José Manuel Soria López, Alcalde de la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Ilmo. Sr. Alcalde de San Cristó­bal de La Laguna, dignísimas Autoridades, señoras y seño­res. Permítanme que mis primeras palabras sean para transmi­tir, en nombre de todos los ciudada­nos de Las Palmas de Gran Canaria, nuestro más afectuoso saludo y nuestra más sincera y fraternal feli­citación a todos los laguneros por la festividad del Santo Cristo en su edi­ción del presente año.

Y como de bien nacidos es ser agradecido, deseo también recordar en estas líneas introductorias que San Cristóbal de La Laguna, querida y respetada por todos los isleños, encuentra en los vecinos de Las Pal­mas de Gran Canaria un especial afecto y reconocimiento por haber acogido durante siglos, generación tras generación, a miles de palmenses que recibieron de su Universi­dad una formación que contribuyó al desarrollo económico, social y cultural de nuestra tierra.

Por razones de índole diversa, para quién les habla constituye un alto honor ser el pregonero de las Fiestas del Santísimo Cristo de La Laguna. Y ello por multitud de razo­nes.

En primer lugar por la impor­tancia que ésta Ciudad ha tenido, tiene y sin duda alguna seguirá teniendo en la configuración de la historia e identidad de Tenerife y por tanto de nuestra Comunidad Autónoma. Una ciudad admirable por motivos diversos.
Por su antigüedad; por su monumentalidad; por el carácter abierto, afable y hospitalario de los laguneros; por ser cuna de la cultu­ra, de la investigación y de la cien­cia en Canarias, así como por su tra­dición universitaria, San Cristóbal de La Laguna es una ciudad por la que todos los canarios hemos senti­do siempre una singular admira­ción.

En segundo término me sien­to honrado en esta ocasión para mi tan especial por la trascendencia que el Santísimo Cristo de La Lagu­na tiene sobre San Cristóbal de La Laguna y sobre los laguneros, influencia permanente en el tiempo y que adquiere una dimensión especial durante éste mes de sep­tiembre en el que los ciudadanos de San Cristóbal de La Laguna vienen acreditando, a lo largo de más de quinientos años, una franca, leal y noble devoción a su Crucificado.

Por último no puedo ocultar la especial honra que, como Alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, me produce pregonar tan importantes fiestas de esta Ciudad en las que se combinan, con ese sabio equilibrio a1€anzado por los laguneros a lo lar- go de la historia, un componente alegre y festivo con una elevada dosis de seriedad, veneración y devoción a la Imagen del Santísi­mo, propio del caracter de los ciuda­danos de La Laguna, lleno de respe­to y espiritualidad cuando es menester y tan jubiloso y festivo cuando la ocasión lo requieré. Una manera de ser y de estar, la de los laguneros, que aflora con especial intensidad cada mes de septiembre con la celebración de las fiestas del Santísimo Cristo.

Y como cada mes de septiem­bre, San Cristóbal de La Laguna se convierte en punto de encuentro y reencuentro, en obligada coorde­nada de referencia, no sólo entre laguneros sino también entre cana­rios en general llegados desde diversos lugares y puntos de todas y cada una de nuestras islas, atraí­dos por la devoción y admiración hacia estas fiestas en general y en particular hacia la imagen del San­tísimo. A todos animo como prego­nero a participar de los fastos, tanto en lo que respecta a seculares ofi­cios religiosos cuanto en lo que toca a los aspectos lúdicos de ésta cele­bración.

Es pués la hora de la Fiesta Grande de La Laguna y de los lagu­neros y, como cada año, se ofrece una variada gama de actividades de la índole más diversa que combina la práctica de las tradiciones folkló­ricas más añejas con una mirada permanente hacia un futuro en el que los laguneros saben muy bien que han de seguir desempeñando una importante función en la cons­trucción de nuestra región.

Como no podía ser de otra for­ma, desde el mismo momento que el Sr. Alcalde de San Cristóbal de La Laguna me anunció la decisión de la Corporación de designarme para pregonar las fiestas del Santísimo correspondientes al presente año, quién hoy tiene el honor de prego­nar éstas fiestas se aplicó a la labor de recopilar cuanta bibliografía pudo sobre la imagen y milagros del Cristo. Y aunque es mucho lo que he podido aprender sobre la historia y milagros del Santísmo no es intención de este pregonero ense­ñar a lagunero alguno lo que por vocación y por devoción cada lagu­nero sabe y conoce sobre la imagen del Santísimo, sin duda con mucha más profundidad y precisión que quién hoy les habla.

Pero no por ello puedo ocultar la fascinación que me ha producido durante el reciente descanso estival profundizar en el conocimiento del origen, la historia y los milagros del Santísimo Cristo de La Laguna.

Buenos conocedores de todo aquello que les es propio, los lagu­neros saben y conocen mejor que nadie la copiosa literatura que sobre el origen de tan venerada imagen ha sido acumulada a lo largo de los años, a lo largo de los siglos, a lo lar­go del tiempo. Y en esa literatura destaca con nombre propio la obra del padre franciscano Fray Luis de Quirós que, editada en 1612, cons­tituye un todo armonioso que desa­rrollado en dos libros dedica el pri­mero de ellos a la historia de los Franciscanos en Canarias y el segundo a la Ciudad de La Laguna, a la imagen del Cristo y a los mila­gros otorgados por la misma.

Si tenemos en cuenta que el padre Quirós llegó a Tenerife en el año 1606 para ser designado Pro­vincial de su Orden y que dejó tal responsabilidad en septiembre de 1609, es evidente la ingente labor que en sus cuatro años pasados en Canarias realizó en cuanto a recogi­da de datos para la elaboración de su obra sobre el Cristo. Obra que, si bién en lo fundamental es de histo­ria, contiene al propio tiempo algu­nos elementos tan sobrenaturales como sobrecogedores en lo que res­pecta sobre todo a la llegada de la imagen a ésta Ciudad.

Hasta tres versiones diferen­tes trata en su libro Quirós para explicar la llegada de la imagen a La Laguna y es el propio Quirós quién nos relata que, a pesar de la canti­dad de historiadores que ya en la época se dedicaban al estudio de las cosas que ocurrían en las islas "nin­guno hay que sepa de cierto elpnn­apio ni la venida a ellas de la ima­gen del Cristo".

Pero también reconoce Qui­rós que todas las versiones coinci­den en que la llegada de la imagen a la isla fue milagrosa lo que a lo lar­go del tiempo no ha hecho mas que redundar en una mayor reverencia y estimación hacia la misma.

Así, el dominico fray Alonso de Espinosa, en su libro sobre los milagros de la imagen de Candela­ria, afirma que en el año 1590 el entonces Provincial de la orden de los franciscanos en Canarias, fray Bartolomé de Casanova, le trans­mitió la información que entonces disponía respecto a la llegada del Santo Cristo a la isla de Tenerife así como al convento de su orden. Lo cuenta de la siguiente manera.

Una vez conquistada y pacifi­cada la isla de Tenerife, el Adelanta­do Alonso de Lugo marchó a Espa­ña llevando con él a algunos caba­lleros entre los que se encontraba don Juan Benítez. Algo tocado por su participación en algunas guerras, el Adelantado reparó en Barcelona a cuyo puerto en ese tiempo llegó una nave veneciana que, entre otras cosas de mucho valor, traía unas imágenes de crucifijos que previa­mente habían sido adquiridas en El Cairo. Don Juan Benítez vió la gran devoción de las imágenes y comu­nicándolo al Adelantado trató con el mercader el precio de una de ellas. Y aunque el mercader le pide cien ducados, finalmente concertaron un precio de setenta, que don Juan Benítez entregó al mercader a cam­bio de la imagen que tomó y llevó de Barcelona a Cádiz y de Cádiz a Tenerife donde fué colocada en el con­vento de San Francisco donde, por los siglos de los siglos, ha sido vene­rada.

Téngase en cuenta, señoras y señores, que los setenta ducados eran un precio más que respetable en la época si se tiene en cuenta que las imágenes que tanto fascinaron a don Quijote en el capítulo 58 de la segunda parte de la obra de Cervan­tes, el precio unitario de cada una no sobrepasaba los cincuenta ducados.

Sin embargo, a pesar de hacer­se eco de la misma en su propia obra, esta versión ofrecida por el dominico fray Alonso de Espinosa no ofrece una gran credibilidad para el propio franciscano Quirós quién en su libro sobre el Santísimo afirma lo siguien­te: "se me hace muy dificultoso de creer porque, aunque puede haber sucedido así la información que pece Espinosa, no he podido hallar a quién me pueda dar noti­cias de haberla hecho, a pesar de haber consultado a ochenta testi­gos muy vi jos de ochenta, noventa y cien años, mayores de toda excep­ción y de todos los estados eclesiás­ticos y seculares y gente de la más pnncipaly ninguno conviene con lo que Espinosa refiere".

Otros, según narra Quirós en su tratado, afirman que la venida de la imagen ocurrió de la siguiente manera. Llegó al puerto de Santa Cruz un navío que dijo ser de Vene­cia y que traía una imagen de un crucifijo muy devoto. Los cristianos que estaban en el puerto de Santa Cruz dieron noticia de ello al Adelan­tado Alonso de Lugo que se encon­traba en La Laguna, a legua y media del puerto y que tenía un deseo grande de poner en la isla una ima­gen del crucifijo. Por ello envió al puerto a algunos de sus hombres para que concertasen la hechura de la imagen en cuestión y la subiesen a La Laguna dándoles treinta ducados como parte del precio para que con posterioridad le llevaran el resto.

Fueron los hombres enviados al puerto y el precio quedó concre­tado en setenta ducados por lo que dijeron al patrón del barco que le entregarían treinta y que esperase a por el resto al llevar la imagen a La Laguna y regresar nuevamente.

El patrón del navío accedió de buena gana y cuando los enviados del Adelantado sacan los treinta ducados para ser contados y entre­gados comprueban que en vez de treinta eran setenta. Subieron a La Laguna la imagen y contaron al Adelantado lo acontecido ante lo cual quedó maravillado y admira­do. Otro día fueron a buscar el navío pero ya había partido del puerto sin dejar rastro ni huella de como había llegado ni como había marchado, por lo que entendieron que la ima­gen había sido traída por el misterio de los ángeles. En aquellos días la santa imagen fué colocada en un oratorio que tenían los franciscanos en el lugar en el que ahora está el convento y desde entonces siempre ha sido tenida en gran veneración.

Finalmente, fray Luis de Qui­rós cuenta en su libro una tercera versión sobre la llegada de la ima­gen a La Laguna, basada en la evi­dencia de algunos testigos que dicen haber sabido de sus padres y de sus abuelos como el Adelantado Alonso de Lugo y alguno de los conquistadores más destacados habían prometido traer a la isla una imagen del Cristo crucificado hecha de muy buena mano.

Para ello, terminada la con­quista, decide el Adelantado enviar a un hombre con el dinero y todo lo necesario para afrontar el coste y la hechura de la imagen. Pero cuando el enviado se dirigía al puerto de Santa Cruz para dar cumplimiento al mandato del Adelantado, se cru­zó en su camino a dos hombres que desde el puerto de Santa Cruz vení­an hacia La Laguna y que, al cono­cer el propósito que llevaba el enviado a España, le dicen que no tenían necesidad de ir tan lejos pues ellos traían un crucifijo muy devoto que les contentaría, razón por la que se dirigieron al puerto. Así lo hizo el mensajero y una vez en el puerto, los dos hombres le entrega­ron la imagen del Cristo al mensajero que raudo la llevó hasta el Ade­lantado en La Laguna.
Cuando Alonso de Lugo con­templó la imagen y comprobó la muy alta devoción de la misma, mandó buscar a los dos hombres para pagarles la hechura. Pero nin­guno de los enviados al efecto a Santa Cruz pudo tener noticia algu­na de tales personas ni que el supuesto navío en el que habría lle­gado la imagen hubiese entrado en el puerto.

A partir de entonces se creyó, y así transmitido de generación en generación, ser aquellos dos hom­bres ángeles y haber sido traída esta imagen por ellos. Desde aquel momento está en el Convento de San Francisco, el primer edificado en esta isla, donde ha permanecido con gran devoción.

Estos son los testimonios que a través del franciscano Fray Luis de Quirós nos han llegado respecto al origen y llegada del Cristo a La Laguna. Como es natural, cada cual, cada fiel puede realizar las interpretaciones que estime oportu­nas pero en cualquier caso es evi­dente que tales testimonios los que a lo largo del tiempo han avalado la tesis de la llegada milagrosa de la imagen a esta Ciudad.

Por todo ello, la obra de Qui­rós y más en concreto el libro segundo de la misma me parece una referencia obligada para aden­tramos en el conocimiento de la imagen y de sus milagros y por tan­to para un conocimiento riguroso de lo que para La Laguna y los laguneros supone la venerada ima­gen. Y todo ello, como es natural, sin perjuicio de los tratados y de las obras que con solidez con posterio­ridad han sido elaboradas sobre el Santísimo Cristo de La Laguna.

Llegada milagrosa pues la de la imagen del Santísimo a La Lagu­na pero dentro de la creciente curio­sidad en la que se mueve cualquie­ra que se adentre en el estudio del origen y milagros del Santo Cristo me parece esencial la cuestión rela­tiva a los motivos que llevaron a Quirós a la elaboración de su obra, razón por la cual me he preguntado: ¿qué fue lo que realmente llevó al fransiscano Quirós a la labor de escribir ésta obra casi simultánea­mente a su llegada a La Laguna como provincial de la orden?

Acaso la respuesta pudiera fundamentar por si sola una amplia labor de investigación que eviden­temente trasciende los límites de este pregón. Sin embargo para los efectos que nos ocupan me parece acertada la explicación que Romeu Palazuelos ofrece en la magistral introducción que realiza a la propia obra de Quirós en la edición que el Excmo. Ayuntamiento de San Cris­tóbal de La Laguna realizó en 1988:

"Su amplio espíritu de apos­tolado (nos informa Romeu Pala­zuelos) y su afán misionero remo­vieron afray Luis de Quirós ante el hecho cierto de lafey del amor que los habitantes de La Laguna demostraban a la imagen del Hombre de Dios crucificado".
Por su parte, el historiador Bonnet y Reverón en su obra dedi­cada al "Santísimo Cristo de La Lagunay su Culto" nos dice:

"Habiendo llegado Quirós a Tenerife en el año 1606, ya el 12 de septiembre de aquel año visitó el .convento de San Miguel de las Vic­toriasy dos días más tarde, esto es el 14 de septiembre, asistió a la fiesta que en honor del Cristo se celebraba tal día, admirándose de la multitud defieles que acudían de todas partes así comode la per­fección de los rasgos de la ima­gen".

Ello explica el empeño con el que desde un primer momento el franciscano Quirós se entregó a la tarea de escribir su obra que consti­tuye una descripción de hechos que nos ilustran sobre las costumbres de los habitantes de Tenerife así como de su expresa fe en el Santísi­mo Cristo.

Sin embargo la mucha admi­ración de Quirós por la fe de los laguneros en su Cristo Crucificado no debe en modo alguno causamos mayor sorpresa pues como el pro­pio Romeu Palazuelos dice:

"'Ya con anterioridad al Con­cilio de flento disponía el Santísi­mo Cristo de La Laguna una piado­sa cofradía que organizaba la pro­cesión el 14 de septiembre, afta-día que desde 1659 ha sido conti­nuada por la actual Realy Venera­ble Esclavitud del Santísimo Cristo de La Laguna".

El propio Quirós relata en su libro una serie de milagros atribui­dos a la sagrada imagen que van desde los peligros que el Santo Cris­to libró a diversas personas que tra­bajaron en la edificación de la capi­lla que guarda su imagen, hasta el milagro obrado por el Cristo para librar a la isla de Tenerife del peligro de los enemigos holandeses, pasando por la manera en la que, en el tiempo en el que falta el agua para las mieses, acude del Santo Cristo con socorro.

Todo lo cual, como canario y como devoto del Santo Cristo de San Cristóbal de La Laguna, me ha llevado a reflexionar sobre si tendrí­amos que acudir por estos lares a los favores del Santo Cristo de La Laguna al objeto de quedar vacu­nados para siempre frente a deter­minadas distorsiones que, de manera artificial e indisimulada­mente dirigidas a lo largo del tiem­po, nos impiden aun culminar un proyecto de auténtica solidaridad entre las distintas partes e islas de nuestra Comunidad Autónoma.
Quizá sea una vía la de acudir al Santo Cristo para que nos ayude a desterrar de una vez para siempre de nuestras islas las diferencias fic­ticias que a lo largo del tiempo han dificultado la construcción de un proyecto de ilusión global por vivir juntos que nos permita a su vez entender que el tener a alguien enfrente no significa en modo algu­no tenerle enfrentado.

No hemos de descartar a tal efecto la vía del Cristo de La Laguna que estoy convencido estaría encantado de mediar con su favor en la erradicación del mal que nos aqueja a los canarios.

Sin embargo tengo para mí que en esta ocasión el Santo Cristo nos exigirá que también nosotros pongamos algo en el empeño de manera que seamos capaces de destejer entre todos los que el escri­tor y periodista Juan Cruz denomina la "psicología patológica del enfrentamiento por el enfrenta­miento". Ya dando ejemplo de ese esfuerzo, las personas que ejerce­mos responsabilidades públicas al Rente de instituciones no tenemos hoy excusa para defraudar lo que nuestro pueblo solicita de manera tan insistente: trabajar por el pro­greso de nuestra tierra desde los principios de unidad y de solidari­dad.

En tal labor todos los pueblos y ciudades del archipiélago deben desempeñar un papel importante pero las ciudades de La Laguna y de Las Palmas de Gran Canaria están llamadas a jugar una labor de espe­cial importancia por ser las dos ciu­dades del archipiélago en las que existe Universidad.

No caigamos en la tentación de obviar el momento en el que nos ha tocado vivir. No olvidemos, por tanto, que en este final de siglo cuando ya más de medio milenio avala nuestra historia como pro­yecto de vida en común, la educa­ción y la formación de nuestra gen­te, de nuestro pueblo, de las genera­ciones de jovenes canarios actuales y de las que están por venir consti­tuyen acaso el arma de mayor potencia para enfrentamos a las adversidades, heredadas y venide­ras, ficticias y verdaderas de nues­tra sociedad.

Como de manera acertada señala el profesor Peter Druker en su libro "La sociedad postindus­trial"no hay factor productivo más importante en este final de siglo que el que deriva de la acumulación de capital humano, de manera que nuestra posición como región, como comunidad autónoma y como proyecto común durante los años venideros dependerá en gran medida de nuestra capacidad para dotamos de gente cada vez más preparada, personas cada vez más formadas y cada vez con mayores y mejores recursos para orientar en la solución de los retos que tenemos y los que nos vendrán.

Hace ya tiempo que el Nobel de Economía, profesor Shultz demostró en su obra 'Ea importan­cia del capital humano" como las sociedades que orientan de manera adecuada su gasto en educación se convierten ala postre en sociedades avanzadas de manera que se des­prende una relación directa entre inversión en capital humano y bie­nestar de la sociedad.

Por ello no puedo dejar de rei­terar el papel crucial que nuestras universidades y por tanto nuestras ciudades deben desempeñar en el futuro desenvolvimiento de nuestra Región. Y como tengo una gran fe en nuestra gente, les confieso que soy un gran optimista respecto al futuro de nuestro proyecto en común.

La Corporación Municipal de La Laguna ha querido que este año pregone las fiestas del Cristo el Alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, ciudad que comparte con la de La Laguna algunos rasgos comunes. Nos une una gran histo­ria; disponemos de una admirada monumentalidad; compartimos la universalidad de nuestra gente.

Pero de cara al futuro, nues­tras dos ciudades comparten una gran responsabilidad: formar y educar a las generaciones de cana­rios que durante el próximo siglo, ya dentro de un nuevo milenio, van a tener la no fácil tarea de enterrar por los siglos lo que artificialmente nos ha separado a los canarios a lo largo del tiempo.

Las Universidades de La Laguna y la de Las Palmas de Gran Canaria tienen una labor dificilmen­te sustituible en lo que debe ser la configuración de nuestra Comuni­dad Autónoma en el próximo siglo. Y estoy convencido que la antigua Universidad de La Laguna y la más moderna de Las Palmas de Gran Canaria, conjuntamente con sus respectivas comunidades educati­vas, sabrán estar a la altura de las circunstancias para contribuir deci­sivamente a tan noble causa.

Resta que los políticos, los intelectuales, los medios de comu­nicación social, los diversos agen­tes económicos y sociales de nues­tra sociedad, todos en suma, este­mos también a la altura de lo que en cada caso se espera de nosotros para que desempeñemos de mane­ra certera el papel de motor de las transformaciones de la sociedad.

No quisiera desde tal perspec­tiva dejar de señalar la función cru­cial que también ha de jugar en este difícil empeño la familia, y por tan­to los padres, para fomentar desde la niñez ideas universales, no excluyentes ni localistas.

De no ser así, de aquí a no muchos años alguien, quizá muchos, podrían legítimamente preguntarse: ¿quién y cuando encerró en sí misma a esta bendita tierra que a lo largo de su historia se caracterizó precisamente por la uni­versalidad de sus gentes y por la globalidad de sus planteamientos?

Estoy convencido que el San­to Cristo nos ayudará en el empeño pero tengo para mí que, en esta oca­sión al menos, habrá de cumplirse una condición previa. Tendremos que empeñamos todos los canarios en la necesidad de liquidar para siempre aquello que durante años y sin fundamento alguno nos ha separado.

Para ello será también bueno que las generaciones venideras de canarios, esas que de manera ine­xorable están llamadas a ser las mejor formadas y preparadas de nuestra historia, disminuyan su actual aversión ala "res publica" en su sentido más puro para desacti­var pacientemente las minas que algunos, de manera tan torpe, han ido dejando en el largo camino de la construcción de nuestra región.

Esa es al menos la visión que este Alcalde tiene desde la otra ori­lla y tal cual la tengo la pregono en esta Muy Leal, Noble, Fiel y de Ilus­tre Historia Ciudad de San Cristóbal de La Laguna a cuya Corporación quiero reiterar mi agradecimiento por el alto honor que me ha sido otorgado al permitirme pregonar las fiestas en honor del Santo Cristo y a todos ustedes por la atención que me han prestado.

Muchas gracias.