¿Quién Dios nuestro, dejará de tributártelos en este día?
¿A quién sino a Tí se dirigirán nuestros corazones?
¿Quién no tiene tu nombre en los labios?
¿Qué lengua permanecerá muda y no te glorificará?
¿A qué ojos no acudirán las lágrimas?
¿En qué corazón dejará de tener albergue la gratitud?...
¡Tú llenas nuestro espíritu y en Tí palpita y se regocija todo nuestro ser!
¡Porque mirastes a tu pueblo y lo amparaste!
¡Porque abriste tu diestra y lo protegíste!
¡Porque extendiste tu manto y lo ocultaste!
¡Porque vigilaste sus pasos y le libraste de las asechanzas del enemigo!
¡Porque infundiste en sus almas la fe y en sus pechos la esperanza!
Aquí, Señor, postrados a tus plantas, tienes ya a tus hijos predilectos, que vienen a Tí, después de un año de ausencia.
Aquí está, Divino Señor de La Laguna, la Bateria de Montaña de Tenerife; aquí están sus bravos artilieros, con el corazón henchido de elegría, palpitando de emoción y de gratitud.
En el mismo sitio, donde amoroso salistes a despedirles, vienen hoy a doblar sus frentes, a rendirte sus armas, empañadas aún con el humo de la pólvora.
Aquí están después de veinte combates librados con honor y gloria en la ingrata tierra africana, sin que el plomo enemigo lograra sacar de sus venas una sola gota de sangre.
¡Oh! sangre generosa la de éstos tus hijos, que en tanto la estimaste!
¿Cómo podrán ellos olvidarse de Tí?
¿Cómo no recordar siempre aquella noche obscura del 18 de Diciembre de 1921, en que, después de un día entero batiendo a los moros en las cumbres del Yebel, emprendieron la retirada por entre espeso bosque, sin guía, ni camino?...
Tú dirigiste sus pasos en aquellas horas amargas.
Tú inspirante a su jefe, el capitán Iglesias, para que se separase del grueso de la columna.
Tú libraste a la Batería, por ese medio, de caer en la emboscada en que tantos perdieron la vida!... ¡Gloria, pues, a Tí!
¿Cómo olvidar tampoco el duro combate del 28 de Abril de 1922?
Las balas silbaban, sin cesar. Cada uno de los Cuerpos expedicionarios iba regando con sangre la penosa cuesta. Dentro de la propia Batería de Tenerife cayó herido el teniente coronel de todas las fuerzas del arma. Los proyectiles se estrellaban en las piedras que pisaban nuestros soldados, rebotaban en las piezas de artillería, rasgaban el aire a cada momento, y levantaban por doquier nubes de polvo., ¡Todo en vanol,.. Los traidores rifeños no consiguieron hacer un sólo blanco en los animosos artilleros canarios, que sin descanso avanzaban en vanguardia, acortando cada vez más el tiro en medio de una lluvia de plomo, hasta coronar y ganar la altura, donde vivaquearon. ¡Bien! por la ¡Batería de Tenerife!...¡Honor y gloria a Tí, Cristo bendito, que la protegiste en el duro trance!
Ellos se portaron como buenos hijos tuyos. Tu nombre estuvo siempre en sus labios y tu imagen sobre sus pechos. Así merecieron tu protección. Así te vieron de contínuo a su lado, guiándoles como a los israeítas en el desierto.
¿Quién podrá negar tu providencia?
¡Desátense las lenguas y proclamen a los cuatro vientos lo excelso de tu bondad, la grandeza de tu poder, la majestad de tu gloria, la inmensursble serie de tus beneficios!
Tú atendiste, piadoso, a nuestros ruegos.
Tú escuchaste las súplicas de tantas madres y esposas, como se postraron a tus plantas.
Tú recogiste en vasos diamantinos sus amargas lágrimas.
Tú amparaste a aquellos pedazos de las entrañas, que lejos del solar nativo luchaban por el honor de la madre España.
Tú les seguiste con tu mirada.
Tus brazos, siempre abiertos, les esperaban día tras día.
Tú no les has dejado de la mano hasta entregarlos sanos y salvos al cariño de sus deudos y amigos!...
¡Bendito mil veces seas!
Hoy, pues, reunidos todos en apretado haz, acudimos a tus plantas y te ofrecemos un corazón lleno de júbilo, rebosante de gratitud, inflamado en amor divino!
¡Oh, Jesús! Dígnate acoger benignamente este homenaje, bendícenos de nuevo, pon fuego en nuestras almas, y has que nuestros labios te glorifiquen, repitiendo como los Angeles y Querubines en el cielo: ¡Santo! ¡Santo! Santo! Señor Dios de los ejércitos! ¡Llenos están los cíelos y la tierra de vuestra gloria! ¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo!
A. M. D. G.
La Laguna 17 de Octubre de 1922