Santuario del Cristo de La Laguna... Vieja iglesia de San Francisco. Tres portales. Uno para el alto de la cruz del señor. Los otros para los devotos feligreses. Todos con el mismo ornato que tenían cuando eran dintel y adorno del antiguo templo de San Miguel de las Victorias. Quizás hasta con la misma madreselva que tiende todavía sus ramas sobre uno de los arcos.
¡El Cristo! Cuatro siglos de tradición isleña. Cuatro siglos clavado en la cruz, recibiendo preces y súplicas, consolando a los afligidos. Tradición firme, de profunda raigambre, que nace con los elementos mismos de la señorial ciudad.
Con tales títulos y la predilección que el pri-mer Adelantado sentía por el Cristo, al que confió la guarda de sus restos mortuorios, apenas constituida la Justicia y Regimiento de la isla, dispuso que se le celebrase una fiesta en cada un año, a 14 de Septiembre, por las muchas mercedes que se había servido otorgar en las necesidades que en la Isla hubo de falta de salud, de aguas y otras muchas, yendo a su casa en forma de ciudad y haciéndole otros sufragios.
Desde entonces, por los viejos pórticos pasa-ron legiones de fieles, de toda condición y linaje, a rendir pleitesía al Cristo de San Miguel de las Victorias. Desfilaron bajo sus arcos las Levas para Flandes, los Tercios para Portugal y Extremadura, las Milicias triunfadoras de las invasiones extran-jeras, los Corregidores y Capitanes a guerra, el Cabildo con su Alcalde Mayor, regidores y escri-banos, precedido de reyes de armas y clarineros; las Cofradías del Viernes Santo con sus largas túnicas de anascote, golilla y caperuza negra, lle-vando hachones encendidos; las multitudes en sus fiestas de toros, cañas y comedias, libreas y torneos; las damas de antifaz... ¡Y hasta el propio Cristo, indemne del incendio de la antigua Iglesia, bajo la lívida luz de su amanecer trágico!
¡Arcada de San Francisco! Pórticos para las alegrías y para las penas! Por ellos pasaron tam-bién, con sus velos negros, madres atribuladas, con penas ocultas y lágrimas en el corazón, a rogar por el hijo enfermo o el soldadito que se fue a la guerra. Y con los brazos suplicantes, exten-didos en cruz, a expresar su dolor: ese dolor mudo y sereno de las madres canarias, avezadas al sacrificio, que jamás sintieron el desaliento de la duda; que saben sufrir y saben esperar...ç
¡Portales del Cristo!... Portales que vieron desfilar, bajo sus arcos, a las viejas Levas y los ague-rridos Tercios, a próceres y plebeyos, a las madres doloridas y a las mozas llenas de ilusión; aquejadas del mal de amores... por ellos pasó también la copla del pueblo, entre el lamento de una folía.