La Laguna en septiembre: una Ciudad de convivencia.
La Laguna siempre ha sido una Ciudad de convivencia, y en septiembre de cada año, aún más, pues el Cristo de La Laguna nos reúne a todos. Después de la conquista de Tenerife se instalaron en Aguere ciudadanos provenientes de diversos países y puntos de Europa: conquistadores y colonos que convivieron en paz con los guanches que sobrevivieron, creando las bases de una nueva sociedad, que acogió a todos. Y han convivido durante siglos, nuestros conciudadanos, dando un claro ejemplo de tolerancia y respeto.
La “Pontificia, Real y Venerable Esclavitud del Cristo de La Laguna” es buena prueba de ello: desde que se decretó el fin del del numerus clausus, a finales del siglo XIX, conviven en la Esclavitud personas de toda condición económica y social, de todo oficio o profesión y de cualquier ideología. Nadie podrá decir que, desde el siglo XIX, existan muchas más instituciones tan plurales en Tenerife, en el sentido participativo, que la Esclavitud del Cristo de La Laguna. Esta historia de participación de todos en torno a la Imagen de nuestro Cristo de La Laguna se ha ido por ello adaptando a los tiempos, dando respuesta a las necesidades de cada momento y continúa, en la actualidad, dando soluciones, en nuestra cuatro veces centeneria Institución, a las nuevas necesidades de una sociedad igualitaria.
Las Fiestas del Cristo deben ser ejemplo de esta participación de todos, de esta convivencia secular y de respeto, tanto en el ambiente religioso y procesional, como en el ambiente lúdico y festivo, porque el Cristo de La Laguna nos lleva a todos a encontrarnos, en torno a su Imagen, en septiembre de cada año. Fiestas que son ejemplo de diversión sana: los días de la víspera, del Cristo y tantos otros, emulando aquellos tiempos -no tan lejanos- en los que ir a la Plaza se convertía en un claro patrón de la convivencia de los laguneros y tinerfeños, que se interrelacionaban y compartían tan buenos ratos, viendo salir al Cristo o compartiendo historias en los ventorrillos. No es por tanto momento de reivindicaciones ajenas a la exaltación de la Cruz, ni de confrontaciones, sino de convivencia y tributo a aquellos conciudadanos que, desde hace más de cinco siglos, han construido una sociedad integradora.
Es por ello el mes de septiembre, creo, momento de reflexionar sobre la Ciudad que queremos y la que dejamos a nuestros hijos. Es un reto para nuestro crecimiento como sociedad, y para nuestra convivencia, enarbolar valores como el respeto y el disfrute de espacios y momentos que, a todos por igual, nos deben además unir en la lucha por una sociedad mejor e igualitaria y, sobre todo, comprometida por la ayuda a los más necesitados, a quienes claman de la sociedad una respuesta a sus necesidades más básicas: los ancianos, los desamparados, los indefensos y todos aquellos que necesitan de los demás para ser parte real de esta sociedad.
En esta convivencia, la que queremos, la “Muy Noble, Leal, Fiel y de Ilustre Historia Ciudad de San Cristóbal de La Laguna” se abre y abraza a su Cristo en septiembre, para así abrirse y acoger a todos los canarios y visitantes, y mostrarles cómo el amor derramado por Dios en la Cruz, que celebramos el día 14, nos aúna y arropa. Porque esta Laguna, que ilumina nuestro Cristo, es una Ciudad abierta, donde el amor al prójimo, el respeto, el diálogo y el aprecio entre sus vecinos deben reencontrarse cada septiembre, como antaño, para ver pasar y contemplar al Señor de La Laguna, que nunca falla a los laguneros y al que todos debemos, en justa reciprocidad, cuidar y guardar, como lleva haciendo su Esclavitud desde hace cuatro siglos.
En estos días de septiembre, el Señor de La Laguna nos recibe con sus brazos abiertos, recordándonos que todos somos iguales y nadie sobresale sobre el resto. Nos recuerda que es el Cristo de todos y para todos, y que debemos convivir en unidad, con respeto, caridad y tolerancia.
¡Que viva el Cristo de La Laguna y felices fiestas a todos!
Francisco J. Doblas González de Aledo
Esclavo Mayor de la Pontificia, Real y Venerable Esclavitud del Cristo de La Laguna