Las Fiestas del Cristo lagunero de 1858 se caracterizaron porque, durante varias noches, un corneta brilló en el Cielo. Se veía hacia el Noroeste y se ponía hacia las ocho de la tarde. Su cola era recta, blanquecina y en posición al Sol, según da a conocer José de Olivera, el cual añade, en su Album, que aumentaba de tamaño cada día.
Mientras el corneta surcaba el Cielo, como si de un mal presagio se tratase, el joven Solís, barbero y músico del Batallón Provincial, moría ahogado en el muelle de Santa Cruz la Víspera de las Fiestas del Cristo. ¿Qué pudo haber significado la presencia del corneta? ¿Qué el alma del lagunero subía al Cielo? ¿Qué la luz de la felicidad en septiembre brilla en la plaza y en el Santuario del Cristo que se localizan bajo el trozo de Cielo iluminado por el misterioso corneta? ¿Representará quizá el brillo divino que abraza el corazón del lagunero en las Fiestas del Crucificado moreno?
Responder a lo expuesto es cosa muy difícil, ya que son preguntas que formula nuestro corazón más que nuestra mente, guiado por el amor al Cristo lagunero. Sin embargo, no deja de ser significativo que, en el año 1858, el astrónomo Charles Piazzi Smyth publicó su libro «Teneriffe: An Astronomer's Experimente. En esta obra se demuestran las ventajas de los lugares de gran altitud para la observación astronómica, después de trabajar Smyth en Guajara (2.711 metros frente al Teide). Piazzi convenció a todos de la calidad astronómica del Cielo tinerfeño en un año en que, mientras un corneta iluminaba el firmamento, el pueblo lagunero participaba, a corazón abierto, en las fiestas mayores de su ciudad.
Las populares fiestas septembrinas de 1858 llenaron de alegría la plaza del Adelantado con los populares paseos y aquella iluminación especial tipo veneciana, la cual se eclipsó ante el brillo del cometa. Mientras las parejas laguneras se entregaban a la fiesta, con los ojos puestos en la novedad astronómica, los redactores de «El Guanche» preparaban la edición que salió nueve días después de la Octava del Cristo.
Gracias a la amabilidad y loable quehacer de la Agrupación Astronómica de Tenerife, sabemos algo más del corneta, el cual se llamó Donati. Los periodistas de «El Guanche» lo vieron el día 27 de septiembre, a las 6.20 de la tarde, al Noroeste, con una rotación ascendente de Este a Oeste. Su tamaño era como el de una de las estrellas mayores y su cola medía unas ocho varas.
La información de «El Guanche», entre otras cosas, da a conocer: «Esta noche, 30 de septiembre, debe verse presisamente al Noroeste. Con objeto de que sea hallado, diremos que ese punto se sitúa por la montaña llamada de Guerra que nos oculta el Valle Jiménez. Por la posición en que se encuentra ese fluido, se conoce que el corneta se aleja del Sol, pues es sabido que cuando le precede, se acerca, y cuando le sigue, se aleja.
Nosotros percibimos este cometa en su línea de rotación que está al alcance de nuestra vista desde el Este al Oeste. Esta línea se prolonga al infinito. Como va ascendiendo rápidamente, lo perderemos pronto en el espacio, acaso dentro de ocho noches. Por eso es que a la madrugada le vemos en el primer cuadrante y en dirección a la Cordillera de Anaga.
Debemos añadir, para tranquilidad de los asustadizos, que los cometas no ejercen influencia alguna en nuestro sistema. El de 1454, que pasó entre la Tierra y la Luna, eclipsó a ésta, sin haberse notado la me-or alteración en los movimientos que siguen estos cuerpos».
El núcleo del corneta Donati —el tercero del siglo XIX— al-canzó sigular brilló y, por emanaciones, fue aureolado vistosamente. Pero este corneta fue, como en algunos casos, especial, ya que tiró al espacio, como sudarios, una sucesión de comas que, en ocasiones, pueden sugerir una forma humana. El Cristo lagunero, como dice William Shakespeare en su canto al cometa, blande sus trenzas de cristal en el Cielo. El cometa Donati es el Dios, con su pelo plateado, del que habla Plinio. Un cuerpo celeste que el Santo Cristo lagunero despertará, de nuevo, en el Cielo al llegar el año 3.870, ya que, como dijo, Juan Damasceno en el siglo VIII, los cometas se forman por orden divina.
¿No es curioso que, en el año del cometa Donati, como ya veremos más adelante, un fraile se preocupara de avivar la fe al Cristo lagunero? ¿No se escalofría el cuerpo al pensar que, mientras en las fiestas de 1858 se deseaba que el Crucificado iluminara su rostro en el corazón de los fieles, un corneta, del tipo de los que llevan comas que pueden representar figuras humanas o divinas como dicen algunos, pasara por el cielo de Aguere? ¿No despertaría el cometa la fe de los laguneros posteriormente, al incrementarse el número de esclavos de la Esclavitud del Cristo?
Ahora que lo pienso, ¿no podría ser el corneta el lucero que, según el poeta Manuel Verdugo, encienden los ángeles para alumbrar el camino al Cristo lagunero? Si no es así, tampoco tendría importancia, pues, para recorrer la ciudad, al Crucificado le basta con las llamas de las velas de los fieles y esclavos o la luz que, al contacto con la Luna o las estrellas, proyecta la plata de su hermosa cruz.
El corneta más importante que ilumina la fe del lagunero es el Cristo moreno, cuyo cuerpo, a lo largo de la historia, ha brillado con luz divina.
Relacionando la claridad del cometa con el nombre de alguna orden religiosa de La Laguna, tenernos que centrarnos en la de Santa Clara. Concretamente en una de sus religiosas de extraordinaria santidad: Sor Almerina de la Cruz, la coma de ese santo corneta que es el Crucificado de Aguere, el cual envolvió su cuerpo con misteriosas luces e iluminó los ojos de su monja amiga.
Sor Al merina nació en Icod de los Vinos y tomó el hábito en el Convento de San Miguel de las Victorias. El Padre Argibay dice: «Resplandeció en todo género de virtudes, fue de humildad profunda, caridad ardiente, pobreza estrecha y de grande obediencia. Y sobre todo, lo que campeó más en ella fue la oración y contemplación».
Estando en una pequeña capilla, sin velos ni ornato, el Cristo se iluminó y encendió tanto el amor en el corazón de Sor Almerina, que ésta logró que se aumentara el culto al Crucificado moreno y se le colocara en el altar con más decencia. Para poder ver los cornetas en el Cielo es necesario no tener enferma la vista, la cual ha sanado el Santo Cristo cuando el devoto unta sus ojos con aceite de la lámpara del Crucificado y le ofrenda con amor la tradicional oración: «Dulcísimo Señor Jesucristo, médico celestial de nuestras almas y cuerpos, humildemente os suplico por las entrañas de vuestra piedad y misericordia, por vuestro santo nombre Cristo, y por la preciosíma sangre que por mí pecador derramasteis, por vuestra santísima pasión y muerte de Cruz, hayais misericordia de mí, perdoneis mis pecados y tengais por bien que, ungiéndome con este aceite que alumbra a vuestra imagen del crucifijo, alcance salud de esta enfermedad y tribulación que padezco, para gloria y alabanza vuestra, honra y estimación de la misma devotísima imagen del Crucifijo, con que adelante más os sirva y ame. Amén».
El año 1858 es fecha importante para la constelación de la fe del Cristo lagunero, en la cual localizamos otro corneta, del tipo religioso, que se llamó Fray José María Argibay. Dedicó todo su celo religioso y devoción a iluminar el corazón de los fieles (en lo que se refiere a renovación de la fe del pueblo hacia el Cristo) y responder siempre con amor a tres preguntas:
• ¿Por qué, siendo el mismo Señor, tantos prodigios, y en nuestros días tan pocos o apenas?
«Porque en aquel tiempo había mucha concurrencia a este Santuario, fe y devoción».
• ¿Por qué ahora algunos vienen al templo, suplican, no consiguen y se vuelven desconsolados?
«Aquellas gentes venían a la presencia del Señor, por lo regular, casi todas con sus almas purificadas con la gracia. Confiadas todas en su gran misericordia, pedían y conseguían».
• ¿y por qué ahora, aunque no todas, muchas personas se presentan en los santuarios para que las vean y ver ellas también, para lucir sus galas, para bailar, jugar y otras cosas impropias de la verdadera devoción, y quieren ser oídas y consoladas por el Señor?
«Pídale con fe sin dudar en nada, porque el que duda es semejante a la ola del mar, cuando la mueve el viento y la trae acá y allá. Por haber dudado Moises, no entró en la tierra de Promisión. Pidan con verdadera fe al Señor y se verán grandes prodigios».
Mientras el cometa Donati brillaba en el Cielo, el Padre Argibay redactaba unas constituciones para el régimen y gobierno de la Esclavitud del Santísimo Cristo, las cuales aprobó la reina Isabel II el 17 de mayo de 1863.
En el año del corneta (1858), el Crucificado de Aguere sólo contaba con cuatro esclavos: Tomás de Nava (marqués de Villanueva del Prado), Diego Benítez de Lugo (marqués de Celada), Antonio de Ponte (mayorazgo en Garachico) y Domingo de Mo-lina y Ascanio (mayorazgo en La Orotava). Pero como las consti-tuciones fueron redactadas con la luz del corneta, la renovación de la fe que pedía Argibay se encendió y los cuatro esclavos pronto empezaron a multiplicarse y a crecer la Esclavitud hasta nuestros días, convirtiéndose en la mayor agrupación de fe y amor a un Cristo moreno, por el que los ángeles iluminan caminos en la Tierra encendiendo luceros y hasta en las fiestas mayores de La Laguna de 1858 brilló un cometa en el Cielo.