasar algunas décadas tras su llegada para que la imagen, que empezó a nombrarse por el templo en el que estaba —Crucifijo de Santa Clara, mientras estuvieron aquí las monjas, o luego, Cristo de San Francisco—se apropiara del nombre de la ciudad; o lo que es más correcto, para que la ciudad le entregara su nombre de forma espontánea y para siempre.
Pero lo cierto es que La Laguna tiene más Cristos, y es de esos otros de lo que voy a hablar, centrándome, eso sí, en esculturas de tamaño natural o cercano al natural, lo que nos obliga a dejar de lado pinturas —muy numerosas— y pequeños crucifijos devocionales y de altar. Con este fin, me referiré a diez esculturas, dos de ellas desaparecidas. Y lo haré por orden cronológico, apuntando sólo algunos aspectos de sus respectivas historias y de sus valores formales, con el propósito, por una parte, de no aburrirles y, por otra de ayudarles a descubrir parte de nuestro pasado, a recuperar la memoria sobre imágenes, advocaciones, cultos y procesiones, en algunos casos desaparecidos u olvidados. Porque lo que se pierde también debe considerarse patrimonio.
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[1] Texto de la conferencia pronunciada en marzo de 2013 con motivo de las XII Jornadas Días de Cofradías.
CRISTO DE SAN AGUSTÍN. Convento del Espíritu Santo
La primera evidencia documental hasta ahora conocida sobre el culto a una imagen escultórica de Cristo crucificado en La Laguna se remonta a 1532 y corresponde a una imagen que ya no se conserva. Aquel año, el antiguo Cabildo de la Isla decidió festejar la victoria de las tropas del emperador Carlos contra los turcos en Viena sacando en procesión el Cristo de San Agustín, —así lo nombra el documento—. Era, muy probablemente, la imagen con la que la Cofradía de la Sangre salía cada noche del Jueves Santo.
Una información testifical de 1574 remonta el origen de esta procesión precisamente a cuarenta y cinco o cincuenta años atrás, lo que nos sitúa alrededor de 1530. Además, confirma que participaban «la ymagen de nuestro Señor Jesuchristo crucificado y de su bendita Madre, con las ynsinias de la Pasión». Entonces, la Cofradía de la Sangre contaba con unas constituciones o reglas a «semejanza de otra tal cofradía como ésta questá en Sevilla en el Monasterio de señor Santo Agustín». Su titular era el antiguo Cristo que a imitación del de Burgos existía en la ciudad andaluza, por lo que no sería descabellado pensar que el de La Laguna también siguiera ese modelo.
CRISTO DEL RESCATE. Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción
Desaparecido aquel primer Cristo de San Agustín de la Cofradía de la Sangre —y vuelvo a insistir, dejando al margen al Cristo de La Laguna— la imagen del Crucificado más antigua documentada en la ciudad es esta que hoy conocemos como Cristo del Rescate, de la Iglesia de la Concepción. Fue adquirido por la parroquia en 1558 y costó 10.000 maravedís; lamentablemente, el documento no informa ni sobre su autor ni sobre su procedencia, de forma que queda abierta la posibilidad de que se hiciera traer desde fuera de las Islas o que fuera tallado aquí. Su estudio formal no ayuda a aclarar esta duda, pues como veremos la escultura fue reformada a mediados del siglo XVIII.
Pero volvamos a su origen y tratemos de recrear en nuestra imaginación cómo era entonces, hace 450 años, la Iglesia de la Concepción. En su capilla mayor, no tan profunda como ahora, no había retablo. La antigua imagen de la Virgen titular estaba entronizada en un sencillo altar de cantería. En la zona superior de la capilla se extendía de lado a lado la viga, un elemento para la seguridad estructural aprovechado para el ornato, frecuente en las capillas mayores de los templos andaluces y particularmente sevillanos. Podemos formarnos una idea a partir de esta pintura sobre un templo portugués del siglo XVI. Vemos que era una gran traviesa de madera que albergaba decoraciones pictóricas y talladas en cuya zona central se alzaba un grupo escultórico, por lo general calvarios: Cristo y los dos ladrones o Cristo entre la Virgen y San Juan.
Esta fue la primera ubicación del Cristo, que un documento describe como «en el crucero de la capilla, en lo alto, el qual está sobre una viga que atraviesa». Aquí estaría hasta que a comienzos del siglo XVII se ensambló el primer retablo mayor que tuvo el templo, en el que quizá estuvo. Aquí hemos de traer a colación la tradición en la que radica el título del Rescate, con el que ahora lo conocemos. El relato fue recogido por el presbítero José Rodríguez Moure en su Guía de la ciudad, escrita en torno a 1900. Conviene que lo leamos:
«Esta imagen, con el bueno y mal ladrón, remataba el altar mayor (...) y el que, para hacer otro nuevo, fue vendido a la iglesia parroquial de Santa Cruz en el año citado; pero enterada una pobre mujer que vivía en la calle Empedrada de que la imagen había sido objeto de venta, y obedeciendo a la voz de «rescátame, rescátame», que decía haber oído al entrar en la iglesia en ocasión de que desclavavan el Cristo para bajarle, acudió al vicario y, vendiendo la pequeña casa que habitaba, pagó su importe a juicio de peritos, logrando retornar la efigie a la parroquia».
Es cierto que el primer retablo fue vendido a Santa Cruz, y quizá sea cierto que con él se vendiese la imagen. La historia del rescate cuesta creerla un poco más, al menos en todos sus detalles. Sin duda Rodríguez Moure escuchó desde su infancia esta tradición, ya entonces bicentenaria, y todos sabemos que con el tiempo estos relatos se enriquecen y se tergiversan. Pero démosla, en lo sustancial, por verosímil.
El Crucificado se quedó en La Laguna, en su templo, y sí tenemos constancia de que por esos años recibió culto en una capilla ya desaparecida situada justamente detrás del altar que hasta no hace mucho compartía con la Virgen de los Dolores —la Predilecta— junto a la capilla del Santísimo. Además, en 1672 se fundó una cofradía que lo tenía como titular; sus documentos lo mencionan como la «milagrosísima ymagen del Cristo Crucificado con el título de la Antigua». Este es el primero de los cuatro nombres que están documentados para la efigie, tres de ellos olvidados o eclipsados por el del Rescate, que sólo se acredita ya en el siglo XX, tras la publicación de la Guía de Moure.
El de la Antigua remite a una advocación mariana de la Catedral de Sevilla con la que llegó a nombrarse, en el siglo XVI, la Virgen de la Concepción y su iglesia. De esta forma, el Cristo de la Antigua equivaldría a decir el Cristo de la Iglesia de la Concepción; es decir, la imagen toma el nombre del templo, como durante algún tiempo sucedió con el Cristo del convento franciscano.
Décadas más tarde, a mediados del siglo XVIII la devoción que a la imagen profesaban los marinos y viajeros a América propició que fuera conocido como Cristo del Buen Viaje, aunque se mantenía el nombre de la Antigua. Y hemos documentado también en alguna ocasión el de la Buena Muerte. Como Cristo del Buen Viaje o de la Buena Muerte lo cita el regidor José de Anchieta y Alarcón en su diario, una especie de crónica de la vida cotidiana de La Laguna durante el tercio central del siglo XVII, cuya lectura recomiendo. Entonces la imagen salía en procesión el Miércoles de Ceniza por la tarde, abriendo la Cuaresma y, de alguna forma, pregonando la Semana Santa. Anchieta nos cuenta que aquel día en 1752: «se hiso procesión por la calle con el Santísimo Christo del Buen Viaxe o Buena Muerte. Mucho concurso especial de mugeres, que yban muchas. El Señor en la calle que atrabiesa de San Agustín a los molinos, y la hente, digo mugeres asta la plaza de la Pila seca».
Es decir, fue tanta la asistencia de mujeres que acompañaban al Señor, que para hacernos una idea actual el paso iba por la esquina de López Echeto (la calle Núñez de la Peña es la que iba de San Agustín a los molinos), y las devotas llegaban al menos hasta la Princesa, en la plaza de la Concepción. El acompañamiento de los devotos y sobre todo de devotas tras los pasos, una costumbre que todos hemos conocido y que se va perdiendo, tiene como vemos siglos de historia.
En las notas correspondientes a ese mismo día Anchieta nos dejó, en una sola frase, una información muy valiosa. Apuntó que «el Señor lo compusieron, que estaba en partes no bien acabado, y como fábrica antigua». La imagen como hoy la contemplamos no responde, pues, a su aspecto original y habría que someterla a análisis físico-químicos para determinar el alcance de aquella composición de mediados del siglo XVIII.
Ahora, como saben, el Cristo sale en procesión no el Miércoles de Ceniza sino cada Domingo de Ramos por la mañana junto a la Virgen de los Dolores. Les acompaña su cofradía, fundada en 1979 bajo el título del Rescate, lo que ha contribuido a popularizar definitivamente este nombre y a que se olviden los anteriores, sobre todo el del Buen Viaje, que se mantuvo al menos hasta los años sesenta del siglo pasado, como podemos apreciar en programas de Semana Santa de entonces, en los que se sigue citando a la imagen como Cristo del Buen Viaje o del Rescate.
CRISTO DE LOS REMEDIOS. Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios
Igual que la Iglesia de la Concepción, la otra parroquia histórica de la ciudad, la de los Remedios —luego elevada a Catedral— contó desde el siglo XVI con una imagen del Crucificado. Es esta espléndida talla, todavía no suficientemente valorada, que toma su título del templo en el que ha recibido culto. Más que una advocación, debe entederse así: es el Cristo de la Iglesia de los Remedios; o, como figura en alguna referencia del siglo XVIII , el «Santísimo Christo de Nuestra Señora de los Remedios desta ciudad».
En este caso, no contamos para su catalogación con un documento de referencia que permita datarlo —como sí sucedía con el del Buen Viaje— o identificar a su autor. Pero la propia imagen se convierte en documento, y un simple ejercicio visual nos revela que hay una proximidad que no puede ser casual entre este Crucificado y el del Monasterio de San Francisco, el Cristo de La Laguna. Así lo advirtió el profesor Hernández Perera, quien señaló que la imagen testimonia «la sugestión que entre los escultores manieristas de fines del siglo XVI ejerció el Cristo de La Laguna». Es lógico que una talla de tanta calidad artística y de éxito devocional se conviertiera en modelo y referencia para los artistas locales y para los fieles, que a su vez eran clientes o patrocinadores de obras de arte, como ésta.
Esto ya nos indica una posibilidad que parece incontestable: el Cristo de los Remedios fue realizado en Tenerife. Una tradición recogida a principios del siglo XVIII remonta el origen de la escultura a la época fundacional de la primitiva Iglesia de los Remedios, en 1515: «El Santísimo Christo que se venera y adora en esta yglesia parroquial de Nuestra Señora de los Remedios, Crusifixo de muchissíma antigüedad, tanta que no ai noticia de su origen, si sólo que de unos a otros discurrían fue colocado desde que se fundó este templo».
Sin embargo, la imagen debe ser posterior, ya de finales del siglo XVI. Desde hace algunos años hemos propuesto su atribución al entallador Rui Díaz de Argumedo, autor foráneo —aunque no sabemos de dónde era natural— documentado en Tenerife entre 1573 y 1588. Para plantear esta atribución tomamos como referencia una obra documentada suya, el Cristo que realizó en 1585 para la Cofradía de la Misericordia de La Orotava, que se venera en la Iglesia de la Concepción de la villa. Entonces, los cofrades determinaron que el escultor partiera de dos modelos cercanos: los crucificados de los conventos franciscanos de aquella población y de La Laguna, del que llegó incluso a sacar una traslado en cera. La semejanza entre el Cristo de La Laguna y el de La Orotava, y sobre todo, entre éste y el de los Remedios es lo que nos anima a considerar que ambos son obra de este escultor, todavía misterioso pero muy sugerente. La cercanía en el trazado general, en su policromía y en detalles como el rostro son, a nuestro juicio, incontestables. Y, como veremos más adelante, su obra fue fundamental en el aprendizaje y la formación de artistas isleños posteriores, particularmente, Lázaro González de Ocampo.
Aunque me aparte un poco del tema, pero dentro de este estudio comparativo, me gustaría llamar la atención sobre otra imagen que considero también obra de Rui Díaz, este Gran Poder de Dios de la Iglesia de la Concepción que además de su evidente semejanza fisonómica, presenta, como los anteriores, un detalle que podría valorarse como sello del autor: la espina que atraviesa la ceja derecha.
La devoción popular al Cristo de los Remedios se activó a mediados del siglo XVII. En 1654 se le fabricó capilla propia a los pies del antiguo templo parroquial y en 1659 fue sacado en procesión con motivo de una plaga de langosta, por orden del obispo. Por esos años, además, se instituyó una cofradía en su honor integrada por los capellanes que servían en la parroquia. Cada año se elegía entre ellos a dos mayordomos, ademas de un ciudadano soltero, a quienes correspondía organizar su fiesta del 16 de julio, día que la liturgia celebraba el Triunfo de la Cruz. De hecho, en algún documento de aquel tiempo he encontrado citada la efigie como Cristo de los capellanes.
Décadas más tarde, en 1721, esta devoción experimentó un impulso al fundarse, a partir de la cofradía de eclesiásticos ya existente, una nueva cofraternidad a la que pertenecieron los beneficiados de la parroquia, algo así como los párrocos, y hasta veinte seglares varones. Cuatro años después, la cofradía se agregó a una archicofradía romana, la del Santo Cristo de Urbe, para gozar de las indulgencias y gracias espirituales que tenía concedidas, para lo que tuvo que renovar sus estatutos permitiendo a partir de entonces el ingreso de un número ilimitado de fieles, tanto hombres como mujeres.
El testimonio más contundente de que en el tercio central del siglo XVII la devoción a este Crucificado estaba en pleno auge es la espléndida cruz y su peana —ésta ya perdida— que le donaron, en 1670, Ana de Brier y su marido el capitán Francisco Tomás de Franchi. En el documento de cesión se la describe como «una cruz y peana de plata basiada y filigrana guarnesida de christales perfecta y acabada con el mayor primor que el arte han podido darle». Los beneficiados, es decir, el clero paroquial, hicieron constar que se trataba de «la piesa de más estimasión y singularidad que hay en todas las yglesias destas yslas».
Hace algunos años, la investigadora Reyes Amador dio a conocer la autoría de esta pieza tan estimada: la hizo en La Orotava el platero Juan Ignacio de Estrada. La cruz —muy pesada, por cierto— se custodiaba en casa de los donantes, y cada año se trasladaba hasta la parroquia para que el Cristo pudiera salir en ella en procesión. Olvidada ya aquella fiesta de julio —en la que como indica Núñez de la Peña, se gastaban muchos ducados en celebrarla con fuegos, y comedias, y libreas y otros festejos— desde 1989 el Cristo procesiona en su cruz cada Martes Santo, acompañado por la Cofradía de la Flagelación.
Cuando se reabra al culto la Catedral, confío en que se busque para esta hermosa imagen una ubicación que no sea el remate del tabernáculo[2]. Por dos razones, una, porque ese tabernáculo, diseñado por José Luján Pérez, no se concibió así, sino rematado por un cordero. Y, sobre todo, porque en ese lugar la imagen no puede ser apreciada y además se expone a un peligroso traslado al menos una vez al año. Creo que todos preferimos verlo así, más cerca.
CRISTO DEL CALVARIO. Ermita de San Lázaro
Cronológicamente corresponde ahora que nos ocupemos del Cristo del Calvario, en San Lázaro. Fue tallado en 1670 por el imaginero de La Gomera Francisco Alonso de la Raya, quien se formó y tenía su taller en Garachico. Lo hizo para el convento de franciscanas de San Diego de la localidad, por encargo de una de sus monjas. Su presencia en La Laguna se debe al sacerdote José María Argibay, mayordomo del viejo Calvario de San Lázaro e impulsor de su reconstrucción en los años cincuenta del siglo XIX. La imagen se restaurará próximamente, y será ésta una buena oportunidad para intentar conocer su aspecto original, pues al natural deterioro por el paso del tiempo se suman actuaciones no muy ortodoxas. Recordemos que en 1899 fue intervenido, por estar —en palabras de Moure— «casi en la madera y completamente disipados los colores de la pintura por acción del sol». Fue entonces cuando se encontró dentro de la cabeza un papel manuscrito que informaba sobre la identidad de su autor y año de realización, entre otros detalles, lo que permitió su primera catalogación.
A pesar de no ser una pieza vinculada a la ciudad y a su Semana Santa desde su origen, está ya plenamente incorporada a las celebraciones como titular de su cofradía y protagonista del paso del Calvario, el único completo que procesiona en las Islas. Y además supone un enriquecimiento de su patrimonio, pues viene a representar un capítulo hasta entonces sin presencia en la ciudad, como obra de uno de los discípulos que el escultor peninsular Martín de Andújar formó en Garachico en la década de los años cuarenta del siglo XVII.
CRISTO DE BURGOS. Convento del Espíritu Santo
Siguiendo este itinerario cronológico hablaremos a continuación sobre varias efigies realizadas por un imaginero natural de Güímar, pero que La Laguna puede considerar suyo, porque aquí debió formarse, aquí trabajó y aquí conservamos varias de sus obras más relevantes: Lázaro González de Ocampo. En 1680 talló el antiguo Cristo de Burgos, por desgracia perdido en el incendio de la Iglesia de San Agustín en 1964. Pocas imágenes devocionales en Canarias cuentan con una documentación tan numerosa y detallada sobre su proceso de creación como la de este Crucificado que seguía el modelo del famoso Cristo de Burgos. El día que comenzaron los trabajos se ofició una misa, leo textualmente: «delante de un quadro del Santísimo Christo de Burgos, aplicada por el buen sucesso y acierto, y en la dicha capilla confessó y comulgó el hermano Lázaro Gonzales, que fue el escultor, y también comulgaron algunas criaturas más, aplicando y rogando a nuestro Señor por el acierto de la fábrica».
La labor de talla estaba concluida apenas tres meses más tarde, en octubre. Hasta febrero del año siguiente no se procedió a su policromado, que llevó a cabo el pintor Cristóbal Hernández de Quintana, a quien se atribuye este lienzo a modo de verdadero retrato de la efigie, que se conserva en colección particular. Es importante que tengamos en cuenta que Lázaro González de Ocampo se comprometió a a esculpir la imagen en agradecimiento por haber sido recibido como hermano de la Cofradía de la Cinta, que era por así decirlo la cofradía más genuinamente agustina del convento; no olvidemos, que entonces el verdadero Cristo de Burgos recibía culto en el convento agustino de la ciudad castellana. La pobreza del imaginero —y también su carácter humilde— quedan claros si consideramos que a pesar de no cobrar por su trabajo, la cofradía, y vuelvo a ceñirme a la lectura de un documento, se obligó a pagarle, «por reconoser mi mucha pobressa, lo que fueren seruidos para ayuda del sustento de mi persona en el tiempo de la ocupassión».
La pretendida imitación del Cristo medieval de Burgos explica el aspecto rígido y arcaico de esta imagen, que no debe valorarse como una torpeza del autor. De hecho, se persiguió que se pareciera también en otros elementos, como el uso de la popular enagüita sobrepuesta al paño de pureza, documentada desde 1681. Y desde entonces salió en procesión el quinto domingo de Cuaresma, domingo de Pasión, por la tarde. Previamente, la imagen era trasladada desde su capilla en el claustro conventual —veamos aquí una foto de su retablo, también perdido en el incendio— hasta la iglesia, pues allí se celebraba un octavario que culminaba precisamente el domingo de la procesión, que en tiempos pasados era nombrado en la ciudad como el «día del Señor de Burgos». Perdida la imagen primitiva, el Cristo de Burgos sigue recorriendo las calles de La Laguna este día, ahora con la copia debida a Ezequiel de León, que se bendijo en 1987.
CRISTO DEL PASO DE LA PIEDAD. Iglesia de la Concepción
Obras de Lázaro González de Ocampo son las dos imágenes del grupo de La Piedad —que antes se nombraba Virgen de los Dolores— de la parroquia de la Concepción, donado a su hermandad sacramental en 1688, aunque se viene arrastrando la equivocación de considerar posterior y no suya la efigie mariana. El Cristo difunto que la Virgen sostiene en sus brazos no es, en su presentación habitual, un Crucificado. Pero también cumplía esa función, pues presenta los hombros articulados precisamente para que pudiera escenificarse el descendimiento de la Cruz en una ceremonia que seguía celebrándose hasta hace no tanto y que bien podría recuperarse.
Hombros articulados tiene asimismo el Señor difunto, así que cabe suponer que pudo usarse también como Crucificado ocasionalmente. Alguna vieja fotografía, así lo indica, aunque no sabemos si históricamente además del santo entierro se escenificaba con él el descendimiento. Volviendo al Cristo del paso de la Piedad, en esta fotografía podemos ver al Señor crucificado y a sus pies las imágenes de la Magdalena y San Juan de la Iglesia de San Agustín, por lo que es anterior al incendio de 1964. No es mucho lo que sabemos sobre cómo se desarrollaba esta celebración, que podríamos calificar como teatral, en los siglos pasados. De nuevo recurrimos a una anotación del regidor José de Anchieta y Alarcón en su diario, correspondiente a 1752. La mañana del Viernes Santo, temprano, estuvo rezando un rato ante el monumento en la Iglesia de la Concepción antes de asistir a los oficios del día, que describe así: «Lo primero, traer la Virgen de Dolores al altar mayor; luego fueron unas lecciones, luego la Pasión, luego descubrir la cruz y acabando la adoración encienden las hachas. Van y traen a Su Majestad del monumento (...) Y en cuanto van a buscar a Su Majestad descubren el Crucifijo para el descendimiento de cruz, que al volver ya lo hallamos descubierto. Acabada la misa comienzan el sermón y, al fin, es el descendimiento de la cruz y luego la procesión».
Si recuerdan, habíamos llamado la atención sobre la espina que atraviesa la ceja derecha en las esculturas de Rui Díaz de Argumedo. Ocampo, que indudablemente conoció y admiró la calidad del Cristo de los Remedios, retoma un siglo después este detalle. Aunque no hay tiempo para detenernos en estas cuestiones, sepan que hay otros aspectos formales que vinculan la producción de ambos escultores. La Piedad sigue saliendo cada Viernes Santo al mediodía, acompañada desde 1955 por la Cofradía del Lignum Crucis.
CRISTO DE LA MISERICORDIA. Hospital de Nuestra Señora de los Dolores
A diferencia de las imágenes que hemos ido abordando hasta ahora, este Cristo de la Iglesia del Hospital de Nuestra Señora de los Dolores no ha tenido, que sepamos, presencia en las procesiones de la Semana Santa de La Laguna, y su historia, particularmente su origen, aún está por hacer, pues es poco lo que hasta ahora se conoce sobre él. Hace ya casi diez años Pablo Amador y yo propusimos su atribución a Lázaro González de Ocampo, basándonos fundamentalmente en su análisis formal y apoyados por algunas referencias documentales que avalaban su catalogación en los últimos años del siglo XVII. Comparémoslo, por ejemplo, con el Cristo del paso de La Piedad, aunque difieren en algunos aspectos en su trazado. Incluso, con imágenes anteriores que sirvieron de referencia a Ocampo para otros trabajos, como el ya citado Cristo de los Remedios.
La iglesia del Hospital de Dolores, donde tenía su sede la antigua Cofradía de la Misericordia —que no tiene que ver con la actual, de la Iglesia de Santo Domingo— contó desde mediados del siglo XVI con una imagen del Crucificado. En 1557 adquirió varias esculturas, entre ellas «un Cristo grande con su cruz, conforme al cuerpo el bulto», así dice el documento, que debió conservarse hasta finales del siglo XVII. A los argumentos que ya indiqué para proponer la catalogación de este Cristo de la Misericordia como obra de ese momento puedo sumar ahora otro más, tras la lectura del testamento otorgado en 1706 por una mujer, Gregoria de Santa Rosa, natural de Güímar. Dispuso entonces ser enterrada «en la yglesia de Nuestra Señora de los Dolores del Hospital de esta dicha ciudad, donde e estado asistiendo y siruiendo a sus pobre más tiempo de veinte años».
Y, lo que es más importante, «delante del altar del Santísimo Christo que está en dicha yglesia, cuia ymaxen coloqué a mi costa, no más, en dicho altar». Esta referencia vuelve a ser un indicio para datar la obra en los años ochenta del siglo XVII, si bien no aclara la identidad del autor y del patrocinador —o patrocinadora— de la escultura. Tuvo, efectivamente, su propio retablo en la iglesia, ya perdido, que conocemos gracias a alguna vieja fotografía.
CRISTO DEL BUEN VIAJE. Convento de Santo Domingo
Ya para el siglo XVIII contamos con una referencia sobre una imagen muy probablemente desaparecida, o al menos no localizada. Por una declaración de entierro otorgada en 1735 por el capitán de artillería Pedro Rodríguez Muñoz y su mujer Juana María de Araujo sabemos que dispusieron ser sepultados «en la capilla del Santo Christo del Buen Viaje que tienen en la portería» del Convento de Santo Domingo. No parece, en cualquier caso, que este Crucificado tuviera culto público, sino devoción privada en el ámbito conventual.
CRISTO DE LAS MISERICORDIAS. Monasterio de Santa Clara
Obra, probablemente, también del siglo XVIII es este Cristo de las Misericordias del Monasterio de Santa Clara, del que próximamente se publicará una propuesta de catalogación por parte de la profesora italiana Fausta Franchini. La obra llegó al convento a mediados del siglo XIX, como donación de un matrimonio que previamente la había adquirido a un sacerdote. Ya en esos documentos se nombra como Señor de las Misericordias. Es una escultura que no ha merecido hasta ahora atención por parte de los historiadores y, ciertamente, su relevancia devocional es escasa.
CRISTO DE LAS SALAS CAPITULARES. Catedral de Nuestra Señora de los Remedios
Concluimos este recorrido con la imagen más reciente, pero ya antigua, el Cristo de las Salas Capitulares, venerado como Cristo del Amor Misericordioso. Fue encargado por el cabildo catedral al escultor Fernando Estévez en 1828 para presidir la sala principal de las nuevas Casas Capitulares edificadas tras la creación de la Diócesis. De hecho, este Crucificado puede valorarse como símbolo de la renovación artística propiciada por la elevacion a Catedral de la vieja Iglesia de los Remedios. A la vez, es una obra excepcional de su autor, pues es el único Crucificado suyo de gran formato que se ha podido documentar. Y es, además, una de sus pocas obras de talla completa, pues predominan en su catálogo las de candelero o las trabajadas con telas encoladas.
Su simple confrontación con otras imágenes de Jesús en la cruz que hemos ido mencionando nos revela que Estévez lo talló en otro tiempo, digamos más moderno, y que se rigió por unos principios estéticos distantes del goticismo del Cristo de La Laguna, del manierismo del de los Remedios o del mesurado barroquismo isleño del del Hospital de Dolores. Estévez optó por pautas clasicistas y tuvo un referente cercano en el Cristo que su maestro, José Luján Pérez, había tallado tres décadas antes para la Sala Capitular de la Catedral de Las Palmas. En este Crucificado de La Laguna demostró su interés por plasmar una belleza un tanto idealizada y una anatomía correcta, no tanto por el realismo: sin alardes anatómicos, sereno, apenas sangrante.
Ya en el siglo XX, la imagen pasó a recibir culto durante algún tiempo en el propio templo, en la Cruz del Cristo de los Remedios, como vemos en esta fotografía, en un retablo presidido por las palabras Amor Misericordioso, que ha tomado desde entonces como título. Su incorporación a la Semana Santa es reciente.
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[2] Así ha sido, tras haber trasladado la propuesta la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel al Cabildo Catedral de La Laguna.