Pregón de la Semana Santa de La Laguna

Anunciada la Semana Santa de San Cristóbal de La Laguna.

En la tarde noche de ayer jueves, 30 de marzo, en la S.I. Catedral de Ntra. Sra. de los Remedios, tuvo lugar el acto de la Lectura del Pregón de la Semana Santa de La Laguna 2017. A cargo del Ilmo. Sr. D. Eduardo Rodríguez Rodríguez, Delegado Diocesano para la Promoción de la Nueva Evangelización.

El acto comenzó a las 20,30 horas con la intervención de la Banda de Música San Sebastián de Tejina interprentando la marcha procesional Semana Santa de Aguere, a continuación se dio lectura al pregón que le adjuntamos . Una vez finalizado el mismo se le impuso la medalla de la Junta de Hermandades y Cofradía al pregonero y firmo en el libro de honor de dicha Institución.

Terminada la primera parte del acto se procedió al concerto Sacro. Seconda pratica, con diversas obras del siglo XVI y XVII. Actuando la soprano Agnieszka Grzywacz, Gabiel Díaz contratenor, Daniel Bernaza corneto, y Diefgo Fernández al organo.

Cerraron el acto con las palabras de clausura el Presidente de la Junta de Hermandades y el Excmo y Rvdmo. Sr. Obispo.

PREGÓN DE SEMANA SANTA 2017
San Cristóbal de La Laguna

“PASA JESÚS NAZARENO Lc.18, 35-46”

Introducción: La luz del encuentro.

–“¡Cállate, ¡qué deje de gritar!, ¡qué alguien le haga callar!”.
Aquel hombre era molesto, alteraba el orden público, se salía del protocolo establecido. Las cosas no se hacían de aquella manera. Y algunos que se tenían por guardianes de la ortodoxia y las tradiciones, se encargaron de recordárselo.

Sí, es una historia tan vieja como el mundo. La vida abriéndose paso y la muerte tratando de ahogarla. La luz iluminando lo oscuro y las tinieblas temblando de rabia.

Solo era un ciego más de tantos que llenaban la vereda de los caminos de Israel, ¿a qué venía tanto escándalo?
Pero, él sabía que no podía desaprovechar la oportunidad. Había pasado demasiado tiempo al borde del camino, donde se acumulaba la basura y donde se arrojaban las cosas inservibles. Incluso, llegó a creer que aquel era su lugar, que se merecía lo que le estaba pasando y maldijo más de una vez aquella, su noche sin estrellas.

–“¡Pasa Jesús Nazareno!”–le dijeron. Y de pronto el silencio se volvió llanto. Y le dio un vuelco el corazón, y se puso en pie, y comenzó a gritar, como grita un recién nacido el día del parto: –“Ten compasión de mí, Jesús, Hijo de David”.
Y supo Bartimeo, entonces, lo que era mirar aunque estaba ciego. –“¿Qué quieres que haga por ti?”–le preguntó el Maestro. Y la soledad se volvió sonora y, la noche, precipitó su huída.

–“¡Que vea, Señor! ¡Que vea!”. Entonces, vino el milagro y con él la luz, la paz. La vida colándose por las rendijas del alma. Todo comenzó de nuevo y en el cortejo, desde aquel día, ahora iba uno que cuentan que fue ciego.

Sí, con este relato del Evangelio he querido comenzar estas mis primeras palabras de este pregón. Gracias a la Junta de Hermandades y Cofradías de La Laguna por la invitación y mis felicitaciones por el reconocimiento recibido en estos días. Gracias al Sr. Obispo por la confianza. Créanme, si les digo, que jamás imaginé que se fijaran en mí para este cometido. Sobre todo, cuando de adolescente, allá en mi Palma natal, oía hablar y ponderar la Semana Santa de La Laguna que hoy me toca pregonar y en la que he participado en muchas ocasiones, pues ya son más los años que vivo en Tenerife que los vividos allí. 
También yo, como el ciego del camino, me presento ante ustedes con lo que soy y con lo que tengo. Temeroso quizás de no estar a la altura del encargo que me hicieron. Pero confiado en que, Aquel que lo hace todo, ponga palabras en mi boca y pueda vencer el miedo.

Cuando pensaba qué decir, qué pregonar, daba mil vueltas a mil temas. Y me preguntaba que significaba para mí, sacerdote, la Semana Santa. Desde la teología lo tenía claro, desde la liturgia también, de haberla vivido debajo de un capirote, o moviendo tronos o puliendo la cera de los fanales del paso del Nazareno en mis años de cofrade, guarda mi corazón muchos recuerdos. También de contemplar y vivir sobrecogido, en varias ocasiones, la peculiaridad y riqueza de la celebración de la Semana Santa en esta ciudad.

Pero permítanme una experiencia del año pasado que llevo en el corazón y me hizo mucho bien como sacerdote. Fue a punto de celebrar la Vigilia Pascual. Alguien me llamó y me dijo: – “Tienes que ir al Santuario del Cristo porque D. Carlos no está bien”. Ya comenzaba a apagarse aquel sacerdote bonachón, de conversación fluida y de sonrisa fácil. Celebrar a su lado, ver como se olvidaba de todo menos del “Tomad y comed, tomad y bebed”, que tantas veces había pronunciado, me hizo entender de golpe que cuando parece que todo acaba es cuando la Vida, con mayúsculas, se abre paso. Y lo que a veces parece que se pierde en la cabeza, está grabado a fuego en el corazón.

Confirmé, entonces, que lo realmente importante no es lo externo, que la semana santa no son solamente unos ritos, unas costumbres o unos gestos. Que todo eso es envoltorio hermoso, pero solo eso. Lo que realmente hace “Santa” esta semana es poder vivir de verdad, una experiencia de “encuentro”. Un “encuentro” que no se borra del corazón aunque se borre todo en el recuerdo.

¿Qué pregonar entonces? Intuyo que ya lo saben. Sencillamente algo de lo que estoy cierto. Que de nuevo este 2017, pasa Jesús Nazareno, como le dijeron al ciego. La Semana Santa es la historia de dos amores convocados al “encuentro”: el de Dios que se entrega en Jesús hasta la última gota de su sangre, hasta el extremo y el del hombre, el nuestro, que tiene que responder a ese amor y en ocasiones lo hace, pero con un amor tacaño, olvidadizo y pequeño.

Cuando Él pasa, todo cambia. Como supo escribirlo, bellamente, Emeterio Gutiérrez Albelo:

“Oíd, mirad: Él me encontró en la calle,
descalzo, sucio, roto y aterido…
Y me ofreció su albergue
-que paz tan honda y limpia-
Y desheló mis miembros
con su brasero astral, en dónde Él arde.
Y restañó mi sangre con sus manos.
Y me limpió de podre para siempre.
Y me vistió con un traje nuevo
que ahora me veis lucir, no sin envidia…
Y hasta aplacó mi sed con su costado,
y con su propio corazón, mi hambre.
Oh, no sabéis, oh no sabéis –aún-
que cuando se le encuentra
ni Él puede abandonarnos,
ni se le puede abandonar ya nunca.”

1. Abriendo caminos.
Bernanos, el famoso escritor francés, solía decir que todos tenemos un lugar en el Evangelio; que todos una vez, en Palestina, nos cruzamos, hace dos mil años, con Cristo en alguna esquina; que todos debíamos olfatear las escrituras buscando esa frase que dijo por cada uno de nosotros, ese rincón donde su mirada y la nuestra se cruzaron.

Esto es lo que les invito a hacer en esta noche. Les invito a buscarnos en las páginas del Evangelio. A tratar de descubrir, dos mil años después, la historia de amor más grande jamás contada. La figura y el mensaje de aquel hombre de 33 años, todavía tiene la fuerza y la viveza de antaño, aún hoy es un mensaje que cambia vidas. Lo afirmaba aquel filósofo ateo, André Frossard:”Sé la verdad sobre la más disputada de las cuestiones y el más antiguo de los procesos: Dios existe. Yo me lo encontré”. Como Kant escribía: “Dios es el ser más difícil de conocer pero también el más inevitable”. Los creyentes, afirmamos que Aquel hombre que colgó del Madero, a quien los historiadores de la época mencionaron como "un tal Jesús de Nazaret", sigue vivo. No somos los seguidores de un muerto, ni del mayor fracasado de la historia, sino los seguidores de Alguien vivo por quien merece la pena gastar la vida.

Lo queremos proclamar en este tiempo, con la vista puesta en el Bicentenario de la creación de la Diócesis, inmersos en la Misión Diocesana, ese ejercicio de renovación de la fe al que estamos llamados todos los creyentes. Al tiempo, esa invitación a salir y contarles a otros lo que Dios ha hecho con cada uno. Lo hacemos exigidos por el amor. Para ser más y mejores discípulos. Un tiempo para preguntarnos si nuestro seguimiento de Cristo es de corazón o solo de oídas, si ya nos hemos “encontrado”. Si le amamos de verdad o nos limitamos a utilizarle. Lo resumió bellamente aquel matemático constructor de las calculadoras mecánicas, experto en probabilidad, filósofo y escritor, Blas Pascal: “Sólo existen dos clases de personas razonables: las que sirven a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen”.

Por ello, quisiera que este pregón sea un canto y a la vez un reto. Un canto al amor inmenso de Dios que no se cansa de buscarnos, que no se cansa de proponernos su amistad. Que sale a nuestro encuentro a través de personas, circunstancias y acontecimientos. Un reto, de renovar la fe o planteárnosla de nuevo. Ya que, en ocasiones, hemos convertido a Dios en el dios de los curas, de las sacristías, de los resignados, de los de otra época, eterno vigilante de nuestras maldades e implacable juez que condena al infierno.

Decía San Juan Pablo II que el gran mal del hombre moderno no es que no crea en Dios, sino que ha olvidado que Dios le ama. Quisiera hacer mías las palabras del Papa Francisco al comenzar la Evangelii Gaudium y dirigirlas a cada uno de los que esta noche me escuchan:

“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores».

¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia (…).No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” .

2. Dame un punto de apoyo…
¡Qué bien, muestra esa vida la imagen que hemos escogido este año para el cartel y el programa de Semana Santa! La imagen del Viviente, del que está vivo, del Resucitado. Del Dios que nos grita que la muerte no ha podido con Él, que el sepulcro ya no es su casa. Que se acabaron todas las muertes que arrastra el corazón humano porque Él decidió cargarlas sobre sí mismo y aplastarlas con su vida.

Ya escribió Bonhoeffer, el teólogo y mártir alemán que sufrió las consecuencias del nazismo: “Para los hombres de hoy hay una gran preocupación: saber morir, morir bien, morir serenamente. Pero saber morir no significa vencer a la muerte. Saber morir es algo que pertenece al campo de las posibilidades humanas, mientras que la victoria sobre la muerte tiene un nombre: resurrección. Sí, (…) es la resurrección de Cristo, lo que dará un nuevo viento que purifique el mundo actual. Aquí es donde se halla la respuesta a dame un punto de apoyo y levantaré el mundo”.

Necesitamos un punto de apoyo para nuestras vidas. Si preguntásemos a la gente cual es su punto de apoyo, lo que eleva su vida y la plenifica, seguro que muchas serían las respuestas. Unos dirán que su deseo de ser alguien, de auto-realizarse. Otros, afirmarán que es perder el tiempo hacerse estas preguntas, que la vida se pasa tan rápido, que hay que aprovechar el momento o que nada tiene sentido, que la vida es una náusea que hay que soportar.

Pero en el fondo, cuando uno se queda solo, cuando entra en sí mismo y se mira, al final, tiene que cuestionarse: ¿Qué hago aquí? ¿Cuál es la última razón de mi vida? ¿En qué se apoyan mis esperanzas? ¿Cuál es el eje de mi existencia?

Todos nos hacemos preguntas y más cuando la vida va pasando y las sienes comienzan a teñirse de plata. Permítanme, por tanto, que esta tarde, les devuelva la pregunta: ¿Cuál es el punto de apoyo en el que reposa tu vida?
¡Ojalá cada uno pueda responderla con coherencia y con verdad! Para los cristianos, lo que ha cambiado nuestras vidas es saber que son eternas, que se apoyan en la Resurrección de Jesús. ¡Cuánto cambiaría nuestra vida si los cristianos nos atreviéramos a vivir a partir de la resurrección, si viviéramos sabiéndonos resucitados!

La Semana Santa que vamos a vivir es una llamada a sentirnos amenazados de vida. De esa vida que se resiste a tanta tristeza aunque cuenta con ella. De esa vida que nos hace abrir los ojos, a descubrir, levantándole la piel a los acontecimientos, la empecinada esperanza presente en todo lo bueno, bello y verdadero.

Está cansado nuestro mundo de vendedores de tormentas, de hombres y mujeres expertos en catástrofes, certificadores expertos en muertes. Necesita nuestro mundo, hombres y mujeres con luz en el alma, con esperanza en el corazón, con fe inquebrantable en que el mal no tiene la última palabra y que solucionarlo, en parte depende de mí.

“Cristianos, ¿Qué habéis hecho de vuestra alegría?”, se preguntaba José Luis Martín Descalzo, “¿cuántos cristianos se dan cuenta de que ése es su "oficio", que ésa es la tarea que les encomendaron el día de su bautismo? Me pregunto, decía él, por qué los creyentes no "perseguimos" al mundo con la única arma de nuestras risas, de nuestro gozo interior. Me pregunto por qué a los cristianos no se les distingue por las calles a través del brillo de sus ojos. Por qué nuestras eucaristías no consiguen que salgan de las iglesias oleadas de alegría. Cómo puede haber cristianos que se aburren de serlo. Que dicen que el Evangelio no les "sabe" a nada. Que orar se les hace pesado. Que hablan de Dios como de un viejo exigente cuyos caprichos les abruman. Me pregunto, sobre todo, qué le diremos a Cristo el día del juicio, cuando nos haga la más importante de todas sus preguntas.

¿Y hoy? Han pasado veinte siglos y aún no hemos perdido el miedo. Aún no estamos convencidos de que las cosas puedan terminar bien. Y nos hemos fabricado un Dios triste, un Cristo triste, una Iglesia triste, unos cristianos aburridos (…)

Y sin embargo, lo esencial de los cristianos es ser testigos de la Resurrección. ¿Lo somos?” .

A eso les invito en esta Semana Santa. A dejarnos encontrar por el Resucitado, como se dejaron encontrar aquellos discípulos después del Calvario. A abrir bien los ojos para descubrirle detrás de cada paso procesional, de cada celebración, de cada persona con la que me encuentro, especialmente detrás de quienes peor lo pasan. Dejar que nos ayude a vernos y a entendernos como somos, que nos devuelva la ilusión perdida, que cure nuestras tristezas y angustias, que nos repita que el dolor no tiene ya la última palabra en nuestra vida, desde que Él cargo sobre sí mismo con todos ellos. Desde esa experiencia, desde ese encuentro, convertirnos en testigos de la alegría que se hace contagiosa en la Pascua. La esperanza es un riesgo que hay que correr. Cristo es un bien que humaniza.

3. ¡Cristo que pasa!
La Semana Santa es Cristo que pasa. Como le dijeron al ciego. Pasa Jesús Nazareno. Por lo tanto, la Semana Santa es Pascua –paso-. ¡Aprovechemos la oportunidad!

¡Querido amigo! Cuando en tu parroquia preparas las celebraciones, ensayas los cantos, cuando eliges cuidadosamente las flores o participas celebrando: ¡Es Cristo que pasa!

¡Querido amigo! Cuando limpias el trono, cuando te pones la capucha o te colocas en la fila y emocionado haces el recorrido con tu cofradía: ¡Es Cristo que pasa!

¡Querido amigo! Cuando esperas en la esquina de la calle que pase la procesión, cuando llevas de la mano a tu hijo a ver pasar la Magna o visitas los monumentos: ¡Es Cristo que pasa!

¡Querido amigo! Cuando simplemente descansas, o disfrutas de las tradiciones, cuando al doblar una esquina ves pasar aquella imagen y sobrecogido te detienes: ¡Es Cristo que pasa!

Semana Santa es Cristo que pasa. Y ante su paso ¿Qué hacer? ¿Qué quieres hacer?

Podemos vivirlo como unos días más o aprovechar lo que sucede para dejarnos interpelar por unos acontecimientos que pueden cambiarnos la vida si los dejamos. No se trata de acompañar a Cristo en su pasión sino de ayudarle a empujar el mundo hacia la Pascua.

Permítanme que les cuente: Tenía 16 años cuando en mi ciudad natal, Santa Cruz de la Palma, renacía una nueva cofradía de jóvenes, una de las primeras cofradías mixtas de España, La Cofradía del Santo Encuentro, que en la actualidad se denomina de Jesús Nazareno y que esta Semana Santa cumple 350 años. Vinculada a las bellas imágenes salidas de la gubia del extraordinario escultor natural de esta banda norte de Tenerife, Fernando Estévez del Sacramento como de él, también, se conservan en nuestra querida Laguna, el paso de las Lágrimas de San Pedro en la parroquia de la Concepción o el Santo Cristo del amor misericordioso que preside la sacristía de esta catedral y la talla de la Magdalena.

Dios me salía al paso a través de aquellas imágenes, y de aquellos cofrades cubiertos de capirucho y capa granate y túnica crema. ¿Qué llevaba a aquella gente a pasar tantas horas acompañando aquellas imágenes? ¿Cómo era posible que algunos de ellos, fuesen aquellos mismos compañeros que se sentaban cada día a mi lado en clase? ¿Qué habían descubierto ellos que yo no tenía o no conocía?

Preguntas que hoy, cuando miro atrás, me hacen reconocer el trabajo de un Dios que pacientemente me andaba buscando por las calles de Santa Cruz de la Palma. Y quise ser uno de ellos. ¡Ah!, me olvidaba decirles que, aunque hoy sea cura, en aquel momento, yo presumía de ateo.

Con el tiempo, el testimonio de los compañeros, la búsqueda de respuestas, el ir poco a poco involucrándome y sentir que no podía salir de cofrade cada semana santa y llamarme católico sin vivir como tal, me hizo pararme y mirándome al espejo decirme: “Eres un incoherente. Dices que Dios no existe pero jamás lo has buscado en serio. Presumes de ateo y sales en una cofradía. ¿En qué quedamos?” Y esa noche le hablé a Dios. Recuerdo que le dije: “Si es verdad que existes voy a buscarte. Si no eres verdad, no pierdo nada y ya despejé una duda. Pero si es verdad lo que dicen de ti, encuéntrame.”

Ciertamente pasaba en aquel momento Jesús Nazareno y no lo sabía. Nuestras historias no son monólogo sin encuentro.

4. Mirados como discípulos.
"Me da miedo cuando Dios pasa. Un miedo bueno y un miedo malo. El miedo bueno es por lo que me puede pedir. El miedo malo es por si no vuelve a pasar". 
Lo escribió hace varios siglos aquel hombre, Agustín de Hipona, que lo había probado todo, qué lo había experimentado todo, cuyo corazón no acababa de llenarse con nada y cuyo vacío era cada vez más profundo. Lo escribió aquel buscador incansable, intelectual insigne, en quien su fe y su razón iban de la mano, sediento de tantas sedes y saciado con solo un agua. Pasó el Señor por la vida de San Agustín como quiere pasar por la vida de cada uno de nosotros en esta Semana Santa.

Yo no sé si tienes más fe o menos fe. Yo no sé si crees o dejaste de creer. Yo no sé lo que te mueve a estar hoy aquí, a formar parte de la celebración de la Semana Santa. Lo que sí sé es que es mucho más que unos días, que unas actividades, que unas tradiciones. Lo que sí sé, es que para que de verdad sea una santa semana debemos abrir el corazón y el entendimiento y atrevernos a asomarnos al vértigo del encuentro. Así nos lo pide el Obispo en su carta: “Mirar a Jesús y aprender de Él porque ser sus discípulos es seguir su ejemplo”. Entra en un templo y quédate un rato a solas, en silencio y háblale a Dios. Contempla cualquiera de las magníficas imágenes de Cristo que recorrerán nuestras calles y pregúntate como San Ignacio: Viendo todo lo que Cristo ha hecho por mí, ¿yo qué voy a hacer por Él? Acércate al perdón de Dios si hace años que no lo haces, verás lo que libera y sana. Abramos nuestra vida a que Dios no sea una historia pasada o una posibilidad negada. No temamos lo que nos puede pedir. Temamos más bien, como dice San Agustín, perder la oportunidad. “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti” . Pasa Jesús Nazareno.

Aquella primera Semana Santa no fue tan distinta de la que volveremos a celebrar estos días. Ni aquellos hombres y mujeres eran tan distintos como lo somos nosotros. Acababan de levantar sobre el monte del Gólgota al Nazareno. Lo habían colocado entre ladrones y a las puertas de la ciudad para que quien pasase lo viera. Sin aspecto atrayente, maltratado, desecho de los hombres, humillado, varón de dolores ante el que se ocultaba el rostro. Y allí, a los pies de la cruz, una mujer: su madre y un discípulo: Juan. De lejos Magdalena que llora rota de dolor y que no entiende y otros que miran. Y Él, en lo alto, solo. ¿Dónde estaban los que le seguían por el camino? ¿Dónde estaban los ciegos, cojos, lisiados que fueron curados? ¿Dónde estaban los que le proclamaron rey y agitaron las palmas cuando entraba en Jerusalén? ¿Dónde estaban los suyos, los más cercanos, a los que Él mismo había elegido para caminar a su lado durante tres años?

Tres años, Señor. Tres años. ¿Dónde estaba ahora Pedro o Andrés o Santiago? ¿Dónde estaba Tomás o Bartolomé? ¡No estaban! ¡Estabas muriendo y ellos no estaban! Tenemos los seres humanos la capacidad de perder la memoria y el miedo de que algo o alguien nos complique la vida más allá de lo que hemos programado. Cuando nos desilusionamos o cuando nos defraudan, solemos retirarnos a nuestros cuarteles de invierno, hasta que pase el temporal. Y allí huyeron ellos. Unos regresaron a Emaús, otros a Galilea, a sus viejas barcas y a sus rotas redes. Alguna, como Magdalena se sentó a llorar su pena a las puertas del sepulcro. Fracasados, defraudados, desengañados de sí mismos y rendidos como el más aplastado pelotón de soldados.

Luego vino el frío sepulcro del viernes y el silencio ensordecedor del sábado. Y entonces, amaneció la mañana del domingo. Nadie sabe cuando fue, ni a la hora que sucedió. Lo cierto es que la piedra que sellaba la entrada se movió de pronto. Y Él caminó vivo.

Cuenta el Evangelio que el Resucitado se fue apareciendo a cada uno de ellos, que fue a buscarlos al lugar donde estaban. Que con delicadeza y misericordia pero también con firmeza, fue recuperando la fe perdida en cada uno de ellos. Entonces resonó el: “¡Era de necesario!” de los de Emaús, el “¡Es el Señor!” de los del lago. El “¡Maestro!” como sólo Magdalena podía pronunciarlo. La confesión de fe de Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” y el llanto purificador de Pedro con el “Tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero”.

Sí, eso mismo sucederá en las calles de La Laguna en estos días. También yo soy discípulo. También, el resucitado ha salido a buscarme y me ayuda a mirar mi vida con misericordia. A descubrir en pleno siglo XXI mis actitudes como cristiano. A saber que no soy mejor que ellos, que también necesito empezar de nuevo. Como decía el Papa Francisco a los jóvenes en Rio de Janeiro: “Nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las manos (…) o como el Cireneo, que le ayuda a llevar aquel madero pesado; como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura.”

5. Constructores de una cultura del encuentro.
Estos días tienen que ser para todos, una invitación a construir una cultura del “encuentro”. Entreguémonos más allá de los propios intereses, convenzámonos que frente a la cultura del descarte, cada uno tiene su lugar, aceptemos al otro como otro y caminemos juntos.

“Dios continúa buscando aliados, hombres y mujeres capaces de creer en lo imposible. Dios continúa buscando aliados, continúa buscando hombres y mujeres capaces de creer, capaces de hacer memoria, de sentirse parte de su pueblo para cooperar con la creatividad del Espíritu. Dios continúa recorriendo nuestros barrios y nuestras calles, se lanza en todo lugar en búsqueda de corazones capaces de escuchar su invitación y de hacerlo carne aquí y ahora. Si continúa siendo posible la alegría y la esperanza cristiana, no podemos, no queremos permanecer delante de tantas situaciones dolorosas como meros espectadores que miran al cielo esperando que deje de llover” .

¡Dios no es enemigo del hombre! El patrimonio religioso nos habla de Él, la imaginería nos habla de Él, la música sacra nos habla de Él, las cofradías nos hablan de Él, La Laguna toda, en Semana Santa, nos habla de Él, nos lleva a Él y es Él la razón que hizo nacer todo esto y todo esto es difícil entenderlo en su sentido auténtico sin Él.

En este Vía Crucis Lagunero, ¿Quién quieres ser? ¿Qué buscas? ¿Quién eres? Quizás como decía Kierkegaard, el filósofo, “ha llegado el momento con la ayuda de Dios de ser yo mismo”.

Cuando el domingo de ramos camino de la catedral agitemos los palmos y recorra la borriquilla nuestras calles nos tocará preguntarnos si no nos mostramos como cristianos por miedo. Si en ocasiones grito: “bendito el que viene” y más tarde: “crucifícale”, como gritó ese día el pueblo. O tomo la iniciativa y ayudo a llevar como el Cireneo, el peso de la cruz de un reo.

Si ante el dolor de los demás y ante su sufrimiento, me quedo dormido pensando en mis cosas, como aquellos a los pies de Cristo que nos muestra el lunes santo la procesión del Huerto.

Vender a un amigo, traicionar al Maestro, sentir vergüenza de que digan: “ese es de los nuestros”. Nos enseña Pedro, llorando, al escuchar el canto del gallo y al cruzarse con la mirada de Jesús, allí en el patio de Caifás, justo en el centro. No hay reproches, ni acusaciones, ni requerimientos. Simplemente el silencio de unos ojos, que unidos a los de Pedro nos repiten: Yo soy la misericordia y el perdón, no vivas de remordimientos. Dios no se cansa de perdonar, perdónate tú y camina de nuevo. Un martes santo, en cualquier esquina de La Laguna, se nos brinda una ocasión para el “encuentro”.

Sentirnos uno con la muchedumbre que sube con Él al Calvario: Verónica que limpia su rostro y que descubre con desconcierto, que cuando mira al hermano y le asiste, hambriento, sediento, desnudo, solo o preso, es el rostro de Cristo al que alivia en ese momento. Y así marcha el miércoles santo, mirando a Jesús despojado, Ecce homo, varón de dolores pero sin resentimiento.

El jueves santo, como quien vuelve al comienzo, se nos da la razón de todo, el amor se vuelve mandamiento. Magdalena, levantada de su vida, renovada en su dignidad, mirada como mujer y no como mercancía, empeñada en su seguimiento. Los santos varones, entregados a sus pensamientos, descubren que no saben nada, que Dios no es el Dios de los soberbios, que se revela a los sencillos y que la fe no es contraria al razonamiento. Juan que mira, que recuerda como recostaba su cabeza en su pecho, que comía aquel pan y bebía de aquel cáliz, ahora se cumplía todo, había llegado el momento.

Alzado entre dos ladrones, uno le increpa, el otro, asalta el cielo. Todos, personajes de pasión, en nuestros tronos laguneros, nos están gritando a los discípulos de este tiempo, que ninguno de nosotros es un caso perdido, que aún estamos a tiempo.

Recorreremos luego, uno a uno los monumentos, que guardan lo más sagrado, a Dios que se hace alimento. ¿Se puede mandar el amor? Claro y se hace mandamiento.

Ya el viernes santo, La Laguna, hace silencio, cuando recorre sus calles, su Señor, su dueño. Luego una madre que calla, y recoge a su hijo en su seno, y siente la espada que profetizó Simeón y pronuncia de nuevo su hágase, salvo que está vez lo hace en silencio. Y en silencio se quedan las calles, las voces, los templos. Hasta la catedral enmudece cuando acoge en su seno, como lo hizo María, a su hijo y Señor que yace muerto. Quien mira pregunta: ¿Todo esto es por mí? ¿Por mí Dios está muerto? Y callan las calles, las voces, los templos, y solo se oyen los pasos, de cofrades y de pueblo.

Se apagan las velas, se cierran los templos. Y el que mira se pregunta: ¿Y ahora, que hacemos? Casi que nos sentimos todos un poco huérfanos. Toca esperar con la fe encendida, como María, en silencio. Ya al alba del tercer día, repican las campanas y rompe la oscuridad la luz que abre brecha en el mundo de los muertos. Queda cegado el soldado y toda la Iglesia hace fiesta. Se levanta glorioso mi Señor en la Mañana y sale el Resucitado a buscar a su pueblo. ¡Venid todos!, ¡Salid a su encuentro! Y en el trono de plata, allí, en un trozo de pan expuesto, está el Dios de la vida, vivo, real, eterno, diciéndole al hombre no soy solo pan, soy para tu vida alimento.

Por eso en esta noche te grito a ti, ciudad de la Laguna, cinco veces centenaria, ciudad de paz: Ponte tus mejores galas que Dios se hace acontecimiento. Arma tus tronos, prepara tus conciertos, haz valer tu patrimonio, levanta tus monumentos. Vuelve a pulir la cera, hermano cofrade, prepara la liturgia con esmero en los templos. Bendice a tu pueblo sacerdote, acoge al que viene de fuera y hazle sentir lagunero. Que nada se improvise, que todo haga abrir los ojos al asombro del “encuentro”.

Y al concluir mis palabras, daría por aprovechado el momento, si al final hemos descubierto, que esta noche no es importante la belleza o no del pregón, mucho menos la historia interesante o no del pregonero. Lo realmente importante es la fuerza de vida del Pregonado que da sentido al pregón y hace creíble al pregonero. Por eso, Ciudad de Laguna, hoy te reto: en estos días sal a la calle y mira al cielo. Y grita, grita con corazón sincero: Dios, ¡Si existes, búscame! Tal vez, como en el camino el ciego, experimentes en lo más profundo de tu alma, que es verdad, que necesitamos el “encuentro”, que esta Semana Santa pasa por tu vida, Jesús, el Nazareno.