Ha fallecido Monseñor Damián Iguacen a la edad de 104 años, Obispo Emérito de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna

Monseñor Damián Iguacen Borau ha fallecido este martes 24 de noviembre de 2020 a los 104 años de edad en la residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados que lo atendían en el Hogar Saturnino López Nova, en Huesca. El estado del obispo emérito de Tenerife se había deteriorado durante los últimos meses. A finales del mes de julio fue visitado por última vez por el prelado Nivariense, Bernardo Álvarez.

En la que fue probablemente su última entrevista, publicada por el Heraldo de Aragón, D. Damián se refería a la actual pandemia que le traía al recuerdo la «gripe» que se vivió en 1918, cuando él tenía dos años. «Hubo mucho pánico». Con esta referencia histórica,  Iguacen aseguraba que fue «una situación similar a la que ahora se vive. El ambiente era de temor». «Mis padres se portaron muy bien porque procuraron evitar el pánico. Me contaban todo en sentido positivo y resaltaban lo bueno», rememora, para asegurar poniendo en valor la virtud de la esperanza que: «No está todo perdido, podemos hacer el bien en la conversación ordinaria y esto sirve para todos, para los de arriba y abajo».

El actual obispo Nivariense tras conocer la noticia, expresó su hondo pesar por el fallecimiento de un gran pastor que vivió entre nosotros – como rezaba su lema episcopal –como el último de todos y el servidor de todos.

BIOGRAFÍA

Nació en el pueblo aragonés de Fuencalderas (Zaragoza). Cursó estudios en el Seminario Conciliar de la Santa Cruz de Huesca. El 7 de junio de 1941 fue ordenado sacerdote, el 11 de octubre de 1970 consagrado Obispo en la Catedral de Barbastro y el 14 de agosto de 1984 se convierte en prelado de la Diócesis de Tenerife, de la cual es Obispo Emérito.

Su primer destino fue como párroco en diversas parroquias en la Diócesis de Huesca de 1941 a 1944. Fue vicerrector del Seminario de Huesca de 1944 a 1948 y consiliario de Jóvenes y Mujeres de Acción Católica entre 1950 y 1969. De 1955 a 1969 pasó a ser párroco de San Lorenzo de Huesca.

Posteriormente, recibió el encargo como Administrador Apostólico de Huesca en 1969 y fue nombrado Obispo de Barbastro el 11 de octubre de 1970 hasta que en 1974, fue llamado a la Diócesis de Teruel. En 1984 fue nombrado Obispo de Tenerife, ministerio que desempeñó hasta el 12 de junio de 1991, cuando la Santa Sede aceptó su renuncia y pasó a ser emérito.

En la CEE fue miembro de la Comisión Episcopal de Liturgia de 1972 a 1981 y de 1984 a 1993, presidió la Comisión de Patrimonio Cultural.

Además, en el trienio de 1975-1978 formó parte de la Comisión para la Vida Religiosa.  De nuevo fue miembro de ella de 1981 a 1984.

Monseñor Iguacen también publicó diversos estudios y libros sobre el patrimonio histórico y sobre advocaciones marianas.

A su edad, era probablemente el obispo más longevo de la Iglesia Católica. Ante un nuevo cumpleaños siempre respondía igual: “Es una gracia de Dios que no sé cómo agradecérsela más que poniéndome enteramente a su servicio”.

UN OBISPO A IMAGEN DEL BUEN PASTOR

Los recuerdos pervivían en la mente de Monseñor Iguacen con una nitidez asombrosa. Era capaz de rememorar su vida deteniéndose en los detalles y conectando sus experiencias siempre a la luz de Cristo. Su ordenación como sacerdote era, sin lugar a dudas, uno de estos recuerdos grabados a fuego. “Después de mi bautismo, considero que ha sido el día más grande de mi vida. Que el Señor se fije en uno para ser ministro de su Evangelio te confiere otra entidad. Es algo muy grande”, señalaba.

El prelado emérito escribió varios comentarios sobre advocaciones marianas. Algunos de ellos fueron reeditados debido a la gran aceptación que tenía. Así ocurrió, por ejemplo, con dos pequeños comentarios sobre las advocaciones marianas de Santa María del Buen Humor y Nuestra Señora del Silencio. En ellos, el obispo emérito de la Diócesis Nivariense, hacía hincapié, por un lado, en la importancia que tiene para el cristiano afrontar la vida sin acritud y, por otro lado, la necesidad de hacer silencio para encontrarse con uno mismo y con Dios. “Un cristiano no puede estar de mal humor, encarando todo desde el mal genio y desde el pesimismo porque Jesús dice: ‘Confiad hijos míos, yo he vencido al mundo.’ Por lo tanto, si ese mundo enemigo del Señor, del bien, de la justicia, está vencido, es que no tiene futuro. Este convencimiento es el que nos debería reportar el buen humor. No significa, sin embargo, que las cosas no nos importen, sino que ningún suceso es definitivo”, indicaba Iguacen.

En cuanto al silencio don Damián señalaba que este aspecto lo relacionamos habitualmente, de forma equivocada, con no hablar. “El silencio es saber hablar a su tiempo” –matizaba. “Es importantísimo guardar silencio para hablar cuando se debe y sabiendo lo que se dice”.

En otra ocasión, Damián Iguacen durante una entrevista afirmaba considerarse un gran optimista. “Gracias a Dios lo soy. El creyente, necesariamente, tiene que ser optimista. Tiene que ver lo bueno que hay y lo malo que hay convertido en bueno porque el mal no es una fatalidad, lo podemos eliminar con el bien”. “Que todo esto sea expresión de alegría interior. El Señor nos quiere contentos, alegres, no bullagueros, sino con la alegría del gozo de vivir bien con Dios y con todo el mundo. Por eso la alegría es un signo cristiano”.

El propio Damián Iguacen Borau, en una entrevista que realizó Juan Luis Calero difundida por este departamento de comunicación con motivo de la celebración del bicentenario de la diócesis, rememoraba su paso por esta iglesia particular entre 1984 y 1991. «Recuerdo con mucho cariño y mucho afecto esa época». «No me ha quedado ningún detalle malo o negativo de aquella etapa. Tenía claro mi objetivo: aquí estoy para darme a los demás, si enfermo, pues enfermo, y si muero, pues muero… pero siempre dándome, por eso señalaba a los diocesanos: «Que se entreguen a los demás, que su vida no sea una vida de egoísta y vivir yo sino para los demás; darnos. No hay amor más grande que dar la vida ya se esté soltero, casado, consagrado… Lo importante es dar la vida y no vivir para mí, sino para los demás», y esa ha sido su ilusión, reconoce.

En defintiva, partió a la casa del Padre un pastor que ha dejado una honda huella tras su paso por estas canarias occidentales. “Nuestro tiempo es éste. El presente, porque el futuro tampoco está en nuestras manos. El plan de Dios quiere que aquí, ahora y con estos, seamos buenos y hagamos todo el bien que podamos. En vez de criticar el mal deberíamos ver qué podemos hacer nosotros para remediarlo. El Señor nos lo recuerda ‘mi corazón triunfará’.