Fiesta de ciudad, no de villa o pueblo de Tenerife. Este Crucificado lo trajeron los caballeros, don Alonso Fernández de Lugo y otros conquistadores, que desde Castilla y Aragón vinieron a incorporarnos a esos reinos.

No fue un Cristo adquirido con limosnas iniciadas entre los vecinos por los frailes de San Miguel de las Victorias. Costumbre que sirvió para adquirir la mayor parte de las obras que decoran los templos del Archipiélago

Pero llegado el Cristo a La Laguna caló hondo en las almas del pueblo.

Lo prueba que primero fue la Cofradía, es decir, el pueblo. La Esclavitud, los caballeros, eso vino más tarde.

Semeja la repetición de la estampa de lo que fue la realidad de la vida de Jesús. Primero los pescadores, los Apóstoles, que arrastraron tras si la masa de los humildes. Después se incorporaron las clases altas de Tierra Santa, de Grecia, de Roma, hasta constituír la Iglesia del Nazareno.

Desde ese tiempo, que se pierde en los principios de nuestra historia y se ha fijado entre 1520 y 1525, comienza las fiestas del Cristo. Así, con esa sencillez. Si bien Jesucristo había sido alabado muchos cientos de años antes. Pero para Aguere la que cuenta es esa fecha. La podemos considerar casi coetanea con su fundación.

Y los hermanos de San Francisco de Asís, el santo eiemnlar de Umbría, se situaron con su estandarte y su célebre Cristo en el primer plano de la naciente ciudad.

Desde aquel momento comienzan las fiestas que nos ocupan Primero humildes, como lo era la Ciudad de los Adelantados al finalizar la primera mitad del XVI. Eran las primeras generaciones de sus verdaderos hijos. Todavía no paseaba por sus calles el poeta Antonio de Viana. Más se abría a la vida la mocedad mística y encendida de José de Anchieta, el evangelizador de indios y Apóstol del Brasil.

Las fiestas se celebraban como se usaban entonces. También tienen modas. Nada extraña pues que fueran apropiadas a los tiempos del emperador Carlos V, que combatía ardorosamente en Alemania contra la Reforma, y al mismo tiempo dentro de los gustos de España.

Quiero decir que en primer lugar figuraba lo relacionado con la caballería, que diría don Miguel de Cervantes. El manejo de las armas. Era la formación de los caballeros y su educación desde los primeros años. Lo mismo que la recibió el propio Carlos V o Felipe II, aún cuando éste no fuera justador sobresaliente. Correr lanzas. No faltaba un buen campo en San Francisco, según aparece en el plano que hizo Leonardo Torriani y se halla en la Universidad de Coimbra, frente al santuario, apropiado para medirse los caballeros en estas lides varoniles. Tenían preferencia los ejercicios corporales.

También figuraban en los viejos festejos del Cristo carreras de cintas, que por efectuarse en la calle que bajaba de Santa María la Mayor a la plaza de San Miguel le ha quedado el nombre vulgar de la Carrera, que no pierde por otros títulos que se le den.

Y desde luego no podían faltar los toros, como divertimiento tan español que trajeron nuestros conquistadores a Tenerife. Hasta en nuestros tiempos revivió con la plaza de toros que nos hizo el señor Darmani, donde iba a actuar Rafael el Gallo, padre, como toreador famoso. Aquello fue el entusiasmo inolvidable de las fiestas septembrinas de La Laguna. Jamás hubo tanta animación entusiasmo y alegría. Hacía tantos años que no se veían los toros y el gran Rafael iba a dar su famoso quiebro de rodillas, sin que valiera artificio alguno.

Como único número de cultura de las antiguas fiestas del Cristo figuraba la representación de alguna comedia. Se empleaba en ello el numen de nuestros escritores, en determinadas ocasiones. Más no queda ni los nombres de las tales comedias, hechas en Aguere o en la Orotava. Recordemos que de esta última población salió al fin un mediano comediógrafo, fray Cayetano Benítez de Lugo, quien figura muy en tercer término de nuestros clásicos.

Los demás números eran completamente mundanos Los galanteos, los sarzos que perduraron hasta el siglo XVIII, entre los que figuraban en primer término aquellos tan distinguidos que se daban en la casa de don Tomás de Nava Grimón. Y aun continuaban a la entrada del XIX en aquel apacible ambiente en que se hallaba sumergido el Archipiélago.

Pero teníamos que incorporarnos a nuestro tiempo. La Restauración que nos trajo S.M. don Alfonso XII, vuelto a la Patria tras el famoso grito de Martínez Campos en Sagunto, nos trajo los aires que venían del otro lado de los Pirineos, renovados con motivo de la desastrosa guerra Franco-Prusiana y la proclamación de la República.

Se transformaron las fiestas del Cristo haciendo desaparecer las antiguallas. Se organizaron desfiles anunciadores. Lo que se llamaba en los últimos años del XIX "La Pandorga" ¿Qué era este número? Carrozas artísticas confeccionadas por el Excelentísimo Ayuntamiento o por las sociedades "El Porvenir", el Casino principal, hoy instalado en su edificio propio de la calle Rey Redondo, el Ateneo. Con posterioridad el "Orfeón la Paz".

Tras La Pandorga" vinieron los númerosa culturales, con discursos del mantenedor de las fiestas, generalmente oradores traidos de la Peninsula; aunque en cierta ocasión se trajo para ello desde Las Palmas a Rafael Romero (Alonso Quesada). Fiestas en el teatro Leal. Exposiciones pictóricas; una muy celebrada en las Casas Consistoriales; más tarde otra en las Escuelas Nava en el Ateneo, en el Casino. Un verdadero despertar bajo el lema del Cristo. Algo como los resplandores de una nueva aurora.

A tono con las fiestas modernas del Cristo se ha querido recordar algo típico de los aborígenes, la llamada lucha Canaria. Siempre agrada ver la agilidad y el arte popular, aunque ya no exista un Sopo con el asombro de sus luchas inesperadas, el remolino a Panclo o el de la Caldera.

Así se completan los festejos que organizan las sociedades de la Ciudad de los Adelantados y su Excelentísimo Ayuntamiento. Las masas llenan el Santuario, la amplia plaza y todas las calles. Turba abigarrada, bien poco homogenea, en espiritu y en figura. Dintinguimos al instante al obrero del puerto de Santa Cruz de Tenerife, con su camisilla, su gorra inglesa, su aire suelto y desenfadado que tiene algo de universal. Bien distinto del tipo, tan abundante en aquellos festejos, del hombre del campo, de andar recio, bigotes caídos, aire socarrón y una indumentaria que si bien ha abandonado los trajes típicos no llega a ser universal. Y se distinguen las mujeres de las Mercedes, de Guamasa, del Llano del Moro y lugares más lejanos por sus pañuelos abigarrados. Nota estridente de color entre la multitud. El caballerito está ahora en minoría.

La nota más moderna la da tal cual turista. Sienten curiosidad de ver la fiesta del Santísimo Cristo. Les atrae ver en que para todo y su famosa Entrada. Todos los actos y espectáculos reunidos forman la idea completa de la isla de Tenerife. Aunque no se echen una tajada de carne de adobo.

Que serie de sentimientos más distintos animan a los que se han reunido en torno al Cristo de La Laguna...

Mas falta algo. Son las fiestas religiosas. El clero de la antigua parroquia de Ntra. Sra. de los Remedios, hoy Catedral de Tenerife, celebraba antes de la llegada de nuevo de los frailes de la orden Seráfica, las ceremonias concernientes a estos cultos. Oficios solemnes, escena conmovedora del Descendimiento, para trasladar al Señor desde la Cruz en que descansa en su hernacina a aquella de las andas procesionales de plata repujada, usada en estas fiestas o en la Semana Mayor y salida de los talleres de orfebrería isleños; traslado del Cristo a la Catedral para predicar el quinario (el corto espacio de la capilla de San Francisco impide hacerlo alli); procesión de regreso a su santuario; y por ultimo la gran procesión del 14 de septiembre, en las primeras horas de la noche, para retornar a su capilla alrededor de las diez.

Esta procesión culmina con la "Entrada". Se detiene el Santísimo Cristo en su plaza. En tal momento se desarrolla una serie de fuegos que tejen cintas de colores a su alrededor, o bien rayos circundantes que parten de su trono y forman como un fondo de oro. Mientras otros zizagueantes contornean los límites de la Plaza y queda como encima, flotando en este océano de luz, las andas con sus brillos centelleantes y la imagen de Jesús clavada en su Cruz, expresada de manera sobresaliente por el anónimo autor del bajo gótico sevilano. Y este espectáculo se prolonga algunos minutos. Queda bien impreso en el espectador. Mientras, estalla en los aires el trueno desgarrado con que la Naturaleza anunció el último aliento del Senor... Esta es la "entrada".

Tal es el espectáculo que iban a presenciar los curiosos turistas.Para nosotros se reproduce todos los años, con el mismo sorprendente efecto. Y lo mismo puede verse desde la plaza que desde el cerro del Bronco.

No sabremos decir si se ha llegado a este juego de fuegos de artificio perfecionándolo poco a poco, desde el XVI al XX, que parece lo natural, o si es una realización conseguida desde la Restauración hacia aca. Nos basta con saber que son una realidad. La exhibición de fuegos más importantes de la Isla.

Ahora bien, si queremos saber la opinión que en las otras islas tienen de la fiesta del Cristo de La Laguna (tuve la curiosidad de preguntarlo en Gran Canaria) la mayoría respondió, sin vacilaciones, que las consideraban las mejores del Archipiélago, por su historial, desarrollo y lucimiento. No sé lo que opinan en las restantes islas. Pero a lo mejor sustentarán la misma opinión.

En nuestra mente surge el recuerdo del viejo santuario de San Miguel de las Victorias. ¿Cómo era? Con la fantasía se puede crear, ayudado por los datos históricos. Si se tiene fantasía y se sueña. Me sucede que en realidad lo estoy viendo.

Cañón de iglesia de una sola nave. Entrada por puerta traviesa a los pies, del lado de la Epístola. Otra al lado contrario de salida al claustro, que labró el maestro Juan Merino y donde se hallaban bastantes capillas. Al fondo de aquel cañón de iglesia un arco apuntado de cantería roja daba paso a la capilla Mayor, que fundó el conquistador don Alonso Fernández de Lugo y lucía (al decir del nadre Luis de Quiros) el meior artesonado del Archipiélago.

Eso era todo. Sencillo, desnudo, majestuoso en su esquemática traza. Me refiero a la primitiva iglesia. En el primer momento no se veían las capillas de la cabecera. No tenían arco de comunicación con la iglesia sino puerta a la capilla Mayor, por estar en su misma línea la capilla de Gallinatos y la de Juana Jerónima, pues no eran colateral tal como se entiende hoy. Y las de Candelaria y Catalanes tampoco tenían arco sino puertas. Eran capillas aisladas.

En este cañón de iglesia, sobrio y oscuro, que tenía al fondo el Cristo en la Sancta Santorum que hizo en la primera mitad del XVII el imaginero Antonio de Olbarán, vemos moverse la figura severa de Lope Hernández de la Guerra, tan rígido en sus actos y tan caballero; la de don Pedro de Lugo el primer protector de aquellos frailes; la del propio conquistador don Alonso Fernández de Lugo, que con su poderoso brazo dió remate a la conquista del Archipiélago, al escalar sus soldados el dedo de Dios que asomaba su blanca uña sobre la cresta de las Cañadas (como la meta más alta de la gesta conquistadora que duraba ya cerca de un siglo), para ocupar las tierras de Chasna y del Oeste; y tras de aquel jefe se movía todo un grupo de conquistadores en dirección hacia la capilla Mayor, mientras resonaban monótonos los rezos de los frailes en los tonos más graves.

Pero... Había sido una fantasía, una creación, mía. Abrí los ojos y todo había desaparecido. Se habían quedado atrás los conquistadores de Tenerife, los caballeros, los frailes del XVI y del XVII. Solo veía una pobre capilla impropia del Cristo de La Laguna. Todavía sigue sin su baslica. (1).


(I) Tanto tengo escrito sobre San Miguel de las Victorias, la historia de sus construcciones, la escultura famosa del Señor, que se supone regalada por el Duque de Medina Sidonia, tan nimbada por las tradiciones, milagros, perfume celestial que de ella emana apoderándase de las almas de los tinerfeños; las capillas que se fueron erigiendo e historia de ellas, como tambien de imágenes y retablos; la edificación del templo del XVIII: los accidentes catastróficos que lo han llevado al lamentable estado actual... me ha quedado aquí (mientras no pueda tener lugar la publicación de aquel libro a que me refiero) el hacer un pequeño bosquejo de las "Fiestas del Cristo", que es susceptible de mejor y completo estudio dejando bien atrás este mi pobre escrito. Cedo mi puesto a los investigadores de aquella ciudad.