«Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi salvador. El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela, y me hace caminar por las alturas».
[Habacuc 3,17-19]
Vayan por delante mis mejores deseos de paz y bien para todos, en cualquier circunstancia en la que se encuentren. Sí. A pesar las dificultades por las que estamos pasando, es posible vivir una feliz Navidad, y es lo que les deseo de todo corazón.
Estos días me he acordado mucho de aquellas palabras del profeta Habacuc con las que he encabezado este mensaje. Aún en medio de la carencia de los bienes habituales, el profeta exclama: “Yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi salvador. El Señor soberano es mi fuerza”.
No dejemos que los problemas y dificultades que está ocasionando esta pandemia que nos azota, nos impida celebrar con alegría el Nacimiento de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
Lo principal de la Navidad es celebrar que Dios se hizo hombre naciendo de la Virgen María y que, gracias a ello, en la persona de Cristo, Dios vive con nosotros y, por eso, podemos decir con certeza “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo”.
Ciertamente, la Pandemia del Covid-19 con sus medidas sanitarias y el peligro que tenemos de contagiarnos, hacen que este año, la celebración de la Navidad -en sus manifestaciones más visibles- se vea muy limitada y tenga que ser bastante diferente a lo que estamos acostumbrados.
Será una Navidad atípica: menos bulliciosa, menos comercial, con más dificultades para las fiestas y reuniones familiares o de amigos. Sin embargo, pese a este clima de temores y miedos, de limitaciones y de lógica frustración humana, podemos y debemos vivir el verdadero y auténtico espíritu de la Navidad.
Quizá, si nos paramos a pensarlo, esta pandemia con todos los problemas derivados de ella, puede ser una oportunidad magnífica para centrarnos en lo esencial de la Navidad y experimentar que no necesitamos tantas cosas para estar alegres y sentirnos bien.
La Navidad nos habla de amor, de vida, de esperanza, de la presencia de Dios en nuestro mundo y en nuestra vida. La Navidad nos habla de la importancia de la sencillez y la humildad. La Navidad nos habla amor para con los más pobres y vulnerables. La Navidad nos habla de cercanía y generosidad para con todos.
Si. La Navidad nos recuerda que Dios no se desentiende de nosotros, ni nos abandona a nuestra suerte, sino que, compadecido de nuestras miserias, se presenta en el mundo para decirnos que Él está de nuestra parte y quiere darnos vida en plenitud.
En la tarjeta de Navidad que he preparado para este año he tomado un párrafo de la liturgia [Plegaria Eucarística IV] que expresa la fe de la Iglesia en el misterio de Dios hecho hombre:
“Tanto amaste al mundo, Padre santo,
que, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
nos enviaste como salvador a tu único Hijo.
El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo,
nació de María, la Virgen, y así compartió en todo
nuestra condición humana menos en el pecado.
Anunció la salvación a los pobres,
la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo».
La Navidad nos hace revivir que Dios se ha hecho uno de nosotros para arrancarnos de la frustración y hacernos ver que, junto a Él, una vida y un mundo mejor son posibles. La Navidad nos hace ver que Dios es fiel y cumple sus promesas.
Una hermosa canción navideña dice: “El niño Dios ha nacido en Belén, quiere nacer en nosotros también”. Esto es lo más importante: Por la fe, acoger a Cristo en nuestro interior. Esto es lo que hace verdadera y feliz la Navidad, como nos deseamos en las tarjetas de felicitación.
Precisamente, en la atípica Navidad que nos toca vivir este año, llena de incertidumbres y miedos, el Hijo que Dios que nació en Belén quiere nacer en el corazón de cada uno de nosotros y hacer suyas nuestras dolencias, tristezas y temores. Quiere nacer en nuestros corazones para iluminarnos con su presencia. No lo dudemos, como dice un salmo, con su poder salvador “él sana los corazones destrozados, venda sus heridas” (Sal. 147,3).
Las circunstancias en las que la Virgen María dio a luz a Jesús no podían ser más difíciles y precarias: lejos de su propia casa, teniendo que refugiarse en un establo y acabar recostando al niño en el pesebre donde comían los animales. Pero, pese a todo, quien nace es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. La grandeza de este Nacimiento hace que todo lo rodea se convierta en algo importante: un pesebre, un establo, unos animales, unos sencillos pastores…
En medio de nuestras limitaciones, tristezas y sufrimientos, como a los pastores en la noche de Navidad, el Ángel del Señor, también, nos dice a nosotros: “No temáis, les anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lucas 2,10-11).
Si, hermanos y amigos, con toda confianza podemos proclamar estos días lo que dice una hermosa canción litúrgica:
Cristo está conmigo, junto a mí va el Señor,
me acompaña siempre en mi vida hasta el fin.
Ya no temo, Señor, la tristeza;
ya no temo, Señor, la Soledad,
porque eres, Señor, mi alegría;
tengo siempre tu amistad.
Ya no temo, Señor, a la noche;
ya no temo, Señor, la oscuridad,
porque brilla tu luz en las sombras,
ya no hay noche, Tú eres luz.
Ciertamente, celebramos esta Navidad de 2020 caminando por la “cañada oscura” de la Pandemia del Covid-19. Pero, como anunció el profeta Isaías y proclamamos en la primera lectura de la misa de Nochebuena:
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierras de sombras y una luz les brilló».
Que la luz de Cristo ilumine nuestras vidas y así tendremos una ¡Feliz Navidad! Es lo que les deseo de todo corazón.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense