Cuando Fray Luis de Quirós decidió escribir su obra «Milagros del Santísimo Cristo de La Laguna», en los albores del s. XVII, se fundamenta en que, «...trata de los milagros prodigiosos de un Crucifijo Santo, que por beneficio y merced del cielo está en el Convento de  San Francisco, de la ciudad de La Laguna en la Isla de Tenerife (que es la principal de las de Canaria) y de la veneración en que es tenida de todos los de la tierra, de la frecuencia con que la visitan, y de las gracias e indulgencias que en esto consiguen...». 

Una magnífica talla, de discutido origen —flamenca, para unos; del gótico andaluz, para un experto como el profesor Dr. Hernández Perera— concitará advocaciones, promesas y singular pietismo. 
El propio Quirós lo reseña en su obra, «. . . y visitando la Isla de Tenerife, llegué el mismo año a doce de septiembre, a visitar el convento de San Miguel de las Victorias, de nuestro P.S. Francisco en la ciudad de La Laguna. Vi que a los catorce del mismo mes que es día de 
la Exaltación de la Cruz, se juntó mucha gente, a celebrar la fiesta de una S. imagen del Crucifijo, que está en aquel Convento...». 

En cualquier caso, una imagen incorporada al rico patrimonio de estatutaria flamenca en el Archipiélago que, como afirma el profesor Hernández Perera, «... cronológicamente iniciado por el gótico Cristo de La Laguna, es también de primera magnitud»; concitadora de admiración y devoción cuando se le observa con atención, como lo hizo el propio Quirós, al afirmar que, «... Mirela de bien cerca con atención y reverencia; pareciome no haber visto imagen más devota (aunque he visto muchas de Santos Crucifijos)... ».

La propia Corona, a través de Real Cédula de autorización de concesión por la Ciudad de 20 fanegas de trigo al Convento de San Francisco, pondera la importancia y entidad de la devoción a este Crucificado, «... Por quanto la Ciudad de San Cristóbal de La Laguna en la Isla de Tenerife en Carta de diez de marzo pasado de este año, se nos representó que en el convento del Patriarca San Francisco de aquella Ciudad se hallava colocada la milagrosísima y portentosa imagen del Santo Christo Cruzificado llamado de los fieles de La Laguna, reliquia tan antigua que se ignora su prinzipio, haviendo tradición de que había sido conduzida a aquel sitio por los Angeles, y de cuias maravillas corrian por el mundo libros ympresos...» 

Este documento, transcrito en el lenguaje de la época, promulgado el 30 de julio de 1736, justifica que durante estos siglos y en etapas posteriores el propio Cabildo y su Cofradía promoviesen el máximo esplendor de su conmemoración religiosa y cívica. 

Un espacio, la Plaza del Cristo y sus aledaños, acogen en la primera quincena de cada septiembre a miles de personas dispuestas a conjugar, en diferente intensidad, su especial sensibilidad religiosa con el no menos histórico espíritu festero. El olor penetrante 
de los ventorrillos, la imagen expectante de las turroneras, las atracciones y juegos, el ruido, los fuegos... conforman una atmósfera plena de humanidad y aturdimiento. 

La Laguna, en septiembre, es eso y mucho más. El silencio de la procesión de madrugada junto a la explosión multicolor del día central de las celebraciones. Promesas y tradición ritual. 

Devoción y jolgorio popular. 

En fin, una obligada referencia en la historia y existencia anual lagunera, y tinerfeña, apenas alterada en el rápido transcurrir del tiempo y en permanente búsqueda de aunar lo viejo y lo nuevo, sin dolorosas rupturas.