Me siento especialmente honrado esta noche, al pronunciar el Pregón de las Fiestas del Cristo de La Laguna 1995.

Tres son, principalmente, las razones para sentir esta profunda satisfacción, al habérse­me propuesto ser pregonero este año. Una, por mi condición de Presidente del Parlamento de Canarias, órgano político donde se sientan los representantes democráticamente elegidos por el pueblo canario.

La segunda razón, por mi condición de grancanario, nacido en la isla redonda, cuyos habitantes tanto amamos a esta bella ciudad de La Laguna.

La tercera por haber pasado, personalmente, parte de mi etapa como universitario en la Facultad de Derecho de La Laguna, hospedado en el Colegio Mayor San Femando y también en mi etapa de Milicias Universitarias en los campamentos de la entonces IPS, Instrucción Preliminar Superior, en esos cercanos bosques de La Esperanza, este año tan ferozmente cas­tigados por el fuego, azuzado por manos criminales.

Tres razones, pues, de peso que me obligan a agradecer a la Corporación lagunera el haberme concedido este grandísimo honor de ser pregonero de estas Fiestas del Cristo.

LA LAGUNA, FESTIVA Y SERIA.

Por cierto, que una cosa me ha llamado poderosamente la atención al preparar este tex­to del Pregón. Y es que La Laguna, que es ciudad culta, marcada por su historial religioso, conventual y universitario, sabe combinar y combina perfectamente, tal carácter con una poli­cromía festiva, y es pionera en muchas fiestas, de variada condición.

Y por ello son igualmente célebres la Romería de San Benito o las procesiones y alfom­bras del Corpus, pero también sus Carnavales, de alguna manera desmintiendo, o mejor mati­zando esa visión que recoge Rafael Arozarena: Laguna, —madera y losa— romanceros de la lluvia, la morada, la canóniga, mística, poeta y muda.

Tengo también un gratísimo recuerdo de las fiestas de San Bartolomé en Tejina, de las cuales fui mantenedor hace exactamente un año.

La policromía, la variedad, la alegría y al mismo tiempo el alto nivel cívico y cultural son característicos de todas estas fiestas que se celebran en La Laguna.

Hablemos pues, de lo que es, o debe ser un Pregón del Cristo de La Laguna.

El Pregón: Según el Diccionario de la Real Academia es la "promulgación o publica­ción que en voz alta se hace en los sitios públicos de una cosa que conviene que todos la sepan".

El pregonero: "El que publica o divulga una cosa que se ignoraba. Oficial público que, en voz alta da los pregones, publica y hace notorio lo que se quiere hacer saber a todos".

El Pregón, dice Juan Rodríguez Doreste en el prólogo del libro "Pregones de Canarias" de Juan del Castillo, debió tener un origen épico, de exaltación y de jocundia, pero dicho autor encuentra un género que llamaría "híbrido", mezcla de dos especies distintas, lírico e históri­co, de doble singular encanto. El meollo o la médula de cada Pregón es una sobria, ajustada y fiel versión histórica de la ciudad o pueblo a que se refiere, engalanada con los abalorios de notas de color, descriptivas, evocadoras con suave lirismo de vivencias del escritor.

Voy a intentar, en este Pregón, ajustarme a ese modelo o definición de lo que deber ser una pieza literaria de estas características.

En un Pregón es preciso pues referirse a la historia. La historia de las propias fiestas, la historia de la ciudad o pueblo en que se celebra, el Patrón o Santo al que se dedican las mismas.

Y ello, aún a riesgo de repetir cosas ya conocidas, pero que conviene que todos recuerden. Comenzaré por el propio Cristo de La Laguna.

El Cristo: Me basaré, en esta parte del Pregón, en buena medida en la excelente obra de Buenavetura Bonnet y Reverón "El Santísimo Cristo de La Laguna y su culto", editado muy tardíamente, gracias al Excmo. Cabildo Insular de Tenerife en 1985, aunque el libro data de 1943, fruto de un Certamen abierto ese año por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de esta isla. Por fin lo publica la Pontificia Real y Venerable Esclavitud del Santísi­mo Cristo de La Laguna, estimulada por el deseo de dar a conocer en un solo volumen la his­toria de la milagrosa efigie. Y conceden el primer premio al señalado historiador Bonnet y Reverón.

No existe, afirma, en todo el archipiélago canario una imagen del Señor Crucificado tan venerada como la del Cristo de La Laguna.

Hemos de recordar, con él, que la más antigua representación cristiana de la Crucifi­xión aparece en uno de los relieves que adornan la puerta de la Basílica de Santa Sabina en Roma (Siglo V), en que figura el Salvador en medio de los ladrones, en actitud orante y sin clavos. La cruz está simbolizada.

La necesidad en que se encontraban los cristianos de ocultar a la mirada de los paga­nos ciertos misterios y prácticas, así como también la repugnancia que inspiraba el suplicio de la Cruz, todavía en uso para los criminales, hizo que este símbolo en monumentos reli­giosos no se empezara a utilizar hasta pasados 4 ó 5 siglos de la muerte de Cristo.

¿Cúando llegó a Tenerife la famosa escultura? Casi todos los historiadores empezando por Rodríguez Moure nos dan como fecha de su escrito el año 1520, ya que en un antiguo manuscrito con el resumen de los principales acontecimientos de la isla de TenerifQ durante los siglos XVI y XVII se señala, aunque con caracteres borrosos, ese año de 1520. Bonnet atribuye total credibilidad a esa fecha, dado que Moure fue historiador, sacerdote, hijo de La Laguna y devoto ferviente del Cristo.

Se atribuye asimismo al conquistador de Tenerife Alonso Fernández de Lugo, la idea de edificar un convento de franciscanos que llevaría por nombre de "San Miguel de las Vic­torias", expresando el deseo de colocar en el altar mayor de la iglesia del citado convento un Crucifijo de tamaño natural; y las tradiciones nos cuentan las activas gestiones de Lugo para conseguir su propósito. Es muy posible que hiciera la petición a Juan de Guzmán, duque de Medina-Sidonia y que éste fuera el que envió la imagen —de la que luego hablaremos— y es de origen inequívocamente andaluz.

Esta tesis sobre la vinculación de la imagen a Alonso Fernández de Lugo ha sido, sin embargo, cuestionada en algunas obras recientes.

Así, en el libro publicado en 1991, del sacerdote grancanario Felipe Bermúdez, por cier­to, primo hermano del que les dirige la palabra, "Fiesta canaria, una interpretación teológica", podemos leer lo siguiente:

"Hasta hace pocos años, la vinculación de la traída del Cristo de La Lagu­na a la gestión y presencia del conquistador de la isla, Alonso Fernández de Lugo, era opinión común entre los investigadores. Últimamente algunos piensan, con argumentos documentales que la presencia del Cristo habría que vincularla más bien a los primeros misioneros franciscanos que estuvieron en la isla antes de que Lugo realizara la conquista, en 1496. De ser cierta esta hipótesis estarí­amos ante un dato de sumo interés, pues en ese caso el Cristo de La Laguna se sitúa en la misma perspectiva de las vírgenes de Candelaria y del Pino. Es decir, serían imágenes vinculadas más que a los conquistadores a los misioneros, los cuales, además de que acompañaron a aquellos, muchas veces les precedieron" .

Hasta aquí la larga cita que hemos recogido de Felipe Bermúdez Suárez, que también, en su documentada obra analiza otros extremos verdaderamente interesantes sobre las fies­tas del Cristo o fiestas de la Cruz en las islas, indicando que están especialmente presentes en la isla de Tenerife, en indudable relación con el hecho de que la conquista se terminara el 3 de Mayo, día de la Cruz. Y como dato resalta que veinticinco localidades celebran la Santa Cruz en Tenerife, mientras que son seis en Gran Canaria y La Palma y una sola en El Hierro. Por ejemplo, sólo en la zona de Los Realejos, al haber sido tierras de Alonso Fer­nández de Lugo y al estar allí la Cruz de la Conquista, estima Galván Tudela que un total de ciento tres cruces presiden barrios, caseríos, ermitas y callejones, altos de las montañas, serventías y mentideros.

Pero en fin, no nos desviemos del curso de nuestra disertación y volvamos a la figura del Cristo de La Laguna, sobre cuya procedencia y momento de llegada a la isla hemos dado ya las versiones más consistentes.

Fijémonos ahora en la escultura misma: la más antigua descripción que conocemos pro­viene de la pluma del padre Quirós, que recoge Buenaventura Bonnet en la obra citada, y dice así:

"Es la estatua de este Santo Sacrificio como la mediana de un hombre, tan pro­porcionado en todas las partes de su cuerpo, que ha puesto hasta admiración a escultores primerizos que la han visto. Es su medida desde los pies a la cabeza ocho palmos y cinco dedos, y de mano a mano ocho palmos; el color es algo more­no como de cuerpo muerto, y el barniz tan propio y fuerte, que parece carne huma­na. Y con sacarle dos veces en procesión y otras por necesidades grandes que se ofrecen, está tan entero y los matices tan perfectos, que es maravilla de ver".

Más recientemente tenemos la descripción del sacerdote José Rodríguez Moure:

"Esta imagen de Jesús en un crucifijo pendiente de la Cruz por tres clavos y de tamaño natural. La cabeza un poco inclinada y vuelta hacia el lado derecho no la tiene desmayada, sino algo erguida, velado el rostro por la sombra de un mechón de pelo de la cabellera nazarena que le cae por la izquierda y casi se apoya en el pecho, la hermosa faz, aunque dolorosa, es atractiva; la musculatu­ra y proporciones bastante correctas para la época que revela, teniendo la coro­na de espinas que adorna la cabeza y el paño que cubre los lomos formados de talla en el propio madero en que fue esculpida" .

En los cuatro siglos cumplidos de esta escultura, relata Bonnet, se le han sustituido algu­no de sus accesorios. Así, sabemos que la Cruz primitiva de madera fue cambiada por la forra­da de plata, que hoy tiene, quedando aquella en el convento de religiosas de Santa Clara, don­de aún recibe culto y veneración.

Se trata, en suma, de una talla gótica de la escuela sevillana y que en conjunto tiene un dramatismo sublime, teniendo su rostro todas las cualidades de un retrato que comprendía el tipo ibero: cara alargada, nariz prominente, frente despejada, ojos rasgados y color moreno. Soberbia manifestación del gran arte sevillano que se desenvolvía pujante en la segunda mitad del siglo XV.

Innumerables son log milagros y curaciones atribuidas al Cristo. El padre Quirós publi­có a principios del siglo XVII una información concluida por el doctor Viera sobre los mila­gros hasta entonces atribuidos a la imagen. Relata sesenta y cinco milagros atribuidos a cura­ciones. Pero son muchísimos más los recogidos con relación a calamidades públicas, plagas, marinos y embarcaciones.

Por ello, la imagen fue declarada santa y milagrosa mediante auto del Ordinario, que dice literalmente así:

"En la ciudad de San Cristóbal de esta isla de Tenerife, a tres de Agosto de 1609 años, su merced el doctor Gaspar Rodríguez del Castillo, provincial, juez, oficial y vicario general, visitador y gobernador de este obispado de Canarias, del Consejo del Rey nuestro Señor, habiendo visto estos autos e informaciones hechas ante jueces eclesiásticos por comisión de su merced, y habiéndolo exa­minado, comunicado y considerado, dijo que declaraba y declaró el Santo Cru­cifijo que está situado en el altar mayor de la capilla principal del convento de San Miguel de las Victorias de esta ciudad, por imagen santa y milagrosa, y por tal mandaba y mandó que se venere y respete, y por verdaderos y legítimos mila­gros que están probados y obrados por la dicha imagen de Cristo Crucificado, a quien representa" .

LA FIESTA EN LA LAGUNA

Una vez esbozados estos trazos históricos del Cristo de La Laguna, y siguiendo el for­mato clásico que me he propuesto para este pregón, me voy a ocupar de la fiesta propiamen­te dicha y de la ciudad misma en que estamos, La Laguna.

Al repasar diversas bibliografías para preparar esta pieza, estuve leyendo una obra inte­resante, la de Gregorio Cabrera Déniz "La Laguna en el último cuarto del siglo XIX", publi­cado por el Excmo. Ayuntamiento de esta ciudad, en 1993.

Pues bien, en dicha obra encontramos un párrafo muy curioso sobre el papel que jue­gan las fiestas en ese último cuarto del siglo XIX, conectado, dice el autor, con los escasos momentos de distracción que posee el conjunto de la población, y de ahí la importancia que se les concedía:

"En los pueblos de estas islas, donde casi nunca se sale de un punto menos que insoportable monotonía, que contribuye muy mucho a que nuestro carácter, tan inclinado a la animación y a la alegría, sea generalmente taciturno y triste, una fiesta es un acontecimiento, y lo mismo el ferviente católico que el indife­rente en materia religiosa, desea llegue pronto el día en que deba tener lugar y que los atractivos sean muchos. Y como no, si esos anuales acontecimientos, vie­nen a entremezclar los lazos entre los pueblos vecinos, son motivo de solaz y hacen que sin salir uno de la ciudad viaje entre personales de toda la isla, con­temple mayor número de bellezas femeniles, y luzcamos ropas del bautismo..."

Por ello, en aquella época las fiestas permitían el desarrollo de actos culturales diversos, frente al aburrimiento que caracterizaba al invierno y La Laguna, con la presencia de las más importantes autoridades, recuperaba una capitalidad no oficial durante los meses de Julio y Agosto.

La antesala de la temporada era el Corpus y su verdadero inicio coincidía con las fies­tas de San Cristóbal, en las que se conmemoraba la fundación de la ciudad, un 27 de Julio. A esos festejos sucedían los del Cristo y los de San Miguel, cerrando la temporada, ya a princi­pios de octubre, los del Rosario, cuyo fin era acogido con general tristeza:

"Nada hay más triste que La Laguna en la temporada que se acerca; a ello contribuye en piimer lugar la falta de espectáculos que en todas las ciudades existen para expansión y solaz de sus habitantes" .

Si he sacado a colación estos comentarios de Cabrera Déniz sobre las fiestas de La Laguna a fines del siglo pasado es justamente para ofrecer el contraste con las fiestas a fines del siglo presente.

Hoy, por múltiples circunstancia, que están en la mente de todos, por la facilidad de las comunicaciones, por el dinamismo de la vida moderna, por el auge de acontecimientos depor­tivos, festivos y de toda índole, las fiestas no son ya un paréntesis del aburrimiento cotidiano.

No obstante, las fiestas, como señala Bermúdez Suárez en su interpretación teológica ya citada, poseen una riqueza difusa, dificil de definir en un primer momento, que explica qui­zá el atractivo y la fascinación que ejerce sobre todo ser humano, individual y colectivamen­te considerado. En la fiesta, añade. Se expresan anhelos de una sociedad distinta, de unas rela­ciones humanas nuevas, de un mundo más humano y fraternal.

Hoy, que duda cabe, las fiestas son un reflejo de una nueva sociedad relacionada con la utopía de un mundo mejor, el suspiro por una sociedad alternativa, basada en el intercam­bio generalizado, la realización de la existencia, la expansión del ser, el gozo y el disfrute de la vida, en palabras de Jean Duvignaud, en su obra "Fiestas y civilización", París 1984.

Este sentido tienen también las presentes fiestas del Cristo de La Laguna, de esta ciu­dad del Adelantado, que cuenta con la iglesia más antigua de la isla, la de la Concepción, y que combina, como dije al principio, el carácter solemne, "oficial" con pendón de la conquista, austero y culto, con la explosión de devoción popular y la exuberante demostración de piro­tecnia.

"Hay un día en que toda ciudad es fiesta. Un día en que todos los caminos apuntan a una plaza. Un día de romeros, de ruletas y de ventorrillos a la som­bra de los álamos negros... Un día en que la piedad religiosa y el espíritu de jol­gorio se funden y confunden y no estorban. Y una noche... floral y armoniosa, así es la ciudad por el mes de Septiembre, con el oro agavillado de las mieses de la vega y con los timplillos, guitarras y bandurrias que hacen música de fondo a coplas en las que reiterativamente, el pueblo hace referencia al Cristo".

(Así se expresaba Luis Álvarez Cruz en "Una cierta música de campanas", en el pro­grama de las Fiestas del Stmo. Cristo de La Laguna, en septiembre de 1961).

LA LAGUNA

Pero La Laguna es, además, un símbolo de lo nuestro, de lo canario. En realidad, la his­toria de Tenerife, como afirma Alejandro Cioranescu en su obra "La Laguna, Guía Histórica y Monumental", es en cierto modo la de su evolución de ciudad a isla y del progresivo des­moronamiento de su unidad administrativa: es el estudio de la distancia que aumenta sin cesar entre el centro y la periferia, entre La Laguna, considerada como matriz de las demás pobla­ciones y formaciones que se emancipan y quieren vivir a su modo, como los niños que lle­gan a hombres.

La Ciudad, con su Justicia y su Regimiento de los tiempos heroicos, era una pequeña familia, en que el padre retenía toda su autoridad: Los hijos vinieron poco a poco, se multi­plicaron, crecieron y pretendieron en fin volar con sus propias alas. Y cita Cioranescu a La Orotava, Santa Cruz de Tenerife o La Esperanza.

Y a mi, al hilo de esta reflexión histórica se me ocurre otra. Primero que estamos en un proceso inverso, al menos en las islas de Gran Canaria y Tenerife. La ciudad, la gran ciudad, se come a la isla, y la isla entera se convierte en ciudad.

Sin entrar que no es el motivo ni el momento este Pregón para ello, en las razones polí­ticas que hacen a muchos defender la fusión, por ejemplo, de Santa Cruz y La Laguna, ello sin duda obedece a ese fenómeno de grandes concentraciones, grandes superficies, megaciu­dades despersonalizadas y computerizadas. A una despersonalización de lo pequeño, de lo entrañable, de lo familiar, en todo caso de lo entendible.

Y esta es la reflexión final que deseo trasmitirles esta noche, en este pregón. En estos albores del siglo XX las fiestas, una fiesta como la del Cristo reafirman una personalidad, mar­can el acento de lo propio, en esa equilibrada proporción entre lo religioso y lo civil, entre lo solemne y lo festivo, entre lo canario y lo español, cosas todas compatibles como se ponen de relieve en estas fiestas, que tiene características específicas, ritos propios, fenómenos de participación popular muy elocuentes. Que son de La Laguna y a la vez son de todos los canarios.

Los canarios que afrontamos un próximo siglo XXI con esperanza en un futuro mejor, con contradicciones evidentes, pero también con avances indudables en tratar de encontrar el equili­brio adecuado entre nuestra insularidad y nuestra universalidad, con la esperanza también de que lo grande no acabe comiéndose a lo chico, lo colectivo a la persona, lo macro a la individualidad.

Por ello podemos concluir reproduciendo de Galván Tudela el siguiente párrafo, que incluye al final de su obra ya citada "Las fiestas populares Canarias":

"Las fiestas han cambiado. Algunas han desaparecido, pero muchas se han revitalizado. Otras son de nueva creación. Cada barrio urbano, cada caserío tie­ne su fiesta. Sus contenidos y significados han variado a partir del desarrollo económico, la ruptura con el campo y la emigración. No obstante, la fiesta cana­ria no ha muerto. Todo lo contrario. Se muestra viva y pujante, asimilando nue­vas aportaciones y evolucionando sin cesar" .

Este es el caso de la Fiesta del Cristo de La Laguna.