Los primeros relatos conocidos sobre el Santísimo Cristo de La Laguna, a excepción de uno, coinciden en hablar de su gran antigüedad, pues habría llegado a esta ciudad en vida del adelantado Alonso Fernández de Lugo, conquistador de la isla de Tenerife, y habría gozado de un gran prestigio y devoción desde una fecha tan temprana hasta hoy. Todos los relatos, menos uno, y es éste el que deseamos rememorar hoy.
El padre Quirós, en su libro sobre el Cristo de La Laguna y sus milagros, publicado en 1612, escribía sobre una monja clarisa que contemplaba el Santo Cristo “que estaba en una capilla pequeña, sin velos y el ornato que se quería”(1). Esta tradición, recogida por el que fuera el provincial de los franciscanos en Canarias, nos habla de una época pasada en la que el Cristo lagunero no recibía la devoción que tenía en la época en la que él le dedicó su libro. Ésta es la tesis que ya llevamos tiempo defendiendo, pues es el relato más acorde con los documentos que sobre este tema llevamos largos años exhumando en los archivos(2).
En aquella época, el crucificado que concentraba la devoción de los laguneros era el de la Sangre, propiedad de la cofradía de dicho título, con sede en el convento de San Agustín. El origen de ésta tuvo lugar en 1513, y en su fundación estuvo presente Gonzalo Muñoz, mayordomo del duque de Medina Sidonia en Canarias, lo que nos ha llevado a plantear que la tradición de que este noble envió la imagen del Cristo de La Laguna desde Sanlúcar de Barrameda a Tenerife se refiriera realmente al de la Sangre(3).
Hoy quisiéramos compartir con los lectores de estas páginas la lectura de un documento que hemos localizado en los fondos del Archivo Histórico Nacional en Madrid, en el que, por primera vez, se habla expresamente y con claridad meridiana de un tiempo en el cual el Cristo de La Laguna no tuvo devoción alguna, o cuando menos muy poca. Es un proceso incoado por el tribunal de la Inquisición contra fray Francisco de San Gregorio, religioso dominico. Inserta entre las diligencias y testificaciones que lo componen, nos encontramos que, estando preso en la cárcel del Santo Oficio en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, este fraile fue interrogado el día 26 de enero de 1618: “Dijo que estando éste en el convento de Nuestra Señora de Candelaria habrá dos años poco más o menos, acabado de comer la comunidad, se salieron a parlar, cómo lo tienen de costumbre, a la escalera del convento, el padre fray Félix de Fonseca, fray Pedro de la Anunciación, fray Diego Redondo, fray Luis de la Cruz, fray Martín Camacho y este confesante. Y entre otras cosas que trataron vinieron a hablar sobre el Santo Cristo de La Laguna, encareciendo la devoción que había, y la poca que en los tiempos atrás había habido. A lo cual el dicho padre fray Félix de Fonseca dijo haber conocido tan poca devoción al Santo Cristo del convento de San Francisco como al presente tenían a un Cristo que estaba en la sacristía del convento de Santo Domingo de la ciudad de La Laguna, a quién el dicho fray Félix en donaire llamaba “Lazarino” porque le faltaban los dedos de manos y pies”(4).
Efectivamente, recordaban una época anterior que, según los estudios que hemos publicado, es previa al año 1587, fecha en la que comenzó a eclosionar el culto al Santo Cristo de La Laguna, en un proceso de promoción de su devoción que tuvo sus autores, sus estrategias, sus dificultades y sus aciertos. Como la conversación en cuestión tuvo lugar hacia 1616, los frailes se estaban remontando treinta años en el tiempo gracias a su memoria personal de estos acontecimientos, que nada tenía que ver con lo que fray Alonso de Espinosa escribió sobre el Cristo de La Laguna, argumentando la relación con el Adelantado y la gran antigüedad de su culto a las que ya nos referimos más arriba(5).
Los documentos que hemos ido encontrando nos muestran otra historia, y relacionan al Cristo de La Laguna con nuevas formas devocionales, como las que se experimentaron en la Semana Santa lagunera, y se irradiaron al archipiélago(6), o al menos, así lo sospechamos en el estado actual de nuestros conocimientos; y prácticas de religiosidad más interiorizadas, que se manifestaban en la oración mental y privada.
Sobre este último particular disponemos de un precioso documento, que casualmente es otro proceso ante la Inquisición, pero que se halla más cercano a nosotros, en el Museo Canario, en Las Palmas de Gran Canaria. Lleva por título “Autos hechos para averiguación de haber hurtado el Santísimo Sacramento de el monasterio de Santa Clara de Tenerife”(7), y está fechado en 1571, cuando, según nuestras investigaciones, el Cristo lagunero aún no tenía devoción popular, sino que era un crucifijomás de los que había en La Laguna y en la isla de Tenerife. En esas fechas las monjas clarisas estaban instaladas en el convento de San Francisco, y por ello esta imagen era conocido como “Crucifijo de Santa Clara”, como ya hemos dado a conocer. Podemos ir desgranando los testimonios recogidos en este segundo proceso, que nos ilustrarán sobre la ubicación del Cristo dentro del templo y su devoción:
“El señor inquisidor mandó a mí, fray Pedro de Hinojosa, que dijese lo que supiese en el caso que acaeció enTenerife del Santísimo Sacramento. Y lo que pasa es que el sábado día de San Matías [25 de febrero], bajando el crucifijo de Santa Clara para llevarle en una procesión, se hubo de sacar de su lugar la caja del Santísimo sacramento(…)Y luego el lunes por lamañana oí decir públicamente que habían hurtado el Santísimo Sacramento”.
Esta procesión a la que alude fray Pedro fue una de las que se celebró en rogativa para pedir la lluvia, y por cuya causa se trajo la imagen de la Virgen de Candelaria desde Güímar hasta La Laguna. Este detalle nos lo aclara una carta que se incorporó a este proceso, escrita por Francisco Coronado y dirigida al licenciado Pedro Ortiz de Funes, canónigo e inquisidor apostólico, con fecha de 27 de febrero de 1571: “Lo que hay que avisar de nuevo es que por la grande seca que vuestra merced allá habrá visto que hay se han hecho y hacen muchas y cotidianas procesiones, entre las cuales el sábado se fue a Nuestra Señora Candelaria y se trajo su imagen, que está aquí”.
El 9 de marzo de 1571 declaraba Ana de la Trinidad, abadesa del convento: “Y preguntada en qué lugar de la dicha iglesia y en qué custodia y guarda está el Santísimo Sacramento, dijo que en el altar mayor de la dicha iglesia, encerrado en un cofrecico(8), que le parece que es de piezas de marfil, cerrado con su llave (…) que es en lomás alto del altarmayor, en unas andicas que allí estaban, con unas cortinas de seda”.
Fray Matías Carrillo, confesor de las monjas, declaró: “Y que el sábado día de San Matías fueron el guardián de este convento fray Juan Fonte y fray Juan de Olivares, predicador, con otros religiosos del dicho convento a sacar del altar mayor de Santa Clara un crucifijo que allí estaba para lo llevar en procesión. Y cuando este testigo llegó a la iglesia de Santa Clara halló que estaban quitando el dicho crucifijo, y para lo quitar habían desbaratado las andas y cofre en que estaba el Santí- simo Sacramento”.
Por las descripciones aportadas se comprueba rápidamente que el crucifijo de Santa Clara no estaba preparado para ser retirado habitualmente de su ubicación, dado todo lo que había que “desbaratar” para poderlo hacer así.
Sin embargo, lo que más poderosamente llama nuestra atención es otra cosa que también contó la madre abadesa: “Y que antes, puede haber quince días, que Francisco Uso de Mar solía venir a rezar todas las noches al crucifijo, y estaba rezando, y se iba, y podía estar hasta las nueve de la noche cuando mucho”.
Francisco Uso de Mar venía a rezarle todas las noches al santo Cristo de La Laguna. Y la pregunta que nos asalta es: ¿qué y cómo le rezaba? Afortunadamente tenemos la respuesta gracias a otra testigo, Beatriz, moza de las clarisas:
“Preguntando si cuando esta confesante cierra de noche las puertas y las viene a cerrar, si halla o ha visto dentro alguna persona en la dicha iglesia, dijo que muchas noches que esta confesante viene a cerrar la dicha iglesia halla en ella mucha gente: hombres, y mujeres y frailes, que están librando con las monjas en la grada, por lo cual esta confesante está aguardando que se vayan. Y muchas noches Francisco Uso de Mar estaba en la dicha iglesia rezando leyendo maitines hasta las ocho y las nueve de la noche, y no se cerraba la iglesia hasta que él se iba. Lo cual se hacía todas las noches hasta que puede haber seis o siete días que mandó el provincial que no le consintiera estar”.
Así, la piedad interiorizada de este laico, en sintonía con los usos de la nueva piedad, tenía su adecuado cauce ante el Cristo de La Laguna. Sin embargo, desde unos días antes del robo sacrílego cometido contra el sagrario del templo el Cristo de La Laguna se quedó sin nadie que le rezara, pues se le prohibió esta práctica a este devoto.
NOTAS:
(1) QUIRÓS, FRAY LUIS DE: Milagros del Stmo. Cristo de La Laguna, 1988, p. 243.
(2) SANTANA RODRÍGUEZ, LORENZO: “El origen del Santísimo Cristo de La Laguna y de su devoción (I)”, Fiestas del Santísimo Cristo de La Laguna, San Cristóbal de La Laguna, 2000; “Consideraciones en torno a las pautas en los encargos de las esculturas de carácter religioso en Canarias durante el Quinientos”, Estudios Canarios, LVI, 2012, pp. 124-127.
(3) SANTANA RODRÍGUEZ, LORENZO: Cofradías y procesiones de la Semana Santa en San Cristóbal de La Laguna. Síntesis histórica [siglos XVI-XIX], 2016, pp. 47-50.
(4) Archivo Histórico Nacional, Inquisición, 1.822, exp. 10, ff. 20r-20v (este expediente carece de foliación, por lo que se la damos de manera facticia).
(5) ESPINOSA, FRAY ALONSO DE: Historia de Nuestra Señora de Candelaria, Goya Ediciones, 1980, pp. 81-83.
(6) SANTANA RODRÍGUEZ, LORENZO: Cofradías y procesiones de la Semana Santa en San Cristóbal de La Laguna. Síntesis histórica [siglos XVI-XIX], 2016, pp. 73-81.
(7) El Museo Canario, Archivo de la Inquisición de Canarias, CXXVI, 1.
(8) En otro lugar del proceso se describe esta cofre que hacía las veces de sagrario: “El cual es un cofrecico tumbado labrado de marfil y vidrio, con mucha imaginería”.