Excma. Sra. Alcaldesa, dignisimas autoridades, señoras y señores.

Es para mí un doble honor el estar aquí en el papel de Pregonero de las Fiestas del Cristo de La Laguna, en este año de gracia de 2003.

 Y digo doble honor porque el primero lo tengo por ser un ciudadano de La Laguna al que han elegido como pregonero, honor que debo  a la Sra. Alcaldesa de la ciudad, que fue ella la que me lo solicitó personalmente. Y el segundo honor aparece porque como escritor y poeta se me ha elegido también cuando pudo hacerse en otra persona mejor dotada que yo para estas lides llenas de responsabilidad y dificultades.

No es fácil hacer un pregón porque éste debe tener las palabras de la esperanza, la voz de una festividad, la señal del encuentro con la protección de aquello que ha de ser el motivo de la alegría. Así que pese a todo lo que digamos, en el pregón hay siempre un pentecostés, un reunirse el pueblo entero para celebrar las fechas de la comunión con el Cristo en nuestro caso.

Daremos pues las gracias por todos los favores recibidos y esta acción debe ir llena de contentamiento y de favorables deseos para que la relación entre las gentes tienda a ser mejor bajo el patrocinio de Cristo, cuya imagen veneramos en nuestro lugar de devoción, donde vivimos, en La Laguna.

Voy ahora, con la memoria, a pasar por la niñez y la primera adolescencia y esos recuerdos hemos de traerlos aquí, ya que no son míos sino de todos aquellos que conmigo los vivieron y de los que viven en estos tiempos presentes, que son distintos, pero que poseeran también la serena y dulce nostalgia del pasado cuando éste tenga su lugar. Y es que siempre, entonces y ahora, el Cristo estará en nuesras vidas.

Y aquellas fiestas serán una de las cosas más importantes que puedan suceder en nuestra existencia.

Se habla habitualmente de laicos y católicos, de creyentes y no creyentes como si se tratara de entidades separadas y opuestas, como de naciones y etnias culturalmente dispares y cada una respecto de la otra, ajena extranjera e intolerante. Sólo después se busca el diálogo. Las cosas no deberían ser así y por fortuna, a veces no lo han sido y no lo son.

Para conquistar un punto de vista distimto debemos suponer que lo que separa a los laicos de los católicos, a creyentes y no creyentes, por lo general y para la mayor parte de los hombres, al menos en occidente, no es una distinción abismal sino una frontera móvil, no sólo entre nosotros y los demás sino, lo que es más importante, dentro de nosotros.

Las Fiestas del Cristo de La Laguna han sido siempre fechas decisorias y han tenido más que ninguna otra un antes y un después. Haré esto cuando pasen las Fiestas del Cristo, no haré tal cosa porque vienen la Fiestas del Cristo, como si se tratara de un tiempo, el de las fiestas, que nos obliga a anteponer o posponer cualquier acción más o menos perentoria.

Ya, una semana antes del día del Cristo, la Plaza se llenaba de puestos de venta de turrones, de feriantes que ofrecían sus diversiones y había carreras de sortijas a caballo, tío vivo, y otras delicias entre la tierra del lugar que a veces, si era muy seco el tiempo, se regaba en los paseos fabricados al buen tuntún entre las casetas y ventorrillos.

Se iba cada tarde a pasear por la Plaza, antigua Plaza de Armas, no lo olvidemos, que ya tenía en medio el templete de madera primero y luego uno de cemento que nunca llegó a concluirse del todo.

Después la Plaza se reformaba y los feriantes colocaban sus casetas en los aledaños de ella agregando atracciones que cada año eran distintas.

Recuerdo aquel tiro al blanco; del oeste de Francisca Terán, cuyo punto y coma de separación me hacía creer  que pudiera existir un oeste especial de Francisca Terán y no el oeste de las películas.

Y estaba también un puesto del Doctor Moyano que se anunciaba como Doctor de las Ciencias Dotoradas de Argel y que vendía un matacucarachas, a decir del hombre, que las furminaba y las rifas, que no tocaban nunca o bien el obsequio era un machanguito de celuloide que se anunciaba como le petit garçon meón novedad que lleno de agua parecía hacer su necesidad apretando la barriga.

El mundo era entonces de una simplicidad tierna e inocente y la infancia era marcada en esos días por la fiesta y había noches en que se dormía con cierta inquietud pensando en la Plaza comunal donde tantas maravillas podían acaccer como las carreras de sortijas a caballo, o como serían los fuegos del Risco, o los de la "entrada" del Cristo la noche de la gran celebración.

No puedo dejar en la memoria a aquel hombre que trasladaban en su cama por toda la Plaza, una cama con ruedas donde, con su gorra puesta, el inválido se mostraba al público como curiosidad malsana.

Y no me olvido de los penitentes, que llegaban de pueblos cercanos a cumplir las promesas hechas al Cristo, descalzos o de rodillas y entraban en la Iglesia ante la admiración de los alli reunidos 

Era todo una amalgama donde el pueblo llano participaba con gran fervor, no sólo en la fiesta sino también en los actos litúrgicos que se celebraban en la iglesia, novenas, triduos y otros acaecimientos que elevaban el creer por encima de toda otra cuestión.

Se trata de creer o no creer.

De decir como en la copla "Al Cristo de La Laguna mis penas le conté yo".  Porque no se trata de la fe, que está definida en el famoso pasaje de San Pablo como "la substancia de las cosas que se esperan y que nos convence de las que no podemos ver". La fe es la evidencia y es distinta de la creencia que tiene un carácter más general y de menor acepción religiosa.

Fe y creencia son dos maneras distintas de creer. Se cree que y la fe es un creer en.

La especial devoción que hacia el Cristo de La Laguna tiene el pueblo es de amor porque el ethos, la costumbre cristiana, no es otra cosa que el amor. De ahí que creencia y fe vayan juntas en la adoración al Cristo.

Me decía un amigo al que yo comentaba esta manera de creer y querer que posiblemente habría mucha gente que incrédula de Dios, creía en el Cristo lagunero con razón de especial fe porque tan anclado está el Cristo en la manera de ser del devoto que ni la infancia está libre de tal influencia, tanto con hombres como en mujeres, porque hemos de señalar que "in Christo non est masculus neque faemina", en Cristo no hay masculino ni femenino, como dice San Pablo en Gálatas, 3.28.

Yo iba los viernes al Cristo con mis tías que eran muy religiosas y en la Iglesia, cerca de una hora mientras ellas rezaban y yo lo hacía a ratos, también tenía que pedir al Cristo que me aprobaran las asignaturas que tenía en el Instituto y muchas veces no sabía bien si me aprobaban porque se lo había pedido al Cristo o porque estudiaba. Siempre pensé que la ayuda del Crucificado contribuía a mis bucnas notas.

Ya mayor pensaba que unidos por y en el Cristo la comunidad se realizaba y se realzaba y de aquí que la Fiesta fuera laica del pentecosés porque si se tiene alegría esta se se transmite y acompaña al pueblo que festeja los días de veneración a la imagen divina.

También pensaba en que la visión del sufrimiento del Cristo en la Cruz, inconscientemente nos hace mas compasivos y comprendemos mejor al otro prójimo y eso era una lma decatarsis que nos ayudaba a conocernos mejor.

Hacía pues una revisión de la conciencia y como es lógico llegaba a la conclusión de lo magnífico que sería que todos los hombres y mujeres de este mundo, creyentes y no, tuvieran un claro fundamento ético para su comportamiento. Creo que existen no pocas personas que se rigen por la rectitud, creyendo en un Cristo persinal y llegan a dar su vida por no abdicar de sus convicciones morales.

En el recogimiento de la Iglesia y en la más dura soledad se hacía un examen de conciencia ante la imagen y se centraba en ella la esperanza de solución y se rogaba, sin saber bien por qué, la intervención del Cristo en un problema personal y se creía por tanto fuera de toda fé, porque la verdad no se impone más con la fuerza de la propia verdad, la cual penetra en las mentes suavemente pero con vigor.

Y esto es así porque la propia Iglesia reconoce que no ha llegado  todavía a la plena comprensión de los misterios que vive y celebra.

La Creencia de buena fe es la manera que tiene el no creyente de acerarse al Cristo y esto es lo que hace el pueblo llano y por ello se celebra la Fiesta.

Se trata de abrir los corazones a esa comunión con el Redentor.

Cuando por la parte laica se alude a sus propios origenes, por lo general se hace referencia a la llustración. Pero ésta no es algo extraño respecto al Cristianismo, no es una ruptura con el cristiano y con su moral: es una tentativa de purificarlo del
absurdo y del fanatismo.

Las tribulaciones de Galileo no eran falsas: Ello nos hace suponer que Galileo, además de pensar seriamente también creía seriamente. Y como Galileo, ¿cuántos mas? Y los que afirman no creer, ¿es que no creen a su vez en algo?

Creer y no creer puede ir tan cerca, tan juntos que a veces el hombre se confunde. Y con lo que respecta a nuestra devoción por el Cristo de La Laguna esto sucede de manera total y completa.

Y esto es lo más importante de nuestra festividad. ¿Por qué sustraer al laico el derecho de servirse del ejemplo del Cristo que perdona?

La Plaza de Armas se convierte en una plaza de juego que celebra el encuentro con el Cristo al que cuenta sus penas y da gracias por alegrías y ayudas concedidas.

Todo es un intercambio entre el Cristo y el pueblo del que sale santificado por sus devotos.

El Cristo es un sentimiento para el lagunero, un sentimiento más que otra cosa y no se entiende La Laguna sin eso que se lleva el alma desde la más tierna infancia, como se lleva el frío de la tarde o la bruma que llega de las montañas.

Son muchos los años de la imagen bendita, que ha sufrido muchos avatares negativos además de todas las penas confesadas y eso daña también, por más que ello parezca una ilusión.

Al Cristo apenas le llegan otras cosas que pena y desgracias y esto hiere tambtén la madera sagrada que hay que cuidarla con todo miramiento.

No puedo dejar de hablar ahora del misterio, nunca bien aclarado, de cómo llegó  a La Laguna la sagrada imagen porque son tantos y tan diversos los acaeceres que envuelven los acontecimientos y tan fabulosos algunos que cuando se conocen maá parecen milagros que cualquier otra forma de sucederes.

Me apoyo para contar una historia siempre cambiante y a veces sobre natural en el magnítico tratado del escritor e investigador Francisco Galante, libro que se titula El Cristo de La Laguna, que vio la luz en 1999, editado por el Excmo. de La Laguna y con el patrocinio del
Cabildo Insular, el Gobierno de Canarias y la Real y Venerable Esclavitud del Santisimo Cristo de La Laguna.

En el se historia con todo detalle las vicisitudes de nuestro Cristo desde su llegada a La Laguna hasta el momento actual.

Se ofrecen varias versiones de la llegada del Cristo a La Laguna. Una señala que Alonso Fernández de Lugo adquirió la imagen en Barcelona a donde había arribado en una embarcación procedente de Veneca y se compró por sesenta ducados. Admirados por la belleza
de la Imagen la enviaron a Cádiz y poco después a La Laguna.

Otra visión describe cómo un navío procedente de Venccia recaló en la bahía de Santa Cruz transportando un crucificado y que los vecinos de la localidad comunicaron con toda urgencia el suceso al adelantado para la compra de la escultura, lo que se hizo por sesenta ducados. Se trasladó el Cristo a La Laguna y lo colocaron en el Convento Franciscano.

Se dice también que el Adelantado pretendía una escultura del Cristo Crucificado para el Convento Franciscano de La Laguna enviando un emisario a la Peninsula al objeto de que concertara su compra.

Disspuesto a zarpar se cruzó en el camino con dos hombres y expresando el motivo de su partida le respondieron que no tenía necesidad de emprender tan largo viaje puesto que ellos traian un crucifijo. El mensajero con aquellos dos misteriosos personajes se trasladó a un buque que estaba atracado al puerto de Santa Cruz, recogió la imagen y retornó a La Laguna. Admirados por la hermosura de la talla, el Adelantado y los Conquistadores fueron en busca de aquellos hombres para abonarles la hechura, pero su paradero, así como el de la embarcación, había sido totalmente desconocido e ignorado por los habitantes de Santa Cruz.

Otra manera de su llegada describre cómo dos hombres habían dejado en la puerta del Convento Franciscano un cajón que contenía la escultura..

Todo está rodeado de misterio, de absurdas casualidades y extrañas suposiciones y esto hace que el Secreto de la llegada del Cristo a La Laguna no esté exenta de la milagrería.

Lo que sí se afirma es que la talla parece pertenecer al gótico sevillano de finales del XV o principios del XVI y que llegó a La Laguna procedente de la Ermita de Vera Cruz de Sanlúcar de Barrameda. Pero también se dice que la escultura es nórdica.

Y asi podríamos continuar relatando sucesos, cosas y misterios de nuestro santo Cristo pero les dejo con el libro de Francisco Galante, donde hallarán muchas mas extrañezas que las que yo he apuntado aquí.

Se reza al Cristo en sus Fiestas y fuera de ellas. Para mí existe una oración,-que no es sino un poema-, de un hombre que fue un laico creyente, que escribió uno de los mejores poemas sobre el Cristo por el que fue ensalzado y vilipendiado.

Se trata de Don Miguel de Unamuno, pero no hablo de su célebre Cristo de Velázquez sino de otro poema que es más una oración y es ésta la que debemos rezar ante el Cristo de La Laguna, en el recogimiento de los días en los que las Fiestas se celebran porque recoge a mi ver todo aquello que al Cristo debemos.Y quiero decirla antes de nis palabras finales, porque parece escrita para nuestro Cristo y decirla ante él todos los días.


Tú me has hecho encontrarme, Cristo mio;
por la gracia bendita de tu Padre
soy lo que soy: un dios, un yo un bombre.

Más dentro aún que mis entrañas arde
el fuego eterno que encendió los soles
e hizo la luz un fuego de diamante.

Hombre me has hecho, Cristo, nada menos
que todo un bombre, todo un Dios, un padre.

Padre me bas hecho, padrecito Cristo,
y así he sentrdo al hijo en mí encarnarste,
hijo me has hecbo de mis hijos, de mis hijos hijo,
y en las alas del Espíritu elevarme,
desnudas formas de Cabal pureza,
líneas sin masa en que el espacio nace,
celestial borizonte sin esfera,
nfintto puntual que en una tarde
que nunca acaba siendo una mañana
en torno del amor sigue arrollándose.

Tú me has hecho encontrarme, Cristo mio,
y aunque mi sueño duerma, en el ensanche
de Dios he de dormir y con su sueño
y tú conmigo, Hermano al abrazarme.

EI cristianismo en un gran humanismo, tal vez el más grande, el único que por encima de héroes y semidiosas, de inmortalidades, de reencarnaciones y de inmóviles teocracias el Dios que se hace hombre y el hombre que se hace Dios.

Lamentar los males humanos está bien, pero no basta. Rezar está bien, pero no basta.

El problema estriba en comprender quiénes son los agresores y los agredidos, los verdugos y las víctimas.

Pensar en discutir con el Cristo como si fuera una compacta ideologia, o peor, argumentar en un juicio si se trata de enfrentarse con un despacho legal, en una estupidez. Reducir a fábula a superstición, el más duradero de los humanismos forjados por el hombre es otra estupidez.

El Ser del Cristo se extiende desde el extremo de un teísmo personalista y de una fe.

En la ética, sea laica o trascendente, aparece una esfera fundamental del significado de la vida, en el que se pone de manifiesto el sentido del límite de los interrogantes, de la esperanza y el bien, que comporta éste como rectitud, integridad y belleza la diversión entre un
orden del bien y del mal.

Vamos llegando al final, quizas en este pregón no ha tenido el estilo clasico de exaltación de una fiesta solemne, pero a mí picome la razón de hablar del Cristo que "piadosamente lo hizo Louis Der Vule en el año 1514", en sentido principal, Y el resultado ha sido una especie de sermón en el cual la figura del Crucificado ha sido el motivo fundamental de mi discurso. Ruego se me perdone por ello. Pero he querido decir la verdad lisa y llana, para que la fiesta sea completa y llegue a creyentes y no creyentes en un sentido comunal y solidario
que invite a la meditación.

Y que en esta tierra quede patente devoción y la alegría que cada año enaltece a la ciudad, que bendita sea entre todas y donde la salvación esté sólo en el amor.

Gracias, Septiembre 2002