La parte principal de la Liturgia de la Palabra la constituyen las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, junto con los cánticos que se intercalan entre ellas. También forman parte de ésta la homilía, la profesión de fe y la oración universal.
Concluida la colecta, todos se sientan. Durante la Liturgia de la Palabra los concelebrantes ocupan su propio lugar y se sientan y se levantan, de la misma forma como lo hace el celebrante principal (IGMR 212). El sacerdote puede presentar a los fieles, con una brevísima intervención, la Liturgia de la Palabra (IGMR 128).
En la celebración de la Misa con el pueblo, las lecturas se proclamarán siempre desde el ambón. La proclamación de las lecturas no es presidencial, sino ministerial, por lo que deben ser proclamadas por un lector instituido. Si no hay lectores instituidos, puede leer cualquier fiel. Pueden distribuirse las lecturas entre varios lectores. En cambio, el Evangelio debe ser anunciado por un diácono o por un sacerdote.
Después de cada lectura, el lector propone una aclamación (Palabra de Dios), a lo que responde el pueblo para tributar honor a la Palabra de Dios.
Cuando celebra un sacerdote solo, puede leer el mismo las lecturas desde el altar, aunque es mejor que lo haga en el ambón (IGMR 260).
1. Primera lectura
El lector proclama la primera lectura. Al final se pueden guardar unos momentos de silencio, para que todos mediten brevemente lo que escucharon. Es conveniente tener este momento de silencio para que la asamblea “con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta” (IGMR 56)
2. Salmo responsorial
Después sigue el salmo responsorial. Conviene que sea cantado; por lo menos, la respuesta. Este lo canta un salmista o un cantor desde el ambón. El salmista canta las estrofas mientras que toda la asamblea escucha sentada y, en la medida de lo posible participa cantando la respuesta. En ausencia de un cantor, el salmo puede ser proclamado por un lector.
El salmo se toma del leccionario, pero puede también cantarse el responsorio gradual tomado del Gradual Romano (IGMR n 61).
Cuando no hay segunda lectura, si no se canta el Aleluya o el versículo antes del Evangelio, pueden omitirse. De esta forma, salvo en Cuaresma, puede cantarse el salmo aleluyático tomado del Gradual Simple en vez del salmo y del aleluya; y en Cuaresma puede cantarse únicamente el salmo. (IGMR 63)
3. Segunda lectura
Cuando hay una segunda lectura, la proclama un lector después del salmo desde el ambón. Al final hace la aclamación que todos responden. Después, se pueden guardar unos momentos de silencio (IGMR 130).
4. Secuencia
En algunas ocasiones del año, el leccionario propone la Secuencia. La Secuencia es un himno poético-litúrgico con una forma rimada. Surgieron alrededor del año 850, cuando se añade su texto al melisma final del Aleluya, pero después se independizaron de éste. En la Edad Media aparecieron muchas, pero el Concilio de Trento las eliminó salvo cinco: el Victimae paschali laudes (para Pascua y su octava), el Veni, Sancte Spiritus (para Pentecostés), el Lauda Sion Salvatorem (para Corpus), el Stabat Mater (para la fiesta de la Dolorosa) y el Dies irae (para las Misas de réquiem). La reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II abolió el Dies irae, y se incorporaron textos en lenguas vernáculas que sustituyen a los originales latinos, con el objeto de que rimen en cada lengua.
La secuencia se puede leer o cantar después de la segunda lectura, estando todos sentados, pues deben de pararse "al canto del Aleluya", lo que ocurer después (IGMR 43). Únicamente es obligatoria los días de Pascua y de Pentecostés. (IGMR 64)
5. Aleluya
Después del salmo (o de la segunda lectura, o de la secuencia, si los hay), se canta el Aleluya, salvo en el tiempo de Cuaresma. Al Aleluya se le intercala un versículo que es tomado del leccionario o del Gradual. En tiempo de Cuaresma, en vez del Aleluya, se canta el versículo antes del Evangelio que aparece en el leccionario, que puede sustituirse por el tracto tomado del Gradual. (IGMR 62)
En cuando inicia el canto del Aleluya o el versículo antes del Evangelio, todos se ponen de pie salvo el obispo que preside, en su caso. Si hay obispos concelebrantes, en ese momento se retiran la mitra.
En las Misas solemnes, dos acólitos se acercan al celebrante principal. Uno lleva el turíbulo y otro la naveta. Si el que preside es un obispo, se arrodillan frente a él; si no, se quedan de pie. El celebrante pone incienso en el turíbulo y lo bendice. Luego, los acólitos se retiran.
Si no hay diácono ni concelebrantes, el sacerdote camina hacia el altar y se inclina profundamente ante este mientras dice en secreto la oración Purifica mi corazón. Entonces, si el Evangeliario está en el altar, lo toma y, precedido por los ministros que pueden llevar el incensario y los cirios, se dirige al ambón, llevando el Evangeliario un poco elevado (IGMR 133).
Si no se emplea incienso ni ciriales, toma el Evangeliario y camina solo hacia el ambón tras decir la oración Purifica mi corazón; y si no fue llevado el Evangeliario en la procesión de entrada, el sacerdote se dirige al ambón tras decir la oración Purifica mi corazón y leer el Evangelio del leccionario que está ahí.
Si hay un diácono, una vez que el celebrante puso el incienso en el turíbulo, el diácono se para frente al sacerdote, se inclina profundamente ante él y le pide la bendición, diciendo en voz baja: Padre, dame tu bendición. El sacerdote lo bendice, diciendo: El Señor esté en tu corazón. El diácono se signa y responde: Amén. Luego, hecha la inclinación al altar, toma el Evangeliario que había sido colocado sobre el altar, y se dirige al ambón, llevando el libro un poco elevado, precedido por el turiferario con el incensario humeante y por los ministros con cirios encendidos, en caso de que los haya. (IGMR 175)
Si no hay diácono, pero un sacerdote concelebra la Misa, después de que el celebrante principal puso el incienso en el turíbulo, el concelebrante camina hacia el altar y se inclina profundamente ante este mientras dice en secreto la oración Purifica mi corazón. En este caso no pide ni recibe la bendición del celebrante principal (IGMR 212). Si un obispo celebra la Misa y no hay diáconos, el sacerdote concelebrante sí se acerca al obispo y pide la bendición como lo haría un diácono. (CE 173)
Hecha la oración “Purifica” o recibida la bendición del obispo, si el Evangeliario está en el altar, lo toma y, precedido por los ministros que pueden llevar el incensario y los cirios, se dirige al ambón, llevando el Evangeliario un poco elevado (IGMR 133).
Si celebra un obispo, mientras el diácono o el sacerdote caminan al ambón, el diácono que lo asiste por la izquierda le quita la mitra. En el caso de la liturgia papal, lo hace el segundo ceremoniero. Tras ello, se pone de pie.
Cuando el sacerdote o el diácono llegan al ambón todos los presentes se vuelven hacia el ambón para manifestar especial reverencia hacia el Evangelio de Cristo (IGMR 133)
Si se emplearon ciriales, éstos se colocan a los dos lados del ambón. El turiferario se coloca un poco detrás del clérigo que proclamará el Evangelio.
6. Evangelio
Ya en el ambón, el clérigo abre el libro y, con las manos juntas, canta o dice: “El Señor esté con ustedes”; y el pueblo responde: “Y con tu espíritu”. En seguida canta o dice: “Lectura del Santo Evangelio…”, signando con el pulgar el libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho. Se signa a si mismo y al libro con la yema del pulgar derecho, poniendo los demás dedos juntos señalando hacia la izquierda, mientras la mano izquierda descansa sobre el pecho.
Todos los presentes también se signan en la frente, en la boca y en el pecho. Esto no es persignarse, es decir, hacer la signarse la frente, la boca, el pecho y después hacer la señal de la cruz tocando la frente el pecho y los dos hombros; es simplemente hacer tres cruces con el pulgar derecho: una en la frente, otra en la boca y una más en el pecho.
Cuando el clérigo terminó de decir “Lectura del Santo Evangelio…” todos aclaman “Gloria a Ti, Señor”
Cuando preside el obispo en su diócesis, o un obispo con derecho a usar báculo, en este momento se lo entrega el diácono que lo asiste por la derecha (CE 141). En las Misas papales, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas le entrega la férula.
En las Misas solemnes, en ese momento el clérigo inciensa el libro con tres movimientos dobles.
Luego canta o lee el Evangelio. Cada vez que mencione el nombre de Jesús o de María, debe de inclinar la cabeza. Lo mismo cuando mencione al santo del día, por ejemplo, en las fiestas de los Apóstoles.
Cuando termina, canta o dice “Palabra del Señor”, y todos responden: Gloria a Ti, Señor Jesús.
El clérigo que proclamó el Evangelio, al final besa el libro diciendo en secreto: “Las palabras del Evangelio….”, salvo que presida la Misa un obispo, pues en este caso, el clérigo que proclamó puede besarlo el mismo o llevárselo al obispo para que él lo bese. (IGMR 175 y CE 173).
Cuando el obispo recibe el Evangeliario, después de besarlo puede impartir la bendición al pueblo con éste (IGMR 175). Para ello, el diácono que lo asiste por la derecha previamente le retirará el báculo, si tiene derecho a usarlo. En las Misas papales, le retira la férula el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas.
Después de que el clérigo besó el Evangeliario y, en su caso, que el obispo bendijo al pueblo, el Evangeliario se lleva a la credencia. Si no se empleó el Evangeliario sino el leccionario, se deja en el ambón.
7. Homilía
Después del Evangelio, todos se sientan. En ese momento puede hacerse la homilía o pueden guardarse unos momentos de silencio.
Debe haber homilía en todas las Misas con asistencia de pueblo los domingos y las fiestas de precepto. Los demás días puede omitirse, aunque se recomienda que si se haga en las ferias de Adviento, Cuaresma y Pascua (IGMR 66)
La homilía la debe hacer de ordinario el sacerdote celebrante, pero puede encomendarle a un concelebrante o al diácono que la haga. También la puede hacer un presbítero presente que no concelebre, pero nunca un laico (IGMR 66).
Si el sacerdote predica, hace la homilía desde la sede o en el ambón, o en otro lugar que estime idóneo para ser oído por todos (IGMR 136). Si predica un diácono, la hará de pie desde el ambón o desde otro lugar idóneo para ser oído por todos.
Si predica el obispo, lo hará sentado desde la cátedra o desde otro lugar más adecuado para ser visto y oído por todos. Antes de iniciar la homilía, el obispo puede recibir la mitra y el báculo, si lo considera oportuno (CE 142). Si hay obispos concelebrantes, y el obispo celebrante principal se pone la mitra, ellos harán lo mismo.
Tras la homilía es conveniente que se guarde un breve espacio de silencio.
Si el obispo usó el báculo para predicar, se lo retira el diácono que lo asiste por la izquierda antes de iniciar el espacio de silencio.
8. Profesión de Fe
La Profesión de Fe o símbolo se orienta a que todo el pueblo reunido responda a la Palabra de Dios proclamando la fórmula de la regla de fe para confesar y manifestar los grandes misterios de la fe (IGMR 67). Hay dos fórmulas para hacerlo: el Credo de los Apóstoles o el Credo Niceoconstantinopolitano. En Credo de los Apóstoles debe ser preferido los domingos de Cuaresma y de Adviento.
Se dice los domingos y en las solemnidades, aunque puede decirse libremente en celebraciones solemnes (IGMR 68).
El Símbolo se dice estando todos de pie. Puede ser cantado o recitado. Si se canta, lo inicia el sacerdote, pero debe ser cantados por todos juntamente, o por el pueblo alternando con los cantores. Si se reza, puede ser recitado por todos en conjunto o en dos coros que se alternan (IGMR 68).
Antes de que inicie, salvo que haya un atril para sostener el misal, se acerca un acólito con el libro y lo sostiene frente al sacerdote. En caso de que se requiera micrófono y no haya un pedestal éste o que el celebrante lo tenga colocado en su persona, otro acólito acerca y sostiene el micrófono. Estos acólitos están ahí mientras se incoa el Símbolo y después pueden retirarse.
En las palabras “y por la obra del Espíritu Santo…” o “que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo…”, todos se inclinan profundamente, aunque en las solemnidades de la Anunciación y de Navidad del Señor, todos se arrodillan (IGMR 137)
Si un obispo celebra, dice o canta el Símbolo sin mitra. Al obispo que preside le retira la mitra el diácono que lo asiste por la derecha antes de iniciarlo. En el caso de las Misas papales, se la retira el segundo ceremoniero. Si hay obispos concelebrantes, deben de dejar la mitra antes de que inicie.
9. Oración universal
Concluida la homilía o, en su caso, la Profesión de Fe, se hace la oración universal, u oración de los fieles, en la que el pueblo, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos.
El sacerdote la introduce, de pie, desde la sede, con una breve monición, en la que invita a los fieles a orar (IGMR 71).
Para ello, al concluir la homilía o, en su caso, la Profesión de Fe, salvo que haya un atril para sostener el misal, se acerca un acólito con el libro y lo sostiene frente al sacerdote. En caso de que se requiera micrófono y no haya un pedestal éste o que el celebrante lo tenga colocado en su persona, otro acólito acerca y sostiene el micrófono. Concluida la monición inicial, ellos pueden retirarse.
Luego, viene una serie de intenciones en las que se pide por las necesidades de la Iglesia, por los que gobiernan, por la salvación del mundo, por los que sufren por cualquier dificultad y por la comunidad local. Si hay un diácono éste propone las intenciones desde el ambón; si no hay un diácono, las puede proponer un laico (IGMR 71 y 177).
Después de que el diácono o el lector propone una intención, el pueblo, de pie, suplica por ella bien sea con una invocación u orando en silencio unos instantes (IGMR 71)
Al final de las intenciones, el sacerdote concluye la oración de los fieles con una oración que dice estando de pie desde la sede.
Para ello, mientras se dice la última intención, salvo que haya un atril para sostener el misal, se acerca un acólito con el libro y lo sostiene frente al sacerdote. En caso de que se requiera micrófono y no haya un pedestal éste o que el celebrante lo tenga colocado en su persona, otro acólito acerca y sostiene el micrófono. Concluida la oración, ellos se retiran.
Cuando celebra un sacerdote sin pueblo, puede omitirla o decirla. Si la dice y tiene un ayudante, éste puede decir las intenciones (IGMR 264 y 69).
Los obispos están sin mitra durante la oración universal. Si no hubo Profesión de Fe, antes de que ponerse de pie para iniciar esta oración, al obispo que preside le retira la mitra el diácono que lo asiste por la derecha. Si hay obispos concelebrantes, deben de dejar la mitra antes de que inicie.