Atención al pobre, primer mensaje del nuevo prelado.
El obispo Domingo Pérez Cáceres enriqueció las Fiestas del Cristo de 1947, ya que fue consagrado en dichas fechas, para lo cual se trasladó desde el Palacio Episcopal con el estandarte y maceros de la Esclavitud del Cristo.
En el pasado, era costumbre, en la plaza de toros que existió en el barrio de San Juan, repartir bonos de pan entre los pobres en tan tradicionales fiestas. Un hecho muy relacionado con el primer mensaje que el nuevo obispo envió a los laguneros: «No apartéis, no voláis jamás el rostro a ningún pobre. Partid vuestro pan con los hambrientos, sacrificaos por todos, sin distinción de clases sociales, porque todos somos hijos de Dios».
La cabalgata fue muy lucida, Iliparticipando la Banda del Regimiento de Infantería, bandas de Tejina y Tacoronte, Música de los alesianos, Cornetas de Infantería y Artillería, diez camellos, mil bengalas, veinte faroles, gigantes, cabezudos y veinte personas con trajes de época.
Las carrozas las hicieron el Ateneo, Juventud Católica, Orfeón «La Paz», Artillería, Aviación, Realeza, Deportivo Estrella, Real Hespérides y Defensa Química.
La Comisión de Fiestas la presidió Enrique Simó García. Dado que los festejos había que hacerlos conjuntamente con la consagración del nuevo obispo, se diseñó un programa unitario, que hoy es una joya, ya que la portada fue una obra del afamado acuarelista Antonio González Suárez, que se inspiró en un óleo de Juan Abreu existente en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife.
El martes día 16, la Corporación municipal, presidida por el alcalde Domingo Bello del Castillo, entregó a Domingo Pérez Cáceres, el título de Hijo Adoptivo de La Laguna. En los siguientes días, se celebró una gran jornada mariana en la Concepción y, a llegar el viernes 19 fue trasladado el Cristo a la Catedral para presidir la consagración del nuevo obispo, que al día siguiente fue agasajado con cantos tradicionales por parte de diferentes rondallas. El Orfeón «La Paz», siempre dentro de sus objetivos de enriquecer la ciudad, ofreció un sentido homenaje al obispo Pérez Cáceres.
La Comisión de Fiestas destacó aquel año que «la ciudad se despierta en volcanes de lirismo al contacto del atrayente y sugestivo gotear de la sangre del Cristo de La Laguna. Toda la ciudad es en las fiestas septembrinas un templo grandioso»
Era la Octava de las Fiestas del Cristo. La alegría aún recorría la ciudad y muchos se divertían quizá alejados del necesitado. Ello es probable que repercutiera en el nuevo obispo, quien lanzó un nuevo mensaje: «Es imposible amar a Dios sin amar al prójimo. La raíz de la caridad es la fe en Jesucristo, una fe viva, eficaz y formada. Las obras de misericordia son la realización feliz del alma. Tened paz y el Dios de la paz y de la caridad será con vosotros».