Sor Almerina de la Cruz, tiene un lugar muy destacado y sin embargo poco conocido, en la historia de los avatares, por los que ha pasado, la tradicional devoción al Santísimo Cristo de La Laguna.

Ya es significativo que ella, a la cual nos debemos de figurar tan exquisita y de singular tempera­mento, como su extraño nombre sajón de Almerina, le añadiera al ceñir el velo monjil, el apelativo de la Cruz que demuestra su devoción por el enigma de nuestra redención.

El misterioso suceso, por el cual, la imagen de Jesucristo crucificado, que el Adelantado Don Alonso Fernández de Lugo, había traido ata Laguna, salió de un pasajero decaimiento en el afecto popular, tiene en su sencilla, pero apasionada trama, la elemental eficacia de una narración de "la leyenda dorada•.

Sor Almerina ofrecía sus rezos y meditaciones ante aquella hermosa escultura que "con solo mirar­la, inspira piedad y respeto", pero que por motivos inexplicables, había pasado a ocupar un altar de una de las capillas más oscuras y menos cuidadas del convento de San Miguel de Las Victorias, que allá por los años de 1550 ocupaban las religiosas por convenio con los Franciscanos, mientras se edifi­caba su monasterio...

A través de la delicada y al mismo tiempo enfervorizada oferta de afectos, comenzó a sentir la mon­ja algo que no era natural y en lo cual era ella. centro del asunto...Vió brillar luces misteriosas en la oscuridad de la capilla, en derredor de la imagen; tales luces y brillos le acompañaban con su eficacia creadora en la soledad de la celda. Comenzó a mostrarse nerviosa, distraida, huraña, rehuía el trato con sus compañeras de claustro, no la interesaba ni el trabajo ni el recreo, solamente la preocupaba lo que podría significar aquellas luminosidad en torno al Cristo.

Su modo de comportarse hizo que la Superiora se fijara en ella y que procurase tener larga y sen­tada conversación, con Sor Almerina.

Ambas comprendieron entonces, el significado de aquellas luces...eran como una señal de resurrec­ción, como un querer hacer presente un abandono injustificado. Abogó Sor Almerina porque se sacara la escultura a lugar más público y solemne, a capilla más propicia a que los devotos vieran la hermosa figura, patética y emocionante de Jesús muerto en la Cruz...

Cesaron así, los brillos y luminosidades. Recobró la calma perdida la monja y el santisimo Cristo de la Laguna, recuperó un prestigio de milagroso afecto y devoción...

Cuando veo en las tardes de los viernes de un año y otro y otro, la abigarrada multitud que atravie­sa la plaza de San Francisco, para acercarse a rezar, a suplicar, a llorar, ante el Cristo de sus afectos, tambien a Sor Almerina de la Cruz.

El brillo del sol en la tarde lagunera, pone en el altar de plata, el temblor de lágrimas donde se reu­nen dolores, esperanza y amor.


Enrique Romeu,
Conde de Barbate -Director del Instituto de Estudios Colombinos de la Gomera