Sr. Alcalde,
Señoras y señores concejales,
Honorables representantes institucionales,
Miembros de la Esclavitud del Santísimo Cristo,
Vecinas y vecinos de la Ciudad de la Laguna,
Señoras y señores:
Todavía no han trascurrido 24 horas desde que hemos dejado atrás la pausa de agosto, y ya La Laguna ha recobrado su habitual dinamismo ciudadano, incrementado en los próximos días por un creciente ambiente festivo, del cual ya la ecuestre mensajera nos advirtió el pasado viernes. Antes de que el verano concluya y el otoño nos vaya llenando de melancolía, los laguneros disfrutamos de nuestras fiestas mayores, y con ellas celebramos la vida, celebramos aquello que hace de nosotros una comunidad singular, celebramos el legado de quienes nos precedieron y el valor de las tradiciones recibidas, y miramos esperanzados hacia un futuro que imaginamos prometedor. Que esto es así, queda evidenciado por la figura central bajo cuya advocación religiosa celebramos nuestras fiestas de septiembre: el Cristo de La Laguna.
Tallado en Flandes hacia el año 1514, es decir cuando aún no habían pasado 20 años desde la fundación de La Laguna, esta icónica figura ha ido vertebrando los anhelos de los laguneros a través de su historia. Hace ya 400 años que un poeta de esta ciudad dejo escrito que el Cristo de La Laguna y la Virgen de Candelaria constituyen el sol y la luna de Canarias. Si el sol alumbra y da calor a nuestros días, la luna ofrece brillo y esperanza a nuestras noches, proporcionándonos ambos el punto de apoyo necesario, sin el cual nuestras vidas carecerían de orientación. Los poetas comparan ambos astros con el oro y la plata, metales nobles que confieren valor a todo cuanto con ellos se asocia.
Este año, como también el anterior, nuestras fiestas mayores están afectadas por un acontecimiento luctuoso que no vamos a olvidar mientras vivamos. Como en otras ocasiones en el pasado, una pandemia inesperada se ha abatido sobre nosotros aportando inseguridad, incertidumbre e inclemencia a nuestras vidas. Todos hemos sido golpeados, pero no todos con la misma intensidad. Nuestros mayores y los sectores menos pudientes de la población han sido quienes más han sufrido las nefastas consecuencias de todo tipo derivadas del azote pandémico. Algún día habrá que extraer las lecciones de este penoso proceso para estar mejor preparados en todos los aspectos frente a futuras epidemias. Pero creo que los valores fundamentales en tiempos pandémicos como los actuales fueron ya señalados por Luis Pasteur, héroe de la lucha contra las peligrosas bacterias. Quienes visiten el Museo Pasteur de Paris, no podrán abandonarlo sin rendir homenaje a este insigne bacteriólogo visitando su tumba que se encuentra en una cripta en forma de capilla bizantina, situada en el sótano del edificio donde vivió, trabajó y murió. En la antesala de esa cripta, en lo alto de sus cuatro esquinas, se encuentran estas cuatro palabras, que Pasteur sin duda consideraba claves como actitudes fundamentales en la lucha contra las enfermedades infecciosas: fe, esperanza, caridad, ciencia.
Hay varias formas de interpretar este mensaje que Pasteur nos legó como lección fundamental para el futuro. Podemos interpretarlas como una propuesta de que las pandemias se superan con una combinación de religión y ciencia o, como reza el refrán, «a Dios rogando y con el mazo dando». Al fin y al cabo, entonces como hoy, no faltaban quienes pensaban que las enfermedades infecciosas eran un castigo divino aplicado a una humanidad descarriada. Pero esas palabras admiten también una lectura actualizada. Pues, ¿Se puede superar una pandemia si no tenemos la determinación de vencerla? Si nos falta confianza en las instituciones y en nosotros mismos, ¿Podemos esperar dejar atrás los efectos catastróficos de un ataque vírico masivo? ¿Y pueden las terribles consecuencias sociales y personales de las pandemias ser superadas o al menos sobrellevadas sin solidaridad entre las personas y las comunidades? Finalmente, a la altura de los tiempos que corren, ¿cabe luchar eficazmente contra los perniciosos efectos de virus y bacterias sin el recurso a las soluciones que nos ofrece la ciencia? Así pues, los términos determinación, confianza y solidaridad, son otra forma, secular esta vez, de expresar las tradicionales virtudes teologales fe, esperanza y caridad. Pero en todo caso, en cualquiera de las dos versiones, está claro que, sin el apoyo que nos ofrece la ciencia, se torna harto difícil superar una pandemia con un mínimo costo en vidas y dolor humano.
Pues bien, el ciclo festivo que ahora comienza nos ofrece una buena oportunidad para renovar nuestra determinación para vencer al virus, nuestra confianza en que el fin de la pesadilla que nos aqueja está cada día más próximo, y nuestra solidaridad con aquellas personas y grupos sociales menos favorecidos, a quienes la pandemia que padecemos ha afectado de forma intolerable. Son tiempos para el optimismo. Este es el mensaje que cabe extraer de la figura emblemática que da sentido a las fiestas de septiembre en nuestra ciudad. El Cristo de la Laguna se nos muestra en estas fiestas colocado en una rica cruz de plata, mientras que en Semana Santa lo hace en su humilde cruz de madera. Este contraste encierra un mensaje. Pues lo que la iglesia celebra el 14 de septiembre es la fiesta de la Exaltación de la Cruz, recordándonos de esa forma, que la humillación, el dolor y el fracaso del Viernes Santo acabaron tornándose en gloria, salvación y victoria más adelante. Y que esa cruz que comenzó siendo un instrumento de tortura se convirtió andando el tiempo en un instrumento de esperanza. Nosotros, hoy, debemos aprovechar este optimista mensaje y preguntarnos cómo podemos convertir la negatividad de la pandemia que sufrimos en la mejora personal, social e institucional que nuestro municipio necesita. Ojalá sepamos extraer las lecciones pertinentes de las dificultades que hoy confrontamos. De esa forma la pandemia de COVID-19 no habrá pasado en vano.
Señor Alcalde, señoras y señores concejales, amigas y amigos de La Laguna:
Hace cuatrocientos años, un médico natural de esta ciudad, que tenía por nombre Antonio de Viana, publicó un extenso poema, bajo el título de Antigüedades de las Islas Canarias. En esa obra, en su canto XV, el autor imagina al Adelantado Alonso Fernández de Lugo la noche anterior a la fundación de la nueva ciudad. En el transcurso de ese sueño, la Eternidad se aparece con figura humana al fundador y le describe cuál va a ser el futuro de la Ciudad de La Laguna, de cuyos habitantes dice lo siguiente:
De agudo entendimiento y gran prudencia,
serán sus naturales ciudadanos,
amigos del trabajo, estudio y ciencia.
Sorprende comprobar el carácter premonitorio de estos versos y debemos reconocer que, efectivamente, la ciudad de la Laguna se ha desarrollado a través de su historia como una ciudad del estudio y de la ciencia. Y así, en nuestra ciudad se pueden hoy cursar estudios superiores en dos universidades públicas. La Laguna alberga además institutos de gran prestigio como el Instituto de Astrofísica de Canarias, el Instituto Universitario de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de Canarias, el Instituto Universitario de Biorgánica Antonio González, o el Instituto de Productos Naturales y Agrobiología, entre otros. Cuenta además con un Museo de la Ciencia, y con un Parque Científico y Tecnológico. No hay duda, pues, de que La Laguna ha encontrado su destino como una ciudad del estudio y de la ciencia. Y Antonio de Viana acertó al resaltar el valor del conocimiento como motor del desarrollo de la ciudad.
Hoy, a comienzos del siglo XXI, se han puesto las bases para que Canarias, y singularmente La Laguna, con el impulso económico adecuado, pueda llegar a distinguirse como un espacio singular de conocimiento en el Atlántico. A pesar de nuestras limitaciones, debemos recordar que para el talento no hay límites y que, ante las incertidumbres de la globalización, la ciencia se nos ofrece como la mejor solución para superar las dificultades que nos esperan.
Como ciudad del trabajo, del estudio y de la ciencia, La Laguna ha desarrollado históricamente esa aspiración de sus habitantes expresada poéticamente hace más de 400 años. Es un sueño hecho realidad gracias al tesón de sus ciudadanos, puesto que son los pobladores quienes confieren carácter a una ciudad. Y entre ellos, tratándose de una ciudad universitaria, son los jóvenes quienes confieren a nuestras fiestas una particular alegría.
Junto con la actividad de los habitantes naturales del municipio reincorporados de sus vacaciones, las calles se irán llenando de estudiantes en estos próximos días, jóvenes que tienen que saldar cuentas pendientes del curso anterior, o que preparan su incorporación al nuevo curso, especialmente aquellos universitarios europeos que vienen a realizar estudios en la Universidad de La Laguna como becarios Erasmus. Les confieso que a mí nunca deja de sorprenderme el bullicio juvenil multilingüe que impregna a nuestra ciudad en septiembre. Cuando me cruzo con esos jóvenes, o cuando en alguna ocasión me piden alguna orientación respecto a cierta dirección que buscan, siento que la rueda de la historia, que en esta ciudad comenzó a moverse hace ya 525 años, no solo no ha perdido el ímpetu inicial, sino que cada vez cobra más impulso. La vida y la historia renacen y se enriquecen con cada nueva generación que se incorpora a la comunidad ciudadana. Y el hecho de que nuestra ciudad cuenta con dos universidades nos brinda el mejor termómetro para medir esa renovación.
La Laguna es el lugar donde se han fraguado o se fraguan los sueños de innumerables personas hoy esparcidas por el mundo. En ella se han gestado los proyectos vitales de los miles de estudiantes universitarios para quienes su estancia en la ciudad ha representado el período de siembra de sus respectivas trayectorias profesionales. Y en ella, con mayor intensidad que en muchas otras, se han dejado sentir las aspiraciones colectivas de las sucesivas generaciones de jóvenes insatisfechos con la sociedad en que vivían. El anhelo de un país más justo y democrático, de un mundo más fraternal e igualitario, y de un mayor respeto a la diversidad y al entorno, ha sido una constante. La medida en que esos sueños se han hecho realidad difiere en cada caso. Los seres humanos no siempre estamos a la altura de nuestras expectativas. Ni individual ni colectivamente alcanzamos siempre en plenitud lo que nos proponemos. Pero la tarea merece la pena, el esfuerzo empleado nos ennoblece, ... y la esperanza nos mantiene.
La dimensión utópica ha estado con frecuencia asociada a la ciudad de La Laguna. Se observa en algunos de los principios aplicados en el planeamiento fundacional, ha animado movimientos intelectuales que en ella han encontrado acogida en algunos períodos de su historia, y explica su adopción como plataforma de manifiestos y declaraciones de alcance internacional. Al igual que ciertas aves o animales acuáticos establecen un lugar fijo de referencia en el que nidificar o desovar, en que vivificar, también La Laguna como ciudad que forma parte reconocida del Patrimonio Mundial de la Unesco es con frecuencia el lugar elegido para efectuar proclamas respecto a asuntos de interés mundial. Es una de las ciudades donde se siembran y expresan los mejores sueños de nuestra especie.
Y de entre todas esas aspiraciones podemos recordar como ejemplo a Jacques Cousteau, quien, después de un largo peregrinar sin éxito por diversas instituciones internacionales consiguió hacer realidad en La Laguna “un sueño de 24 años de lucha por la defensa de los derechos humanos de las generaciones futuras”. En 1994, el Parlamento de Canarias y el Instituto Tricontinental de la Democracia Parlamentaria y los Derechos Humanos de la Universidad de La Laguna organizaron en nuestra ciudad un congreso internacional en el que participaron 180 juristas, sabios y pioneros, de más de 60 países.
Entre los logros más destacados de ese Congreso cabe citar la “Carta de La Laguna”, documento firmado el 26 el febrero de 1994 por relevantes personalidades internacionales, quienes bajo el patrocinio de la UNESCO, y considerando que una “vida humana digna de ser vivida sobre el planeta Tierra solo será posible de forma duradera si desde ahora se reconocen a las personas pertenecientes a las generaciones futuras ciertos derechos que les corresponden en la cadena de la vida…”, propusieron solemnemente la Declaración Universal de los Derechos de las Generaciones Futuras, que después fue adoptada y sancionada por la Asamblea General de las Naciones Unidas. En los tiempos que vivimos esa Declaración Universal de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Generaciones Futuras, gestada en La Laguna, se ha vuelto más relevante que nunca. Si las amenazas climáticas nos apremian y si las desigualdades económicas nos disgustan, es ante todo porque queremos dejarle un mundo habitable y confortable a nuestros descendientes.
Esta manera lagunera de soñar, este modelo de actuar proactivamente, queda también reflejado en los diversos documentos aprobados en encuentros internacionales posteriores, desarrollados bajo el impulso de la declaración de La Laguna como Ciudad Patrimonio Mundial de la Unesco. Así, en nuestra ciudad se han celebrado seminarios con presencia de destacadas figuras locales, nacionales e internacionales, que han aportado su experiencia y reflexión y han dado su apoyo a manifiestos sobre aspectos relevantes de interés mundial que ocupan y preocupan a quienes vivimos en las décadas iniciales del siglo XXI. Patrimonio de la Humanidad y Derechos Humanos, la Paz, el Patrimonio de las Minorías, Patrimonio Cultural e Identidad de los Pueblos, Choque/Alianza de Civilizaciones, Democracia y Buen Gobierno, son algunos de los temas de esos encuentros sobre los que se realizaron declaraciones que en su día se difundieron.
Al prestarle atención a este tipo de actividades, la Ciudad de La Laguna no hace sino seguir las recomendaciones de la UNESCO, que en su informe Un mundo nuevo (2000), impulsado por el entonces Director General Federico Mayor Zaragoza (un asiduo participante en los encuentros de La Laguna), resalta el valor de la anticipación y la prevención, así como la importancia de la reflexión y la acción prospectivas. En ese espíritu proactivo, la UNESCO nos anima a preparar el porvenir, mediante la celebración de foros intelectuales y éticos orientados al futuro, con el concurso de científicos, creadores, emprendedores, responsables políticos, pioneros sociales, expertos, y de la sociedad en su conjunto. Tal es el ánimo que explica los foros internacionales de La Laguna. Y tal es el espíritu que anima el Seminario Internacional CampusAFRICA, que celebrará este próximo otoño su cuarta edición.
Como nos recuerda Albert Einstein, en tiempos de crisis solo la imaginación es más importante que el conocimiento. Por eso en estos tiempos de crisis climática y pandémica, es fundamental contribuir a crear un clima positivo, adoptar un enfoque optimista respecto de nuestro porvenir, sabiendo que, con visión prospectiva, y con ánimo constructivo podemos imaginar y preparar un futuro donde queden superadas las actuales frustraciones. La Laguna, ciudad del trabajo, del estudio y de la ciencia, está bien preparada para eso. Aquí la imaginación cuenta. Aquí se gestan muchos sueños. Es un sueño de ciudad. Es la ciudad de los sueños.
Señor Alcalde, señoras y señores:
Nuestra ciudad celebra diferentes ciclos festivos a lo largo del año tanto en el conjunto del municipio como en sus barrios. Cada una de esas fiestas tiene su propia idiosincrasia, su carácter especial. Si las fiestas de julio, dedicadas a San Benito celebran el trabajo campesino y destacan por su carácter vitalista y bullanguero, las fiestas de setiembre, bajo la advocación del Cristo de La Laguna, tienen un carácter intimista, de satisfacción contenida. Si en las primeras nos congratulamos por la explosión de vida asociada a la fertilidad del campo y la abundancia de las cosechas, en las fiestas en honor del Cristo de La Laguna son otras cosas más serias las que celebramos y agradecemos. Como ejemplo de ello, voy a mencionar solo una, que en un año como este no podemos olvidar.
Hace un siglo, exactamente el 14 de septiembre de 1921, salía de nuestra ciudad rumbo a la guerra de Melilla la Batería de Artillería de Montaña de La Laguna. Eran 160 hombres enviados a luchar en una guerra muy sangrienta en el norte de Marruecos. Formaban parte de los cerca de 3.000 canarios que participaron en dicha guerra. Cuando fueron convocados, habían pasado escasos dos meses desde que 11.500 militares españoles fueran masacrados en muy poco tiempo en lo que se conoce como el Desastre de Annual. Podemos imaginarnos la preocupación de sus familias y amistades, sin olvidar tampoco que se trataba en su gran mayoría de jóvenes pertenecientes a familias humildes, aquellas que no tenían el dinero suficiente para rescatar a sus hijos de las imposiciones militares. Muchas de esas familias seguramente se preguntaban qué hacía España invadiendo un territorio ajeno sobre el que no tenía ningún derecho. Y tampoco es difícil imaginar que, al despedirse, muchos, teniendo en cuenta lo que acaba de pasar en El Annual, estarían pensando que veían a sus seres queridos por última vez. Como es bien conocido, antes de su partida el grupo lagunero se encomendó a la protección del Cristo de La Laguna, prometiendo honrar sus procesiones si volvían sanos y salvos. Y eso fue lo que sucedió. A pesar de lo sangriento de esa contienda (tengamos en cuenta que los soldados laguneros participaron en 17 combates), nadie murió en acción de guerra. Y desde entonces la presencia de soldados forma parte de la estampa procesional del Cristo peregrino por las calles laguneras.
Tradiciones como esta son las que confieren un carácter singular a nuestra ciudad. Pero sobre todo una ciudad se construye a base del esfuerzo y el tesón de sus habitantes, que, individualmente o asociados en entidades cívicas, contribuyen a su progreso al tiempo que fortalecen el sentimiento comunitario de la misma. Es la participación ciudadana la que da sentido a la existencia de una ciudad. Y en La Laguna esta participación se vehicula, entre otros cauces, a través de una serie de asociaciones cívicas, como la Asociación de vecinos del Casco Histórico, el Ateneo, el Casino, el Orfeón La Paz, el Instituto de Estudios Canarios, o la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, por mencionar solo algunas de las entidades que enriquecen el tejido cívico municipal. En este sentido, como director de esta última Sociedad, deseo dejar constancia de nuestro agradecimiento por el honor que supone la invitación a dirigirles la palabra en este acto. Entendemos que con ello se quiere reconocer el papel que sociedades como la que represento han jugado y quieren jugar en la buena marcha de nuestra ciudad. Por lo que a la Sociedad de Amigos del País respecta, me viene a la memoria, por ejemplo, que, como reflejan las actas correspondientes, el 1 de septiembre de 1899, con ocasión de la peste bubónica que amenazaba a Tenerife nuestra Sociedad convocó a los médicos residentes en la ciudad a fin de que estos señalaran qué medidas debían adoptarse para impedir la invasión de la peste, y para posteriormente darle la mayor publicidad a las mismas. Desde su fundación en 1777, la Real Sociedad Económica de Amigos del País lleva 243 años de activo compromiso con el progreso de esta tierra y pretende seguir haciéndolo en el futuro mientras exista una ciudadanía que valore los ideales de la Ilustración.
Amigas y amigos de La Laguna:
Me han oído definir a La Laguna como la ciudad del trabajo, del estudio y de la ciencia, y también como la ciudad de los sueños. Permítanme ahora que para acabar complete esas dos definiciones con una tercera. Pues La Laguna es también una ciudad de poetas, los mayores soñadores de todos. Algunas de esas figuras están aún presentes entre nosotros en los múltiples bustos y placas esparcidos por lugares emblemáticos de la ciudad. Cada vez que en nuestro deambular lagunero nos crucemos con alguno de esos homenajes hechos piedra y bronce, les invito a recordar a esas personas que, al perseguir sus sueños, contribuyeron con sus versos a construir el imaginario cívico que da personalidad a esta urbe. Pues una ciudad no solo la construyen los que son, sino también los que fueron. Por eso, me van a permitir que concluya con un soneto del poeta Víctor Rodríguez Jiménez, recogido en la Antología Poética de La Laguna, editada y publicada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País con ocasión del quinto centenario de nuestra ciudad:
Miradlos en las plazas centenarias
que ungieron en su vida de ternura
con el mismo sosiego y compostura
de dulcísimas almas solitarias.
Ellos aquí soñaron, y en sus varias
divagaciones vense en la escultura;
la misma breve dicha y amargura
liban bajo estos pinos y araucarias
Oh piedad sabia y honda de la mano
que se salva salvando del olvido
a tanto soñador, a tanto hermano.
Oh milagro gracioso la insistencia
de volver en retorno agradecido
a quien amó, al lugar de su querencia.
Laguneras y laguneros:
En estos días dorados de septiembre, renovados tras el ocio del estío, quedamos todos convocados a la fiesta. Tenemos mucho que celebrar. Celebramos la vida que nos anima; celebramos la amistad que nos alienta; celebramos el mundo en su belleza; y celebramos la continuidad de la ciudad que nos acoge. Pronto habremos de atender a los dificultades y frustraciones que nunca faltan, a las injusticias e inequidades que nos sublevan. Pero, mientras tanto, disfrutemos. Disfrutemos de la música, disfrutemos de los fuegos, disfrutemos de ese amplio programa festivo que ha preparado el Ayuntamiento.
Y que el Cristo de La Laguna nos proteja, como hace un siglo protegió a aquellos humildes soldados canarios que el Día del Cristo de 1921 marcharon con determinación y coraje hacia un futuro incierto.
Que así sea.
Y gracias por escucharme.