Sr. Rector Magnifico Dr. José Carlos Alberto Bethencourt

CREO que soy el primer Rector de la Universidad de La Laguna nacido en Santa Cruz de Tenerife. Creo también.que soy el.primer Rector de la Universidad de La Laguna a quien este dignísimo Consistorio responsabiliza de pronunciar el pregón de sus Fiestas Mayores.

Es ya un lugar común colocar al principio de este tipo de intervenciones, unas notas de humildad exculpatoria de no ser un especialista en dichas tareas. Obviamente nadie debiera serlo. Las fiestas deben ser abiertas por cualquier ciudadano y cada ciudadano debe hacerlo desde su experiencia personal de las mismas, desde sus gustos, sus preferencias o, por qué no, desde sus preocupaciones y desvelos.

A la hora de abordar los mismos cometidos, el punto de vista de cada uno de nosotros cambia. Como cambian ineludiblemente los pueblos y las colectividades, aunque sin variar del todo sus rasgos más profundos.

La Laguna descrita por el ingeniero cremonés Leonardo Torriani, llegado a nuestra Isla el uno de diciembre de 1587, con el fin de estudiar su sistema defensivo, casi nada tiene que ver con la actual población de 120.000 habitantes, abierta al desarrollo agrícola de ayer, pero también a los sectores industriales, turísticos y comerciales de hoy.

La ciudad bucólica descrita por Torriani y cantada por Antonio de Viana en su Conquista de Tenerife, en poco se parece, en lo que respecta a su fisonomía, desgraciadamente a la ciudad de nuestros días, aunque algunos testimonios, aún la acrediten como una de las más evocadoras de nuestro patrimonio histórico, como tendremos oportunidad de comentar.

Para Leonardo Torriani, La Laguna del siglo XVI es la mayor ciudad y la más habitada de as islas. Viven en ella hidalgos y mercaderes de España, de Francia, de Flandes, de Inglaterra y de Portugal y entre éstos y los isleños, hay gente muy rica.

«La ciudad tiene de largo mil quinientos pasos, y de ancho mil setecientos, y un circuito de cinco millas y seiscientos (pasos). La Laguna se forma por la reunión de las aguas de los montes circunvecinos; se llena por medio de un riachuelo que viene desde el norte, y se desagua por otro que corre en dirección del levante... Es muy útil para el ganado que pasta en su alrededor en número infinito.

Para los que tiran el arcabuz es un verdadero deleite, por la diversidad de los pájaros y animales que viven en ella....

Es La Laguna de los amores de la Infanta Dácil y del capitán Gonzalo del Castillo, mitificados por Antonio de Viana en su largo poema de 1604.

De esa ciudad, de esa atmósfera, nos quedan algunas calles, San Agustín especialmente, y al gunas construcciones singulares que hoy constituyen un itinerario recomendable. Un itinerario que en su día trazó Don José Rodríguez Moure y más tarde Don Alejandro Cioranescu y Don Adrián Alemán.

Casa de los Adelantados, Casa del Corregidor, Casa de Lercaro. Casa Alvarado-Bracamonte, Casa Salazar, Casa Ossuna, Casa Mustelier, Iglesia de la Concepción, Convento de Santa Catalina de Sena, Ermita de San Miguel, Convento de San Miguel de las Victorias - donde el 14 de septiembre de 1811 fuera colocada precisamente la imagen del Santísimo Cristo que hoy honramos, traída a la isla en 1520-, Convento de Santa Clara, Iglesia del Hospital de Dolores, Convento de San Agustin, Iglesia de Santo Domingo y ermitas de San Cristóbal, San Juan Bautista, San Benito y San Lázaro...

Construcciones que nos devuelven un pasado de nobleza y religiosidad. De alcurnia, y de recogimiento y sosiego.

Por ello la cultura y la educación estuvieron al principio de la historia de la ciudad. La Laguna ha sido una atenta vigía de la historia, bien relatada por la profesora Mª de la Fe Núñez, de nuestra Universidad. Una historia tensa y controvertida, en la que destacamos elementos constantes, como son las tensiones ideológicas que se traducen en rivalidades internas matizadas por intereses personales, en los períodos de régimen absolutista y conservador, o bien en luchas interinsulares cuando regímenes más progresistas permiten la obsesión "liberalista" de la división universitaria, o del cambio de sede.

Nace la Universidad Canaria como "entidad estatal" con sede en La Laguna, por el Real Decreto de Carlos IV del 11 de marzo de 1792, pero antes y después tuvo otras etapas que ponen  de manifiesto las constantes señaladas y que hicieron alternar momentos de plena actividad con otros de «vida latente». Las épocas de declive coinciden curiosamente con momentos de crisis nacional y así las identificamos en el tránsito de Fernando VII a Isabel II y con el final del reinado de Alfonso XIII y la  dictadura de Primo de Rivera.

Existe, sin embargo, una prehistoria que comienza en el siglo XVI. Los dominicos y agustinos, los primeros en Tenerife y los segundos en Tenerife y Las Palmas, rivalizan en el fomento de los estudios superiores. Estos últimos, con el apoyo de Don Tomás de Nava y Grimón y su hijo Don Alonso, consiguen en 1701 el Breve Pontificio «Pastoralis Offici» que les confiere la potestad de otorgar los grados mayores en Filosofía y Teología Escolástica y Moral. Curiosamente esta licencia papal necesitaba un «pase regio», y éste se retrasó cuarenta y dos años, debido a las luchas intestinas entre las dos órdenes religiosas, a lo que se añade la solicitud presentada por el obispo canariensis Monseñor Dávila y Cárdenes que proyecta establecer una universidad en Las Palmas.

Por fin en 1744, mediante la bula «Aeternae Sapientiae Consilio» se crea la Universidad de San Agustín en La Laguna, a la que se adscribe la cátedra de Gramática Latina de Las Palmas. Sin embargo el dominico Fray José Wading consigue por su gestión en la corte que Fernando VII publique una Real Cédula en 1747, suprimiendo la Universidad de San Agustíri y creando un seminario en Las Palmas. Viera y Clavijo ante esta lucha estéril escribe: «Fue cosa triste el ver que sujetos que se preciaban de amantes de las letras, se empeñasen con saña de analfabetos en matar la institución que podía haber ilustrado a Canarias»

Posteriormente en 1786, Carlos III con una normativa general para todo el reino, intenta reanudar la actividad universitaria en La Laguna, pero la Real Sociedad Económica de Las Palmas la paraliza. Hasta que en 1792 surge por fin la Universidad de San Fernando de La Laguna, que pasa después por muchas vicisitudes hasta la inauguración de su sede el 12 de enero de 1817 en la que su Rector, el deán Santiago Bencomo, juró: «defender y guardar los estatutos de nuestra universidad»

A partir de ahí la lucha es interna. El Claustro pugna por su autonomía ante los Comisionados Reales, y la Universidad de La Laguna es acusada de foco de impiedad y rebelión, y sus alumnos de ser portadores de las más perversas máximas y doctrinas. Se crea una Junta de Purificación de catedráticos y escolares. Se acusa a la Universidad de La Laguna de mala administración y de malos métodos de enseñanza. En suma, se trama toda una maniobra inquisitorial, que de nuevo en 1829 consigue un cierre de nuestra Institución, que según Serra Rafols «se encontró cogida casi desde su nacimiento en el engranaje de la sañuda lucha política y fue bandera para unos y blanco para otros, en el ardor del combate».

Surge después una etapa reivindicativa que pasa por el manifiesto del Partido Progresista Isleño en el Ayuntamiento de La Laguna el 21 de agosto de 1854 solicitando el restablecimiento de  la Universidad. Y que pasa también por la creación de 1868 de la Escuela Libre de Derecho, hasta llegar a la verdadera etapa de la Universidad actual .

Etapa también controvertida en la que se crea, en primer lugar la Sección Universitaria y luego y definitivamente el Distrito Universitario de La Laguna. Tras la primera decepción, al comprobar que la ley de 1912 de «Reestructuración Administrativa de Canarias» no incluye la creación o restablecimiento de la Universidad, son dos nombres los que alzan sus voces, Cabrera Pinto y Delgado Barreto. Este último afirma en las Cortes en 1914, «la división de la Universidad en dos nrovincianas traerá una perturbación enorme en todo el Archipiélago, porque van a ser dos instrumentos políticos para manejar a los maestros, para que la política intervenga en los centros docentes de Canarias»

Por fin el 21 de septiembre de 1927 se crea la Universidad de La Laguna como el décimosegundo Distrito Universitario Español. A pesar de ello, Cabrera Pinto afirma: «Dios nos ilumine a todos para que la Universidad creada sea una Universidad Moderna, no una rueda más de nuestra administración pública, no un refugio, sino un hogar para maestros y discípulos».

Dios quizá oyó las plegarias de Cabrera Pinto y así la última etapa de. nuestra Universidad ha sido la más fructífera. Ha crecido y madurado, se ha extendido, pero los viejos demonios aparecen y persisten. Yo, de acuerdo con Cabrera Pinto y con Delgado Barreto en los criterios expresados, pediría al Cristo de La Laguna, que en esta época no resurjan las tendencias que se han ido sucediendo en la historia, que no coincidan las tensiones ideológicas internas con el fin obsesivo de dividir la Universidad. Que no vuelvan los poderes inquisitoriales a alentar campañas de desprestigio sobre nuestra institución, que los comentarios de caciques universitarios foráneos, y que sólo defienden intereses personales, no cortocircuiten la unidad del colectivo universitario que busca soluciones modernas y de progreso para superar pasados caducos. Habría que recordarle a algún vetusto decano centralista que la época colonial pasó, para fortuna de todos nosotros.

Una de las tendencias modernas de la Universidad es el cambio de concepto de ciudad universitaria. La Laguna ha seguido esta evolución. Desde el principio ha impuesto su estilo de vida a la Universidad y viceversa. Ha sido el lugar de encuentro de generaciones de canarios de todas las islas, que en sus horas libres se «unían» a un ambiente cultural y de sosiego, y le transmitían a la ciudad la alegría y el entusiasmo juvenil.

La Laguna no ha sido una ciudad, más una Universidad, sino que las dos crecieron juntas. En el casco antiguo, la Universidad no se puede señalar con un dedo, sino que se confunde, se amalgama con la ciudad a los ojos del visitante. No se encuentra un campus delimitado, sin embargo paseando por las calles de la ciudad se hallan los edificios que nacieron a la vida académica bajo sucesivos estilos arquitectónicos en una perfecta simbiosis entre ciudad y Universidad, tanto en el plano urbanístico como en la realidad de la vida diaria.

Pocas ciudades, no obstante, se pueden permitir el condicionar su desarrollo a la Universidad que cobijan. Pocas, como Oxford, serán en un sesenta por ciento Universidad. El paso del tiempo ha hecho que el desarrollo de la Universidad y de sus sedes busque nuevas fórmulas de convivencia que permitan la continuación de un saludable y ancestral diálogo.

Las ciudades universitarias siguen siendo las sedes de los órganos de gobierno y administración de esos centros superiores. Los edificios que el paso del tiempo deteriora, son recuperados para fines universitarios de uso general, centros de investigación, residencias de profesores y estudiantes y otros. Y asimismo se contempla que la actividad diaria de la docencia y la investigación se organiza, cada vez con más frecuencia, en campus universitarios del extrarradio ciudadano o, incluso, en otras ciudades. Son las exigencias del desarrollo universitario. La enseñanza y la investigación se organizan hoy por áreas afines, que necesariamente han de estar próximas entre sí y próximas a servicios comunes de apoyo. La  emanda universitaria obliga a llevar las enseñanzas a donde hagan falta y estas nuevas exigencias no han dejado de ser contempladas en el plan Rector de la Universidad de La Laguna, sin dejar de tener presente su vinculación con la ciudad que le  dio origen y que es y debe seguir siendo su sede.

Y al lado del devenir de la educación, se generó también en la ciudad de La Laguna el debate cultural. El promovido por los ilustrados de la Tertulia de Nava, fundada alrededor de 1753 por el ya citado Don Tomás de Nava, V Marqués de Villanueva del Prado, y a la que se fueron sumando sucesivamente personal dades de la categoría de Don Fernando de la Guerra, Don Cristóbal del Hoyo, Vizconde de Buen Paso, Don Juan Antonio de Franchy, Don Bernardo de Valois y Don José de Viera y Clavijo, con cuyo concurso la Tertulia toma nuevos bríos y ataca la falta de educadores, los derroches económicos de la administración y ciertas conductas eclesiásticas.

El debate auspiciado por la fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País a partir de 1777, en la línea de pensamiento de Carlos III, gran impulsor además de la reforma universitaria en la España de su época ya mencionada; la actividad literaria de la Escuela Regional lagunera a la que se vincularon Nicolás Estévanez, Tabares Bartlett, Antonio Zerolo, Guillermo Perera y otros; la fundación del Ateneo en 1904; la presencia de la «Revista de Historia» de Don José Peraza de Ayala desde 1924 o la labor investigadora del Instituto de Estudios Canarios desde su nacimiento en 1932.

Y aparte de la nobleza y de la religiosidad de las construcciones de ayer, de la educación y de la cultura generadas en su seno, La Laguna siempre ha sido una ciudad avalada por el cariño y el rigo. que ha sabido depositar en la organización de sus fiestas principales. El viejo Corpus, la Romería de San Benito, su Semana Santa y el Cristo por encima de todas ellas. Las Fiestas del Cristo que pregonamos una vez más desde que nacieran a fines del siglo XVI.

Sobre el culto al Santísimo Cristo de La Laguna, ya todo quedó escrito en el útil y citadísimo libro de Don Buenaventura Bonnet y Reverón. Quizá, sólo valga añadir, que los años no han hecho sino acrecentar la imagen religiosa del Cristo lagunero y que hoy día esa imagen y esa ciudad, son indisociables para cualquier creyente o no creyente.

Cuántos viernes de todo el año, en el atardecer, La Laguna se ve envuelta en otro ritmo con la visita de los muchos tinerfeños que le vienen a dedicar al Cristo su fervor y su fe en una ceremonia de silencio y de sol amortiguado o húmeda calina Mi Laguna tal vez. La de mi infancia y la de ni adolescencia en la casa del barco que separa los destinos de Bajamar y de Las Mercedes, la de mis paseos en bicicleta por un Camino Largo y lejano, la de mi primer amor en Consistorio y Bencomo, la de mi examen de Preuniversitario en las recién descubiertas aulas de la Universidad de Antonio González, de Ramón Trujillo, padre de Don Elías Serra, de Don Alejandro Cioranescu, Don Felipe González-Vicén, del airado Don José María Hernández-Rubio o la del querido José Peraza de Ayala.

Una Laguna soñada, con la pasión que nos depara el aprendizaje de la vida; de los primeros sentimientos y las primeras decepciones.

Muchos han sido los nombres vinculados a la celebración de las Fiestas del Cristo, desde que el Ateneo se encargara de la Velada de Arte del 12 de septiembre de 1906, y desde que se volviera hábito, invitar a un pregonero que cumpliera el papel que yo cumplo ahora, con mis limitaciones, ante ustedes este 31 de agosto.

De las Fiestas de Arte del Ateneo, había que recordar la de las Hespérides de 1915, a la que fue invitado el poeta grancanario Alonso Quesada, la Fiesta de la Raza de 1918, donde se recordó la vocación americanista de las Islas; la Fiesta del Atlante,  en 1920, a la que asistió Tomás Morales, el autor de Las Rosas de Hércules; la de El Romanticismo, en 1930, en la que interviene de mantenedor Don Niceto Alcalá Zamora u otras jornadas más recientes en las que intervinieron José Luis Aranguren o Fernando Savater.

Es éste el pasado de una fiesta que se ha convertido con los años en cita regional. Muchos estudiantes antiguos, de nuestra Universidad, regresan a una Laguna distinta, a revivir primeros amoríos y primeras libertades inolvidables, a revisitar plazas y calles caminadas y paseadas con otros afanes y otras inquietudes como ha sabido recoger con fidelidad el poeta Arturo Maccanti en «El tiempo y una ciudad»,unos versos dedicados a La Laguna:

Tantos días pasando por aquí. 
Triste o alegre, con la vida
pasando por aquí, o con la costumbre
de la vida «es igual» pero pasando
siempre por esta calle y esta plaza
con árboles; y siempre el oro viejo
del otoño dorándome la pena,
y siempre yo pasando,
pasando y despidiéndome de todos,
aunque nadie perciba en el adiós
que me voy alejando con la vida.

La Laguna en septiembre, se vuelve una ciudad de todos. Ese clima se palpa sin esfuerzo y tal vez yo con estas palabras ya contribuya en el día de hoy a su inicio.

Me llena de orgullo esta responsabilidad. Me colma de satisfacción que ustedes me hayan sacado de mis obsesiones universitarias y me hayan propuesto anunciarles sus fiestas más queridas. Para un chicharrero, es un honor más alto, en esta época de tal desuniones, recelos y rivalidades, que sólo superaremos con los principios de solidaridad, y Canariedad.

Muchas gracias por su atención.