Hay muchos personajes que atraviesan, con sus memorias ciertas o imaginadas, los misterios y las realidades que ocurren desde 1.503, 1.504 o 1.506, cuando Alonso Fernández de Lugo recibió en La Laguna, de manos de angeles ¡misterio!, o mercaderes, ¡realidad!, la imagen gótico andaluza; de Jesús crucificado; una imagen para la cual no habrá nunca adjetivos suficientes. 

Algunos de tales personajes han quedado ocultos tras un desolado telón de olvidos. Voy a recordar en este año de 1.984, cuando se cumplen más de 475 de la llegada de la imagen a La Laguna, a uno de aquellos; a una monja para la cual he sentido un especial interés desde que me encontré con su nombre y hechos en los libros del P. Quirós y Buenaventura Bonnet y Reverón.

El primero, franciscano, y en su libro sobre los "milagros que el Santo Crucifijo de San Miguel de las Victorias... ha obrado hasta el año de 1.590...", escribió: "Almerina de la Cruz, monja de la Orden de la gloriosa Santa Clara, resplandeció en todo género de virtudes... Y sobre todo, lo que campeó más en ella fue la oración y contemplación. Esta sierva de Dios en el tiempo que por orden de un custodio llamado Fray Pedro de Sevilla estuvieron las monjas en el convento de San Miguel de las Victorias, pasándose los frailes al hospital de San Sebastián y quedando en poder de las monjas este sagrado tesoro del Santo Cristo, estando de noche en el coro en su ordinario ejercicio, que era la oración, vió dos noches que del Santo Cristo (que estaba en una capilla pequeña, sin velas y el ornato que se requería) salía tanta claridad y resplandor, como si allí estuvieran muchas hachas encendidas. Consolóse con esto grandemente la sierva de Dios, y dijo palabras de mucha ternura y devoción al Santo Cristo. Y pareciéndole no estaba allí con mucha decencia, le hizo poner como convenía".

El portento que refiere con sencillez renacentista el P. Quirós, se rodea de luces y de amor. Es dificil imaginarse la escena, en la que habrán de conjugarse muchos sentimientos, tantos como pueden encerrarse en un alma enamorada. El franciscano se asió secamente a un suceso que supo porque de unos años a otros se iban contando los vecinos de La Laguna. Habría que adornarlo con un poco de poesía. Habría que pensar en la situación que se plantearía a Almerina de la Cruz y como se enfrentaría a sus demás compañeras para que no creyeran que era una visionaria, de aquellas ilusas que dieron quehacer a la Inquisición... Se podría pensar en la celda blanca, modesta... en Sor Almerina clamando sus verdades... "!No lo he soñado... lo he visto... rodeado de luces... ¡" . Por la ventana el sol de la mañana sobre el terregal de la plaza y las huertas de Anton Martín... ¿Pudo ser? ¿No fue así? En todo caso está en las raices del hecho y sus consecuencias.

Por su parte Bonnet en "En Santísimo Cristo de La Laguna y su culto", opina que quizá Almerina de la Cruz, "fuese natural de esta isla, pues su nombre no figura entre el de las fundadoras ni consta que viniese de la península...". Una incógnita más que envuelve uno de los muchos episodios que forman un arco de amor en torno a la imagen del Santísimo Cristo de La Laguna, que "Con la cara ensangrentada/ /con la voz enronquecida / / rompidas todas las venas / /y la lengua enmudecida/ / Con la color denegrida/ /cargado todo de penas/ / ... recorrerá un año más las calles de su Ciudad.