" ... tu fe de siglos petrificada" M. VERDUGO
Lo que en esta tierra sea historia o sea leyenda es lo mismo.
¿Quién dijo que la Historia no es la leyenda hecha razón, la fantasía hecha pensamiento? Tanto monta. Aquí, sobre esos dos pilares que el tiempo y los siglos forjan o desdibujan se alza, convertida en patético desgarramiento, la sublime estética de la Verdad que justifica la Historia y da alas a la fantasía.
Cristo en la cruz resumió, con sus brazos abiertos, su: espinas, la sangre de su costado, la mirada agonizante de sus ojos y la esponja de vinagre acercándose a sus labios resecos por el dolor, el más perfecto canon de belleza ideal. Fué otra paradoja del Crucificado para los hombres.
Aquí, en la faz y en el cuerpo inerme del Cristo lagunero, he visto yo -y han visto todos los que tienen ojos para mirar y ver - la remembranza fidelisima de aquella sublime estética incomparable que otros ojos miraron en una tarde llena de calvarios y de redenciones. No he visto nunca figura alguna de Cristo en la Cruz que tanto levante el alma, que tanta paz lleve al corazón, que a uno le deje, en los entresijos de su cuerpo y de su espíritu, tanta serenidad, tanto horizonte prodigiosomente limpio.
Asi, sí. Así ya puede uno explicarlo todo y puede uno entender, por qué la gente de la tierra es buena, por qué, aquí, hay tantos brazos abiertos, al modo de los brazos del Cristo, por qué los hombres de esta fierra y la tierra misma llevan siempre, a flor de labios, el corazón. Creo que este Cristo lagunero es síntesis y razón que explica el alma y el ser de esta tierra isleña.
Pregunté por El y - siempre hay algo por encima de la pura cortesía que al hombre obliga - a El me llevaron unos amigos. Fué la primera visita. y, si la presunción no fuera vicio tan feo, podria decir que entonces, desde aquel instante, preví las virtudes de esta tierra, más entranable que lejana. Para gloria de laguneros valga decir, en verdad, que el nombre y la fama de su Cristo no tienen fronteras. Es como si en esa noche de fiesta mayor, las estrellas pirotécnicas de la Plaza de San Francisco cubrieran todo el cielo de España y pedazos de cielos de otros mundos.
Y, con la fama y el nombre y el milagro del Cristo, vuela tambén el nombre y la fama de esta Ciudad que conoció menceyes altivos, cargados de nobleza, de rodillas postradas en tierra y Corte de Almazán. Ciudad que parece dormida y no lo está. Hay pueblos que no pueden soportar el peso de tantas gloriosas tradiciones y prefieren el sueño. Otros, sin perder el gesto de su señorío, de su vieja y noble aristocracia, prefieren la vigilia. Entonces nace el equilibrio de los escudos heráldicos, de las casas solariegas, de los papiros genealógicos rimando, en perfecta consonancia, con los afanes del tiempo. Asi veo yo La Laguna. Velando su tradición gloriosa y despierta al alba de las campanas de sus conventos, de sus claustros, de sus aulas universitarias, de sus nuevas industrias, de sus talleres. Despierta a la hora de prima, para que el tiempo deje pasar, su fruto.
Hicieron La Laguna como frazada a cordel, pero el cordel y la plomada todavia cuelgan de las manos de sus hombres para más hacerla, para alargarla y ensancharla más, La serenidad y el equilibrio de sus calles, recortadas a mano de geómetra, se quedan reflejados en las fachadas de sus Palacios, de sus viejas casonas, de sus conventos, de sus hombres empinados sobre el tiempo, sobre los siglos, sobre los dias de su tradición y de su historia sin pasar. La historia de ayer vive alerta en el sueño, hecho esperanza, de sus hijos de hoy. Por esto La Laguna vive y sobrevive el tiempo y en el tiempo.
Como ayer, como siempre, vendrán hoy romeros de todos los caminos abiertos sobre tierra isleña, sobre olas blancas y verdes de un mar que, sin ser "nostrum", también es nuestro porque nos abraza por todas partes. vendrán peregrinos del aire a lomo de pájaros con alas. y la
Plaza de San Francisco se hará templo y naves de su iglesia mayor serán las calles de la Ciudad. Será como si todos los viernes del año, por un milagro de la devoción y del fervor tinerfeños, se hicieran catorce de septiembre. Y Cristo -el Cristo- será, como siempre, y más que nunca, el centro luminoso de todos los fervores y todas las alegrías.
¿Qué más da que el tiempo lo hayan ido tejiendo la historia o la leyenda cuando es el corazón el que nos habla?